“Fuentes de luz y esperanza”, capítulo 14 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo III, Valerosa, noble e independientemente, 1893–1955, 2021
Capítulo 14: “Fuentes de luz y esperanza”
Capítulo 14
Fuentes de luz y esperanza
Luego de apartarse del lado de la cama de Joseph F. Smith, Heber J. Grant volvió a casa. No podía dormir, así que leyó y volvió a leer, entre lágrimas, el discurso de conferencia más reciente del presidente Smith mientras pensaba en el profeta moribundo. Cuando era niño, se emocionaba cada vez que Joseph F. Smith, en ese entonces un joven apóstol, discursaba en su barrio. A Heber todavía le asombraba la forma de predicar del presidente. Sentía que sus propios sermones desmerecían al compararlos con los de él.
Heber se durmió justo después de las seis y media de la mañana siguiente. Cuando despertó, se enteró de que el presidente Smith había muerto de neumonía1.
La familia y los amigos del profeta se congregaron en el cementerio unos días más tarde. Con la gripe propagándose por todo Utah, la mesa directiva de salud del estado había prohibido las reuniones públicas, así que quienes asistieron al funeral llevaron a cabo un servicio de sepultura privado2. Heber rindió un breve homenaje a su amigo: “Él era la clase de hombre que yo querría ser —dijo—. No ha habido otro hombre con un testimonio más poderoso del Dios viviente y de nuestro Redentor”3.
El 23 de noviembre de 1918, al día siguiente del funeral, los Apóstoles y el Patriarca Presidente apartaron a Heber como Presidente de la Iglesia, con Anthon Lund y Charles Penrose como sus consejeros4. Pese a que sus amigos expresaban confianza en su liderazgo, Heber tenía dudas en cuanto a cómo seguir los pasos del presidente Smith. Aunque había servido en el Cuórum de los Doce Apóstoles desde que tenía veinticinco años, Heber nunca había servido en la Primera Presidencia. El presidente Smith, por otra parte, había servido como consejero por décadas antes de su llamamiento como Presidente de la Iglesia5.
Además, la presidencia de Joseph F. Smith había estado llena de éxitos. El número de miembros de la Iglesia casi se duplicó durante su administración y estaba llegando a quinientos mil. Él comenzó una reforma general de los cuórums del sacerdocio, en la que se aclararon los deberes de los oficios del Sacerdocio Aarónico y se estandarizaron las reuniones y las lecciones de los cuórums y las organizaciones de la Iglesia6. Había ayudado también a que las personas vieran a la Iglesia desde una mejor perspectiva, mediante entrevistas a la prensa y al abordar controversias relacionadas con prácticas y enseñanzas anteriores de la Iglesia. Y en 1915, él dio inicio a la “noche de hogar” y solicitó a las familias que apartaran una noche al mes para orar, cantar, recibir instrucción acerca del Evangelio y jugar7.
Abrumado por ese legado, a Heber se le hacía cada vez más difícil dormir. Para aligerar la carga de su nuevo llamamiento, él y sus consejeros delegaron en otras personas algunas de las muchas responsabilidades de liderazgo del presidente Smith. Heber había servido como presidente de la Mesa Directiva General de Educación de la Iglesia, tal como lo había hecho el presidente Smith, pero llamó al apóstol David O. McKay como superintendente general de la Escuela Dominical. Además, asignó al apóstol Anthony Ivins para dirigir la Asociación de Mejoramiento Mutuo de los Hombres Jóvenes8. Pero debido a que Heber tenía años de experiencia como hombre de negocios en actividades bancarias y de seguros, optó por supervisar él mismo las compañías administradas por la Iglesia9.
Aun así, él permanecía ansioso. Ante la insistencia de amigos y compañeros de liderazgo de la Iglesia, él y su esposa Augusta se fueron de vacaciones a la costa de California. Una vez allí, Heber pudo dormir bien por primera vez desde la muerte del presidente Smith. Cuando él y Augusta regresaron a Salt Lake City unas semanas más tarde, él estaba descansado y listo para volver a trabajar10.
Durante los primeros meses de 1919, la pandemia de gripe impidió que Heber se dirigiera a los santos tan a menudo como a él le habría gustado. Más de mil miembros de la Iglesia habían muerto por causa de la gripe y Heber y sus consejeros decidieron posponer la conferencia general hasta la primera semana de junio debido a su preocupación por la salud pública. Se sintieron aliviados al saber que el presidente Smith había introducido prácticas inspiradas que protegerían la salud de los santos una vez que empezaran a llevar a cabo reuniones sacramentales regulares otra vez.
