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Alúmbrame, para que pueda andar con pie certero hacia lo desconocido
Tomado de un discurso de graduación pronunciado en la Universidad Brigham Young–Hawái el 8 de diciembre de 2023. Para ver el discurso completo, visite speeches.byuh.edu.
Es muy posible que sus próximos pasos sean hacia lo desconocido. Pero si “pon[en] [s]u mano en la mano de Dios”, sé que Su guía “será mejor que la luz y más segura que una senda conocida”.
Mis queridos amigos, es un placer estar con ustedes aquí en este hermoso lugar y es un honor dirigirme a ustedes en un día tan significativo en sus vidas.
Mientras preparaba mis ideas para compartirlas con ustedes, nunca imaginé que lo haría el día en que sería llamado como el miembro más nuevo del Cuórum de los Doce Apóstoles. Es asombroso para mí incluso pronunciar estas palabras. Este llamamiento llegó ayer. Dormí muy poco anoche, como bien se pueden imaginar. Ahora me doy cuenta, de la manera más extraordinaria, de que nunca he preparado comentarios para los demás que encajen tan perfectamente en un momento de mi propia vida. Dios, que está sobre todas las cosas, y para quien el llamamiento de ayer no es una sorpresa (por mucho que lo sea para mí y ciertamente para todos los que me conocen bien), me dirigió a estos mensajes para ustedes. Pero también, en este momento, son especialmente para mí. Y voy a necesitarlos desesperadamente durante las próximas semanas, meses y, de hecho, años.
Ser apóstol es ser un testigo especial del Señor Jesucristo. Estoy muy consciente de que tendré que crecer en todas las formas buenas imaginables para convertirme en el siervo que el Salvador necesita que sea. Mis deficiencias, debilidades y carencias son dolorosamente claras para mí, pero tengo fe en la paciencia de mi Padre, en la gracia de Jesucristo y en la mentoría del Espíritu Santo.
Me gustaría compartir algunas palabras escritas por la poetisa Minnie Louise Haskins:
“Y le dije al hombre que guardaba el umbral del año: ‘Alúmbrame, para que pueda andar con pie certero hacia lo desconocido’.
Y él respondió: ‘Avanza hacia la oscuridad y pon tu mano en la mano de Dios. Pues para ti será mejor que la luz y más segura que una senda conocida’.
Así que salí y, tras encontrar la mano de Dios, me adentré alegremente en la noche.
Es muy posible que sus próximos pasos sean hacia lo desconocido y, de hecho, habrá muchos umbrales de ese tipo en su vida, cuando aún quede mucho que sea desconocido por delante. Pero si “pon[en] [s]u mano en la mano de Dios”, sé que, como promete el poema, Su guía “será mejor que la luz y más segura que una senda conocida”.
“Pon[gan] [s]u mano en la mano de Dios”
¿Qué significa “pon[er] [s]u mano en la mano de Dios”? Tal vez signifique ejercer la fe de la viuda de Sarepta, quien agotó sus últimos y escasos recursos para alimentar a Elías el Profeta. Ella puso su mano en la mano de Dios con asombrosa confianza, y su tinaja de harina y su vasija de aceite no se agotaron, sino que proporcionaron alimento para sostenerlos a ella y a su hijo durante la hambruna (véase 1 Reyes 17). O tal vez se vislumbre en la obediencia vacilante, pero finalmente humilde, de Naamán, el comandante militar que padecía lepra, cuando obedeció al profeta Eliseo y se bañó siete veces en el río Jordán para ser sanado (véase 2 Reyes 5). Podría hacernos pensar en María, la madre de Jesús, quien aceptó un mandato impactantemente transformador con esta pequeña y poderosa frase: “He aquí la sierva del Señor” (Lucas 1:38).
Ciertamente, poner nuestra mano en la mano de Dios representa una búsqueda constante para acercarnos a nuestro Padre Celestial y a nuestro Salvador Jesucristo, y sentir el gozo de Su amor perfecto. Significa suplicar que comprendamos que Ellos siempre están con nosotros, reconocer Su presencia conforme enaltece nuestra vida y experimentar el gozo y la gratitud que tal compañía debe inspirar. Significa “pensar de manera celestial”, mirar adelante al “nacimiento del día” hacia el que Dios nos conduce tan pacientemente, y dedicarnos a esa brillante meta. Mis amigos, si nos esforzamos por ser guiados puramente por la mano de Dios y no por ninguna otra influencia, recibiremos poder para afrontar las incógnitas de nuestro futuro con una fe sustentadora y una confianza perdurable.
