Spencer W. Kimball: Un hombre de acción
El presidente Kimball vivía lo que enseñaba: “Lo que sabemos no es lo más importante, sino más bien lo que hacemos y lo que somos”.
En 1981, el élder Robert D. Hales, en aquel entonces miembro del Primer Quórum de los Setenta, dijo acerca del presidente Spencer W. Kimball: “Es un hombre de acción, como lo demuestra el letrerito que tiene en su escritorio, que dice ‘Hazlo’ ”1.
Como duodécimo Presidente de la Iglesia, desde diciembre de 1973 hasta noviembre de 1985, este “hombre de acción” instó a los Santos de los Últimos Días a evitar la autocomplacencia y a alcanzar un nivel cada vez mayor de excelencia en el Evangelio. “Tenemos que alargar el paso”, decía2. También aconsejó: “Recordemos que lo que sabemos no es lo más importante, sino más bien lo que hacemos y lo que somos. El plan del Maestro es un programa de acción, de aplicación, no de mero conocimiento. El conocimiento por sí solo no es el fin. Más bien, nuestro carácter se define por nuestra rectitud en vivir y aplicar ese conocimiento a nuestra propia vida y al servicio a los demás”3.
A lo largo de su vida, el presidente Kimball demostró su cometido de vivir el Evangelio. Sus enseñanzas, a su vez, aportan consejos prácticos e inspiradores que a cada uno de nosotros nos son útiles para vivir el Evangelio más plenamente. Los siguientes ejemplos provienen de Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball, que será el manual de estudio de 2007 para el Sacerdocio de Melquisedec y la Sociedad de Socorro y que está disponible en 26 idiomas, incluido el braille inglés.
La oración
Una de las experiencias más duras de la vida de Spencer W. Kimball fue la pérdida de su madre, que murió cuando él tenía 11 años. Así relató sus sentimientos al recibir la noticia: “Fue como si un rayo me hubiera caído encima. Salí corriendo de la casa al patio de atrás, para estar solo con mi torrente de lágrimas. Al estar donde nadie podía verme ni oírme, al estar lejos de todos, lloré y lloré… Mi corazón de once años parecía a punto de estallar”.
Incluso a esa temprana edad, Spencer era consciente del consuelo y la paz que brinda la oración. Durante ese triste momento, un amigo de la familia escribió: “…cómo pesaba en su corazoncito la muerte de su madre y, sin embargo, cuán valientemente luchaba con su dolor y buscaba consuelo en la única fuente donde podía encontrarlo”4.
En cuanto a la oración, el presidente Kimball enseñó lo siguiente: “La oración es un enorme privilegio, no sólo por hablar con nuestro Padre Celestial sino también por recibir amor e inspiración de Él. Y al finalizar nuestras oraciones, debemos escuchar atentamente, incluso durante varios minutos. Hemos orado pidiendo consejo y ayuda; a continuación, debemos estar ‘quietos, y conoce[r] que [Él es] Dios’ (Salmos 46:10)”5.
“El aprendizaje del lenguaje de la oración es una experiencia gozosa que dura toda la vida. A veces, al escuchar después de una oración, la mente se nos llena de ideas; a veces son sentimientos que nos invaden y percibimos un espíritu de calma que nos asegura que todo irá bien, pero, si hemos sido sinceros y fervientes, sentiremos siempre bienestar, un sentimiento de amor por nuestro Padre Celestial y de Su amor por nosotros. Me entristece saber que hay algunos que no han comprendido el significado de esa calidez serena y espiritual, porque es un testimonio que recibimos de que se han escuchado nuestras oraciones. Y, puesto que nuestro Padre Celestial nos ama con un amor mayor que el que sentimos por nosotros mismos, significa que podemos confiar en Su bondad, confiar en Él; quiere decir que si continuamos orando y viviendo como es debido, la mano de nuestro Padre nos guiará y bendecirá”6.
El estudio de las Escrituras
Cuando tenía 14 años, Spencer Kimball oyó un sermón en el que el orador preguntó qué personas de la congregación habían leído la Biblia en su totalidad. Sólo unas cuantas personas levantaron la mano. Como él no era una de ellas, Spencer sintió en lo más profundo de su ser la necesidad de leer este libro sagrado entero, lo que comenzó a hacer aquella misma noche a la luz de una lámpara de aceite. Alcanzó su meta de leer la Biblia entera en más o menos un año, y ese logro contribuyó a su aprecio por el estudio de las Escrituras que fue parte de él durante toda la vida7.
