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¿Cómo podemos “se[r] uno” a la manera del Señor?
Quiero sentir la certeza que se recibe al estar unidos en Cristo.
¿Alguna vez, al igual que yo, se ha preguntado cómo puede sentir más gozo en la vida?
Si bien hay muchas cosas que brindan gozo, hace poco me conmovió una declaración del presidente Henry B. Eyring, Segundo Consejero de la Primera Presidencia: “Tenemos gozo cuando se nos bendice con unidad”. Desde los días de Adán y Eva, los hijos de Dios han procurado llegar a estar más unidos con Él y unos con otros, mientras que Satanás ha intentado destruir la unidad.
A lo largo de los años, he tenido muchas experiencias en las que he sentido el gozo de la unidad y el dolor de la desunión. Tengo gran esperanza en que, como dijo el presidente Eyring, “a medida que or[e]mos y nos esfor[ce]mos por obtenerla a la manera del Señor, [n]uestros corazones se entrelazarán en unidad. Dios ha prometido esa bendición a Sus fieles santos, no importa cuáles sean sus diferencias de origen ni el conflicto que surja a su alrededor”.
Entonces, ¿cómo podemos “se[r] uno” de la manera que el Señor ha mandado (Doctrina y Convenios 38:27)? El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, nos enseñó tres maneras: “Llegaremos a ser uno de corazón y voluntad si cada uno pone al Salvador en el centro de nuestra vida y si seguimos a aquellos a quienes Él ha comisionado para dirigirnos. Podemos unirnos […] en amor y preocupación el uno por el otro”.
Estoy esforzándome por vivir esas verdades en mi vida haciendo lo siguiente:
Poner al Salvador en el centro de mi vida
En Juan 17, el Salvador ruega al Padre por nosotros en Su oración intercesora: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Juan 17:21). La palabra Expiación, en inglés (atonement, at-one-ment), significa literalmente “unificar” o reconciliar. Me maravilla que el Salvador deseara nuestra unidad con Él y con el Padre Celestial hasta el punto de estar dispuesto a sangrar por cada poro a fin de hacerlo posible.
Tiene sentido que yo quiera ser uno con Ellos, pero me asombra que Ellos quieran ser uno conmigo. Sin embargo, el Espíritu Santo me ha testificado muchas veces que Ellos así lo desean.
Mi unidad con Ellos es la mayor fuente de gozo y seguridad de mi vida. Esta unidad propicia más plenamente en mi vida la influencia guiadora, protectora y santificadora del Espíritu Santo. Oro cada mañana para que el Espíritu Santo esté conmigo y obre por medio de mí ese día. En verdad trato de poner a Jesucristo en el centro de mi vida y escucharlo.
¿Lo hago a la perfección? ¡Claro que no! Pero ¿me esfuerzo todos los días? ¡Por supuesto que sí! Puede que todos tengamos necesidades y circunstancias diferentes, pero el Espíritu nos guiará a medida que nos esforcemos por seguir las enseñanzas y el ejemplo del Salvador cada día.
Al margen de lo que yo intente, me motiva saber que Cristo ruega que cada uno de nosotros llegue a ser uno con Él y con el Padre Celestial.
Seguir a quienes Jesucristo ha comisionado para dirigirme
Al ir mejorando con respecto a poner al Salvador en el centro de mi vida, he notado que mi capacidad para estar unida con Sus profetas escogidos ha aumentado y el Espíritu me ha testificado que ellos han sido comisionados para dirigirme. La palabra “comisión” significa “autoridad para actuar por otra persona, en su nombre o representación”.
Mosíah 18 es un hermoso ejemplo de personas que consiguen la unidad con Dios al seguir a los profetas. Alma, padre, se había convertido poco antes, después de recibir el mensaje de Abinadí. Luego comenzó a enseñar a las personas que estaban dispuestas a atravesar una tierra que “a veces, o sea, por estaciones, estaba infestad[a] de animales salvajes” (Mosíah 18:4) para aprender acerca de Dios y de Su plan perfecto para ellas.
