“Las dos verdades que me ayudan a entender la humildad”, Liahona, julio de 2024.
Jóvenes adultos
Las dos verdades que me ayudan a entender la humildad
La humildad puede ayudar tanto con el orgullo como con los sentimientos de insuficiencia.
Un hecho: soy hijo de Dios. Esa es una verdad asombrosa y divina.
Un hecho igualmente importante: puesto que todas las personas de este mundo son hijos de Dios, también son seres asombrosos y divinos.
Ambas verdades probablemente parezcan obvias, pero me llevó un tiempo interiorizarlas bien y comprender lo que significan en mi vida. A veces soy culpable de tratar una situación con orgullo, suponiendo que mi manera es la correcta o que soy más capaz que otras personas. Otras veces hago lo contrario: siento que soy menos digno o valioso que los demás.
La respuesta a ambas luchas es la misma:
Humildad.
¿No era lo bastante bueno?
Una experiencia que me hizo verdaderamente humilde ocurrió durante mi misión. Creo que la mayoría de los misioneros luchan con sentimientos de incapacidad mientras intentan llevar a las personas a Jesucristo. En mi misión, pasaba muchas horas al día intentando encontrar a alguien a quien enseñar y me rechazaban una y otra vez. No me sentía exitoso, ni que mis esfuerzos fueran suficientes. Con el tiempo empecé a sentir que yo no era lo bastante bueno.
Aunque no parezca que lo que necesitaba era humildad, cuando le expliqué mis sentimientos, el presidente de misión me ayudó a ver que parte del problema era pensar que estaba exento de los desafíos a los que se enfrentan los misioneros de todo el mundo. No soy el primer misionero que se siente rechazado y, desde luego, no seré el último.
De alguna manera me había convencido a mí mismo de que mis dificultades eran totalmente culpa mía, a pesar de que algunos de los mejores misioneros de la historia, como los Doce Apóstoles originales, los hijos de Mosíah y Alma, hijo, habían enfrentado rechazo y persecución mucho peores que los míos.
En lugar de sentir lástima de mí mismo, empecé a ser capaz de sentir que estaba unido a Jesucristo en mis desafíos. Y cuando me sentía avergonzado de mis esfuerzos imperfectos, recordaba lo que enseñó el presidente Jeffrey R. Holland, Presidente en Funciones del Cuórum de los Doce Apóstoles: “Afortunadamente, la Expiación [de Cristo] sostendrá a los misioneros quizás más de lo que sostendrá a los investigadores. Cuando sea difícil, cuando sean rechazados […], estarán apoyando la mejor vida que haya conocido el mundo, la única vida pura y perfecta que se haya vivido jamás”.
Todavía recuerdo aquella experiencia cuando necesito acordarme de ser humilde y confiar en el Señor.
Una lección sobre la humildad
En la misión aprendí mucho sobre mi identidad como hijo de Dios, pero cuando volví a casa me di cuenta de que aún tenía mucho que aprender sobre la importancia de recordar que los demás también son hijos de Dios.
Poco después de volver a casa, me encontré con un llamamiento difícil y se me asignó un evento importante. Estaba abrumado y no lograba comunicarme con las personas que se suponía que debían ayudarme. Envié un correo electrónico que, la verdad, estaba redactado de forma bastante contundente.
Tenía razón en que el llamamiento era importante y que necesitaba más apoyo, pero enseguida me di cuenta de que quizá no era la mejor forma de motivar a la gente. Necesitaba humildad; necesitaba recordar que los demás probablemente tenían sus propias cosas por las que estaban estresados.
Como enseñó el élder Steven E. Snow cuando era miembro de los Setenta: “Si somos humildes, recibimos respuesta a nuestras oraciones, gozamos de paz interior, servimos de manera más eficaz en nuestros llamamientos y, si seguimos siendo fieles, finalmente regresaremos a la presencia de nuestro Padre Celestial”.
Verdaderamente, he sentido más gozo en mi llamamiento y en mi vida a medida que he aprendido a ser más humilde.
Equilibrar ambas verdades
Para mí, aprender la verdadera humildad ha consistido en equilibrar estas dos verdades:
Soy hijo de Dios y estoy rodeado de otros hijos de Dios.
Según he ido aprendiendo más sobre la humildad, me he dado cuenta de que lo que enseñó el élder Quentin L. Cook, del Cuórum de los Doce Apóstoles, es cierto: “La humildad no es un gran logro identificable ni tampoco superar algún gran desafío […]. Es tener la serena confianza de que, día a día y hora tras hora, podemos confiar en el Señor, servirle y lograr Sus propósitos”. He aprendido que realmente puedo lograr los propósitos del Señor, pero solo cuando le entrego mi voluntad y confío en que Él sabe qué es lo mejor.
Sé que a medida que nos esforcemos por ser más humildes y como Cristo, el Padre Celestial nos bendecirá en nuestros esfuerzos.
El autor vive en Frankfurt, Alemania.