El presidente Kimball a menudo enseñaba el siguiente principio acerca del estudio de las Escrituras: “Pido que todos evaluemos sinceramente nuestro estudio de las Escrituras. Es común y corriente que tengamos unos cuantos pasajes de éstas disponibles, como flotando en nuestra memoria, y que con eso nos hagamos la ilusión de que sabemos mucho del Evangelio. En ese sentido, el tener un poco de conocimiento puede ser en realidad un problema. Estoy convencido de que, en algún momento de la vida, cada uno de nosotros debe descubrir las Escrituras por sí mismo, y no sólo hacerlo una vez, sino volver a descubrirlas una y otra vez”8.
“Me doy cuenta de que cuando tomo a la ligera mi relación con la divinidad y cuando me parece que no hay oído divino que me escuche ni voz divina que me hable, es porque yo estoy lejos, muy lejos. Si me sumerjo en las Escrituras, la distancia se acorta y vuelve la espiritualidad; amo más intensamente a Aquellos a quienes debo amar con todo mi corazón, alma, mente y fuerza, y al amarlos más, me es más fácil seguir Sus consejos”9.
La reverencia
Durante una visita a un centro de reuniones de la Iglesia, el presidente Kimball vio unas toallas de papel para las manos en el suelo de un cuarto de baño. Las tiró y después limpió el lavabo. Un líder local quedó tan impresionado por ese ejemplo de cuidado y respeto, que a su vez decidió enseñar a los demás a demostrar más reverencia por los edificios de la Iglesia y otras cosas sagradas10.
El presidente Kimball enseñó:
“Suele ocurrir, tanto antes como después de las reuniones, que los miembros de la Iglesia forman grupos en la capilla para intercambiar saludos. Algo de esa aparente irreverencia tiene inocente origen en el hecho de que somos una gente amistosa y que el día de reposo es una ocasión oportuna para charlar, hermanarnos y conocer a las personas que sean nuevas. Los padres deben dar el ejemplo a su familia llevando a cabo las conversaciones antes o después de las reuniones y en el vestíbulo o en otras partes del edificio fuera de la capilla. Después de una reunión, los padres pueden contribuir a llevar consigo el espíritu de la reunión a su casa comentando con sus hijos en el hogar sobre un pensamiento, un número musical o algún otro aspecto positivo de ella”11.
“Debemos recordar que la reverencia no es una conducta sombría y pasajera que adoptamos para el domingo. La verdadera reverencia lleva implícitos la felicidad así como el amor, el respeto, la gratitud y la veneración a Dios; es una virtud que debe formar parte de nuestra manera de vivir. De hecho, los Santos de los Últimos Días deberían ser la gente más reverente de toda la tierra”12.
La devoción al Salvador
A finales de la década de los 40, el élder Spencer W. Kimball, que había sido apóstol desde 1943, sufrió una serie de ataques cardíacos. Durante la subsiguiente convalecencia, se quedó en casa de unos amigos de Nuevo México. En un artículo de las revistas de la Iglesia, se contó después un incidente que ocurrió mientras estuvo allí:
“Durante ese tiempo de recuperación, una mañana encontraron que su cama estaba vacía, y, pensando que habría salido a caminar un rato y que volvería a tiempo para el desayuno, los que lo atendían se pusieron a hacer otras tareas. Pero cuando llegaron las diez de la mañana y no había regresado, empezaron a preocuparse y fueron a buscarlo.
“Al fin lo encontraron, a varios kilómetros de distancia, sentado bajo un pino; a su lado estaba la Biblia, abierta en el último capítulo del Evangelio de Juan; tenía los ojos cerrados, y al acercarse el grupo que lo buscaba, permaneció inmóvil como estaba cuando lo divisaron al principio.
“Al oír sus voces agitadas, abrió los ojos y cuando levantó la cabeza, notaron vestigios de lágrimas en sus mejillas. Para contestar a sus preguntas, les dijo: ‘Hace [cinco] años me llamaron para ser Apóstol del Señor Jesucristo y simplemente deseaba pasar un día con Él, cuyo testigo soy’”13.
Como testigo especial de Cristo, el presidente Kimball dio su testimonio mientras enseñaba acerca del Salvador:
“¡Ah, cuánto amo al Señor Jesucristo!”, dijo. “Espero poder demostrarle y manifestarle mi sinceridad y devoción. Quiero vivir cerca de Él. Quiero ser como Él y ruego que el Señor nos ayude a todos para que podamos ser, como Él dijo a Sus discípulos nefitas: “…Por lo tanto, ¿qué clase de hombres habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27:27)”14.
“Cuando pensamos en el gran sacrificio de nuestro Señor Jesucristo y en los sufrimientos que padeció por nosotros, seríamos muy ingratos si no lo apreciáramos hasta donde nuestras fuerzas nos lo permitieran. Él sufrió y murió por nosotros; sin embargo, si no nos arrepentimos, toda Su angustia y dolor por nosotros son en vano”15.