Durante gran parte de la historia de la Iglesia, por ejemplo, los santos habían bebido de un vaso compartido cuando participaban de la Santa Cena, pero a principios de la década de 1910, cuando se contaba con más información sobre los gérmenes, el presidente Smith había recomendado vasitos individuales de vidrio o metal para la Santa Cena. Heber pudo ver los beneficios para la salud que tal innovación brindaba al momento de combatir las enfermedades infecciosas11.
En noviembre, después de que la pandemia comenzó a ceder, Heber viajó a Laie, en Hawái, para dedicar el templo. Una vez más, no pudo evitar compararse con el presidente Smith, quien había hablado en el idioma de ese pueblo y entendía sus costumbres12.
El templo estaba lleno a rebosar para la dedicación. Para muchas personas, los eventos de ese día fueron la culminación de años de fervientes oraciones y fiel servicio. Los santos que se habían trasladado a la colonia hawaiana en Iosepa, Utah, a fin de estar más cerca del Templo de Salt Lake dejaron el asentamiento y regresaron a su tierra natal para adorar y servir en el nuevo templo.
Al igual que sus predecesores, Heber había preparado la oración dedicatoria con anticipación. Mientras le dictaba la oración a su secretario, había sentido la inspiración del Espíritu. “Es tanto más sublime que cualquiera de mis oraciones habituales —le dijo a Augusta— que en verdad agradezco al Señor con todo mi corazón por Su ayuda al prepararla”13.
En el salón celestial, habló con gratitud sobre Joseph F. Smith, George Q. Cannon, Jonathan Napela y otros hermanos que habían establecido la Iglesia en Hawái. Le pidió al Señor que bendijera a los miembros de la Iglesia de las Islas del Pacífico con el poder para obtener información sobre su genealogía y llevar a cabo las ordenanzas de salvación por sus antepasados muertos14.
Más adelante, Heber les escribió a sus hijas sobre esa experiencia. “Sentía tanta ansiedad y temor que es posible que la inspiración haya disminuido en nuestras reuniones a diferencia de lo que habría sucedido si el presidente Smith hubiera estado con nosotros —admitió—. Sin embargo, ahora siento que no había motivos para mi ansiedad”15.
Mientras Heber J. Grant estaba en Hawái, la secretaria general de la Sociedad de Socorro, Amy Brown Lyman, regresó luego de hablar en una conferencia de trabajadores sociales profesionales. Durante los últimos tres años, había asistido a conferencias similares para aprender los métodos más recientes para ayudar a los pobres y a los necesitados. Ella pensaba que los nuevos métodos podrían ayudar a mejorar la obra caritativa que realizaba la Sociedad de Socorro, la que últimamente dependía más y más de organizaciones externas como la Cruz Roja para ayudar a los Santos que pasaban por dificultades16.
Amy había empezado a interesarse en el trabajo social hacía unos años cuando su esposo Richard Lyman estaba estudiando ingeniería en Chicago. En ese tiempo, muchos ciudadanos de los Estados Unidos con mentalidad reformista apoyaban con fuerza las soluciones científicas para la pobreza, la inmoralidad, la corrupción política y otros problemas sociales. Durante su estadía en Chicago, Amy trabajó con varios grupos de obras benéficas que la inspiraron a hacer una labor similar en Utah17.
La Mesa Directiva General de la Sociedad de Socorro le asignó a Amy que dirigiera el recién formado Departamento de Servicios Sociales de la Iglesia para procurar ayuda a los santos necesitados, capacitar a las miembros de la Sociedad de Socorro en métodos modernos de ayuda y coordinar con otras organizaciones benéficas. Esta asignación tenía algo en común con el servicio que Amy prestaba en el Comité de Asesoría Social de la Iglesia, el que estaba conformado por miembros de los Doce y representantes de cada organización de la Iglesia, y que buscaba mejorar la moralidad y el bienestar temporal de los miembros18.
Después de volver de la conferencia sobre trabajo social, Amy trató de poner en práctica lo que había aprendido, pero no todas las integrantes de la Mesa Directiva General de la Sociedad de Socorro se mostraban entusiasmadas. Debido a que algunas trabajadoras sociales percibían un salario, Susa Gates pensaba que se estaba dando carácter comercial a algo que debía ser voluntario. También le preocupaba que el trabajo social reemplazara el modelo revelado a la Iglesia para llevar a cabo el servicio caritativo, con los obispos que tenían la mayordomía de recolectar y entregar ayuda a los necesitados. Pero lo que más le preocupaba era que el trabajo social parecía centrarse en el bienestar temporal más que en el desarrollo espiritual de los hijos de Dios, lo que constituía la piedra angular del mensaje de la Sociedad de Socorro19.