“Encontrar la mano de Dios”
¿Cómo, entonces, podemos llegar allí? ¿Cómo podemos encontrar la mano de Dios y, como lo describe el poema, adentrarnos “alegremente en la noche”? El Evangelio de Jesucristo está lleno de luz que puede ayudarnos y que nos ayudará a “encontrar la mano de Dios”.
Jesucristo, nuestro amado Salvador, es la fuente trascendente de luz en nuestra vida. Él mismo nos ha asegurado: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). ¡La Luz de la vida! Eso es lo que es Él; eso es lo que nos ofrece. Gracias a Su luz, realmente podemos escoger la esperanza y el gozo en medio de las confusas tormentas de la vida. Si han descubierto esto, conocerán el milagro de Su luz que puede penetrar cualquier oscuridad.
Aprovechar ese faro de luz en nuestra vida significa descubrir lo que el presidente Russell M. Nelson ha descrito como el gozo del arrepentimiento diario. Él nos ha dicho que “el arrepentimiento es un don resplandeciente; es un proceso al que nunca se le debe tener temor. Es un don que debemos recibir con gozo; debemos utilizarlo, e incluso acogerlo, día tras día a medida que procuramos ser más como nuestro Salvador”. El volvernos repetidamente a Dios cada vez que nos desviamos del camino nos libera de las ataduras del pecado y la miseria con las que el adversario desea asfixiarnos. Podemos aprender a deleitarnos en la oportunidad de arrepentirnos a diario, incluso constantemente, y hacerlo con sincero agradecimiento.
Las Escrituras son otra valiosa fuente de luz en nuestra vida. El pintor holandés Vincent van Gogh escribió una vez en una carta a su hermano: “No sabes cómo me siento atraído por la Biblia; la leo a diario, pero me gustaría conocerla de memoria y ver la vida a la luz de la frase: ‘Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz a mi camino’”. Cuando observo la compleja belleza de sus pinturas y, en particular, sus arremolinadas representaciones de la luz, imagino que en su arte representó el mundo a través del lente de ese deseo de ver la vida a través de la luz de la palabra de Dios.
Las palabras de las Escrituras ¿iluminan y dan forma a la manera en que ustedes ven el mundo? Posiblemente ya hayan desarrollado ese nivel de intimidad con la palabra de Dios; tal vez no. Dondequiera que se encuentren en su estudio personal de las Escrituras, los animo a seguir buscando y aprendiendo. Nunca es demasiado tarde para que abramos nuestro corazón a las Escrituras y seamos guiados por su luz. El presidente Dallin H. Oaks, Primer Consejero de la Primera Presidencia, enseña: “Decimos que las Escrituras contienen la respuesta a toda pregunta porque las Escrituras pueden conducirnos a toda respuesta. Ellas (las Escrituras) nos colocan en una posición en la que podemos obtener inspiración para responder cualquier pregunta doctrinal o personal, ya sea que esa pregunta se refiera directamente o no al tema que estamos estudiando en las Escrituras. Esa es una gran verdad que no muchos entienden”.
Como un faro en una tormenta, el templo es una fuente inquebrantable de luz y un símbolo de seguridad. La doctrina inalterable de la adoración en el templo proporciona una constancia estabilizadora en un mundo de confusión e incertidumbre. Los convenios que hacemos en el templo nos invisten de poder, el poder de Dios, y nos llenan de la luz del Señor. Salimos del templo con Su nombre sobre nosotros, Su gloria alrededor de nosotros y Sus ángeles que nos guardan.
El presidente Nelson nos ha enseñado que “hacer un convenio con Dios cambia nuestra relación con Él para siempre. Nos bendice con una medida adicional de amor y misericordia. Influye en quiénes somos y en cómo Dios nos ayudará a llegar a ser lo que podemos llegar a ser”. En verdad, hacer y guardar tales convenios es “pon[er] [nuestra] mano en la mano de Dios”. Si el templo aún no los llena de luz y paz, los animo a que asistan con más frecuencia. Busquen a Dios en Su Santa Casa. “Lo que es de Dios es luz; y el que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz se hace más y más resplandeciente hasta el día perfecto” (Doctrina y Convenios 50:24).
Ese preciado pasaje de las Escrituras se refiere a toda luz del Evangelio. A medida que “pon[gan] [s]u mano en la mano de Dios”, al buscar a Cristo, estudiar significativamente las Escrituras y hacer convenios sagrados en el templo, la luz del “nacimiento del día”, de ese “día perfecto”, aumentará gradualmente. De hecho, ustedes mismos se convertirán en parte de esa luz.
