“Unidos en nuestra Iglesia para siempre”, Liahona, junio de 2024.
Retratos de fe
Unidos en nuestra Iglesia para siempre
Después de mudarnos de Nigeria a Suecia, nos costó encontrar una iglesia que nos pareciera adecuada. Un día, conocí a dos jovencitas que me dijeron que querían hablarme de Jesucristo.
La religión era una parte importante de nuestra vida en Nigeria. Mi esposo, Okoro, y yo teníamos una gran fe en Jesucristo y lo amábamos. Después de mudarnos a Suecia, todo nuestro tiempo se vio ocupado cuando nuestras gemelas nacieron tres meses antes de lo previsto. Vivimos cuatro meses en el hospital y no fuimos a ninguna iglesia en ese tiempo.
Posteriormente, quisimos ir a la iglesia otra vez, pero no encontramos ninguna que nos pareciera adecuada. Queríamos encontrar una iglesia a la que toda nuestra familia pudiera asistir por el resto de nuestras vidas y para siempre. Ese deseo continuó durante dos años, pero nos molestaba haber perdido el hábito de ir a la iglesia y orar juntos como familia.
Cuando las niñas tenían un año, me encontraba fuera de casa durante una terrible tormenta de nieve para asistir a clases y aprender sueco. Escuché a alguien llamarme por detrás. Cuando miré hacia atrás, vi a dos hermosas jovencitas. No entendí lo que decían, pero sí reconocí la palabra “Jesucristo”.
Cuando se dieron cuenta de que yo no hablaba sueco, me preguntaron: “¿Habla usted inglés?”. Cuando les respondí que sí, dijeron: “Queremos hablarle de Jesucristo”.
“¿Qué sucede con Él?”, les pregunté. “¡Lo conozco!”.
Se rieron y se alegraron tanto que se me acercaron. Yo estaba impresionada y ansiaba saber lo que tenían que decir. Dijeron que eran misioneras de Jesucristo y acepté reunirme con ellas nuevamente y hablar más acerca de Jesús. Cuando me fui, me sentí feliz. Cuando volví la vista hacia ellas, estaban allí de pie irradiando el mismo gozo que yo sentía.
Volver a Jesucristo
Cuando regresé de mis clases, le dije a mi esposo: “Cariño, adivina qué. ¡Encontré la iglesia de la que seremos miembros!”. Yo estaba temblando, estaba muy emocionada. No sabía de dónde provenían todos esos sentimientos, pero me sentía feliz en lo profundo de mi corazón por reunirme con las misioneras.
Pronto comenzamos a aprender acerca de la Iglesia restaurada de Jesucristo con las misioneras. Derramé hermosas lágrimas porque estaba muy feliz de volver a mi Salvador. No tenía preguntas sobre lo que nos enseñaban hasta que llegamos al Libro de Mormón. Me costaba creer todo acerca de él. Sin embargo, las misioneras me pidieron que leyera el Libro de Mormón y orara al respecto. Oré sinceramente todos los días durante semanas para saber si de verdad era la palabra de Dios, pero nunca lo leía.
Después de varias semanas sin una respuesta de Dios, abordé un tren para viajar a Estocolmo. En el camino, saqué el Libro de Mormón y empecé a leer.
Leí la introducción, El Testimonio de Tres Testigos y El Testimonio de Ocho Testigos, y leí acerca de José Smith. Leí, leí y leí un poco más. Para cuando llegué a Estocolmo, estaba llorando y temblando, y tenía la piel de gallina. Me sentí sobrecogida por el Espíritu de Dios. Sabía, por revelación personal, quién era José Smith realmente: un profeta y un siervo de Dios. Sabía que el Señor había restaurado el Evangelio de Jesucristo en la tierra por medio de él.
Entonces creí todo lo que las misioneras me habían dicho. Una vez que leí el Libro de Mormón por mí misma, supe que era verdadero. Les dije a las misioneras que quería ser bautizada. Mi esposo trajo a toda nuestra familia para mostrarme su apoyo.
Después de mi bautismo, comenzamos a orar juntos de nuevo como familia y comencé a enseñarles acerca de lo que estaba aprendiendo. Finalmente, Okoro pidió reunirse nuevamente con las misioneras. Acogió sus enseñanzas, leyó el Libro de Mormón y oró. Recibió la misma respuesta que yo y también pidió ser bautizado. Por fin, toda nuestra familia estuvo unida en nuestra Iglesia para siempre.