La mesa directiva tomó en cuenta los puntos de vista de Susa y de Amy y finalmente acordaron presentar una propuesta conciliatoria. Pensaban que no eran las organizaciones como la Cruz Roja las que debían ocuparse de cuidar de los santos necesitados cuando era el deber sagrado de la Sociedad de Socorro hacerlo. Aun así, aprobaron que se capacitara a las Sociedades de Socorro de barrio en métodos modernos de servicio social, que se empleara a un número limitado de trabajadoras sociales pagadas, y que se revisara cada solicitud de ayuda para asegurarse de que se distribuyera la asistencia de manera adecuada. Los obispos seguirían siendo los responsables en última instancia de decidir el uso que se debía dar a las ofrendas de ayuno, pero debían coordinar sus esfuerzos con las presidentas de la Sociedad de Socorro y las trabajadoras sociales20.
A comienzos de 1920, las miembros de la Sociedad de Socorro tomaron un curso mensual sobre trabajo social. El Comité de Asesoría Social organizó también un instituto de seis semanas en la Universidad Brigham Young para capacitar a nuevas trabajadoras sociales. Cerca de setenta representantes de sesenta y cinco Sociedades de Socorro de estaca asistieron al instituto. Aprendieron cómo evaluar las necesidades de una persona o de una familia y a determinar la mejor forma de ayudar. Amy supervisó las clases del instituto sobre salud, bienestar familiar y temas relacionados. El instituto, además, contrató a una autoridad en trabajo social de la ciudad de Nueva York para que impartiera las clases.
Cuando el curso finalizó en julio de 1920, las mujeres recibieron seis horas de créditos universitarios por haberlo completado. Para satisfacción de Amy, ahora podrían regresar a las Sociedades de Socorro locales y compartir lo que habían aprendido para mejorar el trabajo de la organización entre los santos21.
Tres meses después del instituto de verano, el presidente Grant anunció que el apóstol David O. McKay viajaría por Asia y el Pacífico para conocer más acerca de las necesidades de los santos en esas zonas. “Ha[rá] una inspección general de las misiones, estudi[ará] las condiciones en que se hallan, re[unirá] datos y, en resumen, obten[drá] una noción general”, dijo el presidente Grant a Deseret News. Hugh Cannon, un presidente de estaca de Salt Lake City, serviría como compañero de viaje del élder McKay22.
Los dos hombres salieron de Salt Lake City el 4 de diciembre de 1920 e hicieron la primera escala en Japón donde había unos 130 santos. Luego recorrieron la península de Corea y visitaron China, donde el élder McKay dedicó la tierra para la obra misional en el futuro. Desde allí fueron a visitar a los santos de Hawái y presenciaron una ceremonia de izamiento de la bandera realizada por niños hawaianos, estadounidenses, japoneses, chinos y filipinos de la Escuela de la Misión Laie, una de las docenas de escuelas pequeñas de propiedad de la Iglesia que el élder McKay planeaba observar durante sus viajes.23.
La ceremonia inspiró al Apóstol, quien tenía especial interés en las escuelas de la Iglesia.24. El presidente Grant lo había llamado hacía poco como Comisionado de Educación de la Iglesia, una posición nueva que se complementaba con su trabajo como Presidente General de la Escuela Dominical. Como comisionado, el élder McKay administraba el Sistema Educativo de la Iglesia, el cual estaba experimentando muchos cambios.
Por más de treinta años, la Iglesia había operado academias gestionadas por las estacas en México, Canadá y los Estados Unidos, así como escuelas gestionadas por las estacas en el Pacífico. En la última década, sin embargo, una gran cantidad de santos jóvenes de Utah y los alrededores habían comenzado a asistir a escuelas públicas gratuitas. Debido a que esas escuelas no impartían educación religiosa, muchas estacas habían organizado un “seminario” cerca de una escuela secundaria local para continuar brindando educación religiosa a los alumnos Santos de los Últimos Días.
El éxito del programa de Seminario motivó al élder McKay a cerrar las academias de las estacas. Sin embargo, todavía pensaba que la escuela de Laie y otras escuelas de las misiones internacionales, incluso la Academia Estaca Juárez de México, estaban realizando una labor esencial y que deberían continuar recibiendo apoyo de la Iglesia25.