En este relato, los seguidores de Alma nos ayudan a entender que, aunque a veces parezca que atravesamos circunstancias difíciles para seguir a nuestros líderes (véase Mateo 5:10), estamos seguros cuando estamos unidos con los profetas de Dios porque ellos siempre nos dirigirán a Jesucristo. Cuando el pueblo recibió la verdad e hizo convenios con Dios, “ten[ían] entrelazados sus corazones con unidad y amor el uno para con el otro” (Mosíah 18:21).
Gracias al don de la tecnología, los profetas han sido grandes compañeros para mí, especialmente en mi soledad. He escuchado sus mensajes repetidamente al cortar el césped, limpiar mi casa, quitar la nieve y dar paseos. Sus corazones y sus voces me resultan familiares.
Incluso cuando sus consejos han sido difíciles para mí, me han ayudado a poner al Salvador en el centro de mi vida. Tengo mayor unidad con la Trinidad gracias a quienes Cristo ha comisionado para dirigirme.
Unirnos en amor y preocupación los unos por los otros
En mi experiencia, seguir a Jesucristo y a Sus profetas siempre nos conducirá a cuidarnos unos a otros. El presidente Eyring enseñó: “El gozo de la unidad que Él tanto desea concedernos no [es algo aislado]; debemos buscarlo y ser dignos de él junto con las demás personas”. Hay tantas diferencias entre las personas de mi vida cotidiana que no siempre sé actuar de una manera que fomente la unidad. A veces me siento muy cansada y mi deseo de promover la unidad no es muy fuerte.
El recordar que “el orgullo es el gran enemigo de la unidad” puede ayudarnos a buscar la ayuda del Señor para desarrollar unidad. 1 Corintios 12 me ha ayudado a reconocer que cada uno de los hijos de Dios tiene diferentes dones espirituales y que esos dones son esenciales en mi vida. También he descubierto que las diferencias que hay entre Sus hijos hacen que las cosas sean más emocionantes y hermosas.
Aunque sé que no debemos compararnos con los demás, a veces, desafortunadamente, soy muy buena comparando mis debilidades con las fortalezas de otras personas. Y en ocasiones, ese tipo de sentimientos me ha impedido desarrollar unidad con los demás porque los he juzgado injustamente (véase Mateo 7:1, nota a al pie de página).
El Señor es claro en que Él desea “que no haya división en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen por igual los unos por los otros” (1 Corintios 12:25).
Por lo tanto, he preguntado: “¿Qué podría hacer para dejar de separarme de los demás en la mente y el corazón?”.
He orado para ver a las personas como Cristo las ve y para reconocer el don que tenían y que ayudó a satisfacer mi necesidad ese día. Y lo que es igual de importante, me he permitido estar agradecida por eso.
Luego comencé a preguntarme: “¿Qué puedo aprender de otras personas que tienen experiencias que yo nunca tendré?”. Hacer eso me ha ayudado a ver a mi familia, al empleado de la gasolinera, a los adolescentes, a mis compañeros de trabajo y a todos los que me rodean de otra manera, así como a conectarme con ellos de maneras más significativas.
También he tenido que confiar en las fortalezas de otras personas para alcanzar el éxito en mi familia, en el trabajo, en los llamamientos o en equipos. En la mayoría de los casos, en lugar de competir, nos hemos complementado y confiado los unos en los otros. Nuestros esfuerzos y diferencias colectivos, magnificados por el Padre Celestial, produjeron milagros, milagros que solo podría efectuar un Dios perfecto que con maestría puede combinar deseos, diferencias y dones de una manera que bendiga a Sus hijos.
Sé que mi actitud y mis acciones pueden crear unidad o destruirla; también sé que quiero crearla. Quiero tener la certeza que se recibe al estar unidos en Cristo. Quiero sentirme cerca del Padre Celestial y de Jesucristo y permitir que los profetas me dirijan hacia Ellos. Y quiero ayudar y recibir ayuda de otras personas en mi trayecto aquí en la vida terrenal.
Quiero elegir la unidad en Cristo. ¡Estoy segura de que hacerlo brindará más gozo!