LECCIÓN 17
UN REFUGIO EN ILLINOIS
TEMAS
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TEMAS La expulsión de los miembros de Misuri fue una amenaza para la Iglesia en esa región.
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Los élderes Brigham Young, Heber C. Kimball y otros proporcionaron estabilidad y dirección a la Iglesia mientras el Profeta José Smith estuvo en la cárcel.
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A pesar de los muchos obstáculos que se le presentaron, la Iglesia se estableció en Nauvoo, Illinois, con el fin de empezar otra vez a congregar a los santos.
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Tal como el Señor se lo había mandado, el Profeta se dirigió a las autoridades más altas del país para solicitar indemnización por las persecuciones sufridas en Misuri.
EL MANUAL PARA EL ALUMNO Y LAS ESCRITURAS
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Manual para el alumno, capítulo 17, págs. 231–245.
SUGERENCIAS
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Haga una lista de los problemas que enfrentó la Iglesia cuando los santos salieron de Misuri en el invierno de 1838–1839 y analícelos con la clase. Pueden considerar los hechos siguientes:
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Que José Smith se hallaba prisionero en la cárcel de Liberty.
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La época del año en que los expulsaron, y la escasez de alimentos, de ropa, de calzado, de frazadas (cobijas), etc.
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Adónde ir, dónde debían instalarse. ¿Era prudente que los de la Iglesia se dispersaran o que se juntaran? Refiérase al mapa que se encuentra en el manual del alumno (pág. 238). Hablen de los problemas que los santos enfrentaron.
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La forma en que los miembros de la Iglesia tuvieron que encarar el rechazo, la persecución y el odio, tanto individual como colectivamente.
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Hablen de la función que cumplieron los élderes Brigham Young y Heber C. Kimball para proporcionar estabilidad y dirección a la Iglesia durante ese período de crisis. ¿En qué sentido fueron estos hechos una preparación para conducir más adelante a los santos hacia el Oeste, después de la muerte del profeta José Smith?
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Hablen de lo que hizo el Señor para ayudar a Su pueblo no sólo a pasar esas pruebas sino también a continuar la obra misional y fortalecer la Iglesia.
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Analicen la forma en que la adversidad fortalece a los santos. En febrero de 1839, en medio de la expulsión del norte de Misuri, una joven llamada Elizabeth Haven Barlow escribió una carta a su prima:
“Ah, ¡cómo se lamenta Sión! Sus hijos han caído en las calles, heridos por la mano cruel del enemigo, y sus hijas sollozan en silencio. Es imposible que mi pluma te describa nuestra situación, sólo la conocen quienes la sufren. Entre cinco y siete mil hombres, mujeres y niños echados fuera del estado, expulsados de los lugares del recogimiento, despojados de casas y tierras, en la pobreza, tratando de buscar un lugar para habitar en donde puedan encontrarlo. Los santos salen con toda la prisa posible; sólo tienen hasta el 8 de marzo para abandonar el estado. El Profeta les ha mandado decir que se apresuren, que salgan rápidamente del estado. Unas doce familias cruzan el río hasta Quincy diariamente, mientras otras treinta quedan del otro lado, esperando para poder cruzar; es un proceso lento y sucio, y sólo hay un transbordador para la travesía… Junto al río de Babilonia podemos sentarnos, sí, mi querida, sollozamos al pensar en Sión…
“Contemplamos el presente con pesar y gran ansiedad. Debemos ahora dispersarnos en todas direcciones para buscar trabajo. Algunos de los hermanos queridos que se unían a nosotros para alabar y orar están ahora sepultados con los muertos; otros que hace apenas unos meses parecían bien plantados en el sendero angosto y estrecho ahora, para nuestro asombro y dolor, nos han abandonado y han huido; nuestro Profeta todavía está en la cárcel, así como muchos otros a quienes amamos. Al contemplar nuestra situación en el momento actual, se diría que Sión está totalmente destruida; pero no es así, la obra del Señor sigue adelante.
“Con maravillas obra Dios para llevar a cabo Sus prodigios. Muchos han sido tamizados, separados de la Iglesia, mientras que muchos otros han echado raíz, plantados firmemente en el amor, y son la sal de la tierra .
“Sólo los que permanezcan firmes hasta el fin, en medio de todas estas pruebas, serán hallados dignos de recibir una corona de gloria. Estas situaciones nos prueban al extremo, y tenemos que ser probados como el oro que es refinado siete veces” (Kenneth W. Godfrey, Audrey M. Godfrey y Jill Mulvay Derr, Women’s Voices: An Untold History of the Latter-day Saints; Salt Lake City: Deseret Book Company, 1982, págs. 106–109).
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Hablen de los esfuerzos que hizo el Profeta, presentando solicitudes al gobierno local, al del estado y al federal, en procura de una indemnización por los daños sufridos en Misuri (véase el Manual para el alumno, págs. 248–251). Si lo desea, cuente la siguiente experiencia que tuvo José Smith mientras se encaminaba a la ciudad de Washington con ese propósito:
“Mientras me hallaba en las montañas, a cierta distancia de Washington, nuestro cochero se bajó en una taberna para tomar una bebida alcohólica y, en ese momento, los caballos se asustaron y salieron a toda carrera colina abajo. Conseguí persuadir a mis compañeros de viaje de quedarse tranquilos en sus asientos, aunque tuve que contener a una mujer a fin de evitar que arrojara a su niñito por la ventana. Los pasajeros estaban sumamente nerviosos, pero utilicé todo mi poder de persuasión para calmarlos; luego, abriendo la portezuela, me afirmé en el costado de la diligencia lo mejor que pude y así conseguí llegar hasta el asiento del cochero donde tomé las riendas para detener a los caballos después de que habían recorrido unos cuatro o cinco kilómetros; ni el coche, ni los pasajeros ni los caballos sufrieron ningún daño. Mi acción se encomió con los términos más halagadores como uno de los hechos más valientes y heroicos, y los pasajeros no tenían palabras para expresarme su gratitud al encontrarse a salvo y ver que los caballos se habían sosegado. Entre nosotros había algunos miembros del Congreso que propusieron presentar la acción ante ese cuerpo legislativo, convencidos de que recompensarían públicamente tal conducta; pero después de preguntar mi nombre para mencionarme como la persona que les había salvado la vida, y enterarse de que era José Smith, ‘el Profeta mormón’, como me llaman, se acabaron las alabanzas, las muestras de gratitud y las menciones de una recompensa” (History of the Church, 4:23–24).