Desde Hawái viajaron a Tahití y, luego, a la isla Norte de Nueva Zelanda, Te Ika-a-Māui. Allí, tomaron un tren a la ciudad de Huntly, no muy lejos de una gran pradera donde los santos maoríes estaban llevando a cabo su conferencia anual de la Iglesia y un festival. Ningún Apóstol había visitado Nueva Zelanda antes, y cientos de santos asistieron para oír hablar al élder McKay. Dos carpas grandes y varias carpas más pequeñas se habían instalado en la pradera para acomodarlos a todos.
Cuando el élder McKay y el presidente Cannon llegaron a la conferencia, Sid Christy, un nieto de Hirini y Mere Whaanga corrió a recibirlos. Sid había crecido en Utah y hacía poco había vuelto a Nueva Zelanda. Condujo a ambos hombres a las carpas y, mientras iban en camino, oyeron los gritos de bienvenida “¡Haere Mai! ¡Haere Mai!” a su alrededor26.
Al día siguiente, el élder McKay se dirigió a los santos en una de las carpas grandes. Aunque muchos santos maoríes hablaban inglés, le preocupaba que algunas personas de la congregación no le entendieran y expresó su pesar por no poder hablarles en su propio idioma. “Voy a orar para que, mientras hable en mi propio idioma, ustedes puedan recibir el don de la interpretación y el discernimiento —les dijo—. El Espíritu del Señor les dará testimonio de las palabras que les ofrezco bajo la inspiración de Él”27.
Mientras el Apóstol hablaba acerca de la unidad en la Iglesia, se dio cuenta de que muchos santos estaban escuchando con atención. Vio que tenían lágrimas en los ojos y sabía que algunos de ellos habían sido inspirados para entender el significado de sus palabras. Cuando finalizó, su intérprete, un hombre maorí llamado Stuart Meha, recitó los puntos principales del sermón para los santos que no los habían entendido28.
Unos días más tarde, el élder McKay habló otra vez en la conferencia; y predicó acerca de la obra vicaria por los muertos. Ahora que se había construido un templo en Hawái, los santos de Nueva Zelanda tenían mejor acceso a las ordenanzas del templo, aunque Hawái todavía estaba a miles de kilómetros y no se podía ir allí sin hacer un enorme sacrificio.
“No tengo dudas en mi corazón de que van a tener un templo”, les aseguró. Él deseaba que los santos se prepararan para ese día. “Deben estar listos para ello”29.
A principios de 1921, John Widtsoe, de cuarenta y nueve años, estaba llegando al final de su quinto año como presidente de la Universidad de Utah. Luego de haber sido removido de su cargo del Colegio Universitario de Agricultura de Utah en 1905, y de enseñar por un breve período en la Universidad Brigham Young, había vuelto al Colegio Universitario de Agricultura como su nuevo presidente. Luego, en 1916, fue nombrado presidente de la Universidad de Utah, así que él y Leah se mudaron con sus tres hijos a Salt Lake City.
Estando ellos recién llegados a la ciudad, la madre de John, Anna, su tía Petroline y su hermano Osborne, vivían cerca. Osborne, quien estaba casado y tenía dos hijos, era el director del Departamento de Inglés de la universidad30.
Pero el tiempo que estarían juntos no iba a durar mucho. Anna cayó enferma en la primavera de 1919. Cuando su condición empeoró en el verano, hizo venir a John y a Osborne juntos. “El Evangelio restaurado ha sido el gran gozo de mi vida —dijo a sus hijos—. Les ruego que compartan por mí este testimonio con todos los que deseen escucharlo”.
Cuando falleció, unas semanas más tarde, tenía a su hermana, sus hijos y sus nietos a su lado. Heber J. Grant, quien había servido como presidente de la Misión Europea durante la misión de Anna en Noruega, habló en el funeral. Cuando John habló acerca de la vida de su madre, su corazón rebosó de gratitud por ella.
“Se sacrificaba por su propia familia y por quienes necesitaban ayuda más allá de lo que puedo expresar —escribió en su diario—. Su devoción a la causa de la verdad era casi sublime”31.
Solo ocho meses más tarde, Osborne sufrió una repentina hemorragia cerebral y falleció al día siguiente. “Mi único hermano ha muerto —se lamentó John—. Me he quedado muy solo”32.