Una vida de servicio
El poema al que me he referido hoy se hizo famoso por el mensaje de Navidad del rey Jorge VI del Reino Unido. En diciembre de 1939, Europa estaba sumida en un conflicto y los ecos de la guerra resonaban en el corazón de millones de personas. Los ciudadanos contemplaban un nuevo año que prometía racionamientos, apagones y ataques aéreos. Muchos ya lamentaban sus pérdidas y el futuro parecía no deparar más que oscuridad.
Fue en este contexto que el rey Jorge VI se dirigió a su pueblo y compartió las palabras de Minnie Louise Haskins: “Avanza hacia la oscuridad y pon tu mano en la mano de Dios. Pues para ti será mejor que la luz y más segura que una senda conocida”. Las palabras del rey proporcionaron consuelo, valor y un sentido de unidad nacional, marcando la pauta para el espíritu de guerra que definiría los años venideros. El futuro deparaba graves dificultades e incertidumbre para los pueblos de Europa en 1939 y , sin duda, el futuro nos depara desafíos y oportunidades de crecimiento también a nosotros. Lo que el Evangelio nos promete es que, si Dios nos guía, con nuestra mano en la Suya, seremos guiados a través de las pruebas y dificultades de la vida hasta Su luz que es cada vez mayor.
El rey Jorge VI guio a su pueblo a través de uno de los conflictos más graves de la historia. Su servicio a su país supuso un gran sacrificio personal: asumió a regañadientes el deber del trono tras la abdicación de su hermano mayor. El liderazgo, y en particular hablar en público, no le resultaba natural. Fue solo por medio de esfuerzos prolongados, incluida la superación de su tartamudeo, que pudo servir tan eficazmente a su pueblo.
Guiar a los demás de la manera en que el Salvador lideró, de la manera en que Él desea que lideremos, significa servirles. A menudo, ese servicio exige sacrificio y progreso de nuestra parte. Ese servicio siempre nos ayudará a refinarnos y santificarnos; cambiará nuestro corazón y moldeará nuestro carácter para que lleguemos a ser más como Jesucristo, nuestro ejemplo, el mejor siervo de todos.
El presidente Henry B. Eyring, Segundo Consejero de la Primera Presidencia, enseña:
“La clave de ustedes y la mía para alcanzar nuestro potencial como siervos es conocer a nuestro Maestro, hacer por Él lo que podamos y contentarnos con dejar el resto en Sus manos. Permítanme darles un ejemplo al que se enfrentarán en los días venideros. Tendrán que debatirse entre las exigencias de poner pan en la mesa y un techo sobre su cabeza, atender las necesidades de la familia, responder al llanto de las viudas o los huérfanos que los rodean y, al mismo tiempo, cumplir con los requisitos del llamamiento que han aceptado en la Iglesia. Cuando eso suceda, se sentirán muy tentados a murmurar, tal vez incluso a quejarse.
“Pero recuerden que sirven a un Maestro que los ama, que los conoce y que es todopoderoso. Él no ha creado exigencias para su servicio, sino oportunidades para su crecimiento. Pueden orar a Él con confianza y preguntarle: ‘¿Qué quieres que haga ahora?’. Si escuchan con humildad y fe, sentirán una respuesta. Y si son sabios y buenos, se dispondrán a hacer lo que su Maestro ha mandado y dejarán el resto en Sus manos”.
Al salir “hacia lo desconocido”, aferrándose a las fuentes puras de verdad y luz, hagan que su mantra sea: “¿A quién puedo servir?”. Recuerden que Cristo nos ha aconsejado: “El que es el mayor entre vosotros será vuestro siervo” (Mateo 23:11). A los ojos del Señor, la grandeza no se mide por nuestros logros personales, sino por la caridad con la que tratamos a Sus hijos.
Su Padre Celestial cree en ustedes
Testifico de la realidad de nuestro amoroso Padre Celestial, que escucha cada oración; de Su Hijo viviente, nuestro Salvador Jesucristo; y del infinito don expiatorio del Redentor de todos nosotros. Ha habido una restauración del conocimiento y la verdad eterna. Continúa ahora y continuará hasta ese glorioso día en que Jesucristo regrese. A cada uno de ustedes se le ama de maneras que no pueden comprender.
Cuán agradecido estoy de saber que el futuro será moldeado por fieles líderes y siervos como ustedes. ¿De cuántas maneras innumerables cada uno de ustedes “levanta[rá] las manos caídas” (Doctrina y Convenios 81:5)? Creo en su capacidad para servir a la humanidad. Y lo que es más importante, su Padre Celestial cree en ustedes. Él los conoce a cada uno personalmente y extiende Su mano para guiarlos hacia “el nacimiento del día”. Vayan con gozo, amigos míos, “pon[gan] [s]u mano en la mano de Dios” y dejen que Él los guíe “con pie certero hacia lo desconocido”.