El 17 de marzo de 1921, un año después del funeral de Osborne, John se enteró de que el apóstol Richard Lyman lo había estado buscando toda la mañana. John lo llamó por teléfono de inmediato. “Venga a mi oficina sin demora”, dijo Richard con premura33.
John salió en seguida y se reunió con Richard en el nuevo Edificio de la Administración de la Iglesia34. Luego cruzaron la calle hacia el Templo de Salt Lake donde la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles estaban reunidos. John se sentó con ellos, sin saber con certeza por qué estaba allí. Como miembro de la Mesa Directiva General de la AMMHJ, a menudo se reunía con los miembros de los consejos más altos de la Iglesia; pero esta era la reunión habitual de los días jueves de la Primera Presidencia y de los Doce, y a él, por lo general, no se le invitaba.
El presidente Grant, quien dirigió la reunión, analizó algunos asuntos de la Iglesia. Luego se dirigió a John y lo llamó a tomar la vacante que había quedado en los Doce a causa de la muerte reciente de Anthon Lund. “¿Está dispuesto a aceptar el llamamiento?”, preguntó el presidente Grant.
El tiempo pareció detenerse de súbito para John. En su mente se agolparon pensamientos acerca del futuro. Si aceptaba el llamamiento, él sabía que su vida le pertenecería al Señor. Su carrera académica quedaría a medio camino a pesar de los años que le había dedicado. ¿Y qué sucedería con sus limitaciones personales? ¿Era digno del llamamiento?
Sin embargo, sabía que el Evangelio tenía prioridad en su vida. Sin vacilar, respondió: “Sí”35.
El presidente Grant lo ordenó de inmediato y le prometió más fortaleza y poder en Dios. Bendijo a John por haber escuchado el consejo de su madre y por haber sido siempre humilde y capaz de discernir entre la sabiduría del mundo y las verdades del Evangelio, y habló acerca de la obra que John efectuaría como Apóstol. “Cuando viajes por las diferentes estacas o por las naciones del mundo —le prometió el profeta—, recibirás el amor y la confianza de los Santos de los Últimos Días y el respeto de quienes no son de nuestra fe, con quienes llegues a relacionarte”36.
John salió del templo, listo para comenzar una nueva etapa de su vida, que no sería fácil. Él y Leah todavía tenían deudas, sus hijos mayores estaban listos para servir en misiones y él cambiaría su sueldo de la universidad por el modesto estipendio que recibían las Autoridades Generales por su servicio de tiempo completo. Pero estaba decidido a dar todo lo que tenía al Señor37.
Leah también deseaba hacerlo. “Sé que mi vida será muy diferente y podría, si me lo permitiera a mí misma, sentir temor por las muchas necesarias separaciones —le dijo al presidente Grant poco después—, pero me deleito en la oportunidad de trabajar no solo por mi gente como lo he hecho en el pasado, sino de manera más directa con ellos”.
—Mi corazón no se lamenta —agregó— por los ajustes en las finanzas, ni por la labor pública, ni por los deberes cotidianos que yo deba asumir como la esposa de un hombre que ha sido llamado a este gran servicio38.
Susa Gates se puso muy feliz al saber del llamamiento de su yerno al Cuórum de los Doce Apóstoles. Sus antiguos temores de que John diera prioridad a su carrera por sobre su familia y la Iglesia se habían disipado hacía tiempo y habían sido reemplazados por un amor profundo y perdurable por él y su devoción a Leah, a sus hijos y al Evangelio restaurado.
Le escribió a John una larga carta llena de consejos en la que expresaba las esperanzas que tenía sobre su nuevo ministerio. Todavía estaba preocupada por los cambios que estaban sucediendo en la Sociedad de Socorro y en otras organizaciones de la Iglesia. “El mundo se encuentra hoy en una condición de hambre espiritual“, le dijo a John. Ella pensaba que cada vez más personas de la Iglesia veían la salvación como una cuestión de desarrollo intelectual y ético más que de progreso espiritual.
Instó a su yerno a despertar espiritualmente a los hombres y mujeres adormecidos, que ya tenían plantada la “semilla de la vida eterna” en ellos. “Como el agricultor experto que eres, te corresponde cultivarla —escribió—; porque, después de todo, en cada una de esas almas yace un pequeño y profundo manantial de verdad y amor de Dios, al que solo se debe quitar un poco la maleza de inactividad mental para que emerjan como fuentes de luz y esperanza”39.
El llamamiento de John se produjo en un momento en que Susa sentía que su influencia en la Iglesia disminuía, en especial, porque Amy Lyman y otras hermanas seguían conduciendo la Sociedad de Socorro hacia nuevos rumbos. Con la esperanza de infundir nueva vida a la organización, algunas miembros de la Mesa Directiva de la Sociedad de Socorro habían solicitado con discreción a Heber J. Grant que relevara a Emmeline Wells como Presidenta General de la Sociedad de Socorro.
Emmeline, quien ya tenía noventa y tres años, era la única oficial de la Iglesia aún viva que había conocido al profeta José Smith. Por su frágil condición física y su salud debilitada, a menudo permanecía en cama y muchas veces dejaba que Clarissa Williams, su primera consejera, dirigiera los asuntos de la Sociedad de Socorro en las reuniones de la mesa directiva.
Los consejeros de Heber y el Cuórum de los Doce Apóstoles también pensaban que la Sociedad de Socorro tenía necesidad de un nuevo liderazgo. Sin embargo, Heber se mostraba reacio a relevar a Emmeline y suplicó que tuvieran paciencia. Todas las Presidentas Generales de la Sociedad de Socorro, desde Eliza R. Snow, habían servido hasta el momento de su muerte; y él amaba y admiraba a Emmeline. Cuando su madre era la presidenta de la Sociedad de Socorro del Barrio 13 de Salt Lake City —un cargo que ocupó por treinta años— Emmeline había sido su secretaria. Emily, la esposa de Heber, quien había muerto hacía más de una década, era miembro de la familia Wells y Heber tenía un vínculo profundo con ellos. ¿Cómo podía pensar en relevar a Emmeline?40.
Sin embargo, luego de consultar con las miembros de la Mesa Directiva General, la Primera Presidencia y los Doce decidieron que relevar a Emmeline era lo mejor para la Sociedad de Socorro. Heber extendió personalmente el relevo a Emmeline en su casa. Ella recibió la noticia con calma, pero le dolió en lo más profundo41. Al día siguiente, en la conferencia de la Sociedad de Socorro, en la primavera de 1921, Clarissa Williams fue sostenida como la nueva Presidenta General de la Sociedad de Socorro. La mayoría de las miembros de la Mesa Directiva General también fueron relevadas y se llamó en su lugar a nuevas miembros42.
Susa fue una de las mujeres que quedaron en la mesa directiva después de la reorganización. Ella pensaba que el presidente Grant había hecho bien al relevar a Emmeline, aunque se mostraba cautelosa con respecto a lo que vendría. El 14 de abril de 1921, durante la primera reunión de la nueva mesa directiva, Clarissa anunció varios cambios en la organización. El más significativo fue el nombramiento de Amy Lyman como directora de actividades de la Sociedad de Socorro, lo que le permitía hacerse cargo de todas las actividades de los departamentos, incluso de la publicación Relief Society Magazine. Susa conservó su puesto como editora de la publicación periódica, pero por instrucciones de Clarissa la posición pasó a ser una asignación anual. El futuro de Susa en la revista ya no estaba garantizado.
Preocupada por los cambios, Susa se preguntó si estos tenían que ver con su falta de capacidad para llegar a acuerdos con Amy en cuanto a los servicios sociales43.
Seis días más tarde, Susa visitó a Emmeline, quien ahora pasaba más tiempo en cama y, a menudo, lloraba por causa de su relevo. Sus hijas Annie y Belle permanecían todo el tiempo a su lado para consolarla. Susa hizo lo mejor que pudo para dar ánimos a su vieja amiga. “Tía Em —le dijo—, todo el mundo te ama”.
—Espero que así sea —respondió Emmeline—. Si no es así, nada puedo hacer44.
Murió en paz el 25 de abril y Susa escribió un sentido homenaje para la revista Improvement Era. Elogió a Emmeline por sus muchos años como poetisa, editora de la revista Woman’s Exponent y como una tenaz defensora del sufragio femenino, el que hacía poco se había incorporado como ley en la Constitución de los Estados Unidos. Pero Susa reservó el mayor elogio hacia Emmeline por su labor de almacenamiento de granos, una asignación que recibió de Brigham Young en 1876. Susa señaló que los granos de la Sociedad de Socorro habían ayudado a personas que sufrían en todo el mundo.
“La característica predominante de la vida de la señora Wells era su máxima determinación —escribió—. Sus ambiciones eran grandes y sus propósitos elevados; mas a través de ellos corría una hebra de verdad hasta su testimonio, el que la preservaba, y el que hacía de ella una luz asentada sobre un monte”45.