“Cuanto más comprendamos lo que realmente sucedió a Jesús de Nazaret en Getsemaní y en el Calvario, tanto mejor entenderemos la importancia del sacrificio y de la abnegación en nuestra propia vida”16.
El servicio a los demás
Una joven madre y su hijita de dos años se quedaron detenidas en un aeropuerto debido al mal tiempo, y estuvieron horas esperando en largas filas intentando conseguir un vuelo para volver a su casa. La niña estaba cansada y se quejaba mucho; pero la madre, que estaba embarazada y en peligro de abortar, no la tomó en brazos. Un médico le había aconsejado que evitara levantarla a menos que fuera absolutamente necesario. La mujer oyó críticas de las personas que la rodeaban cuando se sirvió de su pie para desplazar a su hija, que estaba en la fila llorando. Nadie le ofreció ayuda. Pero entonces, recordaba la mujer, “un caballero se acercó a nosotras y con una bondadosa sonrisa, me preguntó: ‘¿Le puedo ayudar en algo?’. Con un suspiro de alivio, le agradecí y acepté su ofrecimiento. Él levantó a mi hijita llorosa del suelo frío y la estrechó contra sí mientras le daba golpecitos suaves en la espalda. Luego me preguntó si le podía dar una barrita de chicle. Una vez que ella se calmó, llevándola todavía en los brazos se acercó a los que estaban en la línea delante de mí y amablemente les explicó que yo necesitaba ayuda; aparentemente, todos estuvieron de acuerdo, y él entonces fue hasta el mostrador [que quedaba al principio de la línea] e hizo arreglos con el agente para que me pusiera en un vuelo que salía al poco rato. Después, me acompañó a un banco y conversamos un momento, hasta que se aseguró de que yo estaría bien. Luego se despidió y se fue. Aproximadamente una semana más adelante, vi una fotografía del apóstol Spencer W. Kimball y reconocí en ella al extraño que me había ayudado en el aeropuerto’ ”17.
Con sus numerosos ejemplos de prestar servicio a los demás, los que demostraron el cometido que el presidente Kimball tenía con este principio, él enseñó:
“Dios nos tiene en cuenta y vela por nosotros; pero por lo general, es por medio de otra persona que atiende a nuestras necesidades. Por lo tanto, es vital que nos prestemos servicio unos a otros en el reino. La gente de la Iglesia necesita la fortaleza, el apoyo y el liderazgo mutuos en un grupo de creyentes que es una comunidad de discípulos. En Doctrina y Convenios leemos lo importante que es ‘socorre[r] a los débiles, levanta[r] las manos caídas y fortalece[r] las rodillas debilitadas’ (D. y C. 81:5). Son muchas las veces en que nuestros actos de servicio consisten simplemente en palabras de aliento, en ofrecer ayuda en tareas cotidianas, ¡pero qué consecuencias gloriosas pueden tener esos actos de ayuda y las acciones sencillas pero deliberadas!”18.
“El prestar servicio a nuestros semejantes hace más profunda y más dulce esta vida mientras nos preparamos para vivir en un mundo mejor. Aprendemos a servir prestando servicio. Cuando nos encontramos embarcados en el servicio a nuestro prójimo, no solamente lo ayudamos con nuestras acciones sino que también ponemos nuestros problemas en la debida perspectiva. Si nos preocupamos más por otras personas, tendremos menos tiempo para preocuparnos por nosotros mismos. En medio del milagro de prestar servicio, está la promesa de Jesús de que si nos perdemos [en servir], nos hallaremos a nosotros mismos [véase Mateo 10:39].
“No sólo ‘nos hallamos’ en el sentido de que reconocemos la guía divina en nuestra vida, sino que cuanto más sirvamos a nuestros semejantes en la forma adecuada, más se ennoblecerá nuestra alma. Al prestar servicio a los demás, nos convertimos en mejores personas, en personas de más valía. Ciertamente, es mucho más fácil ‘hallarnos’ ¡porque hay mucho más de nosotros para hallar!”19.
Compartir el Evangelio
El élder Spencer W. Kimball, del Quórum de los Doce Apóstoles, se encontraba en el restaurante de un hotel de Quito, Ecuador, en compañía de un grupo de personas entre las que se encontraban cuatro misioneros. Tras pedir pan y leche, el élder Kimball preguntó al camarero si tenía hijos. Éste respondió que tenía un varón. El élder Kimball le dijo entonces: “El pan y la leche le brindarán salud, pero tendrá más salud todavía si le da el alimento que estos jóvenes tienen para ofrecer”. El mozo se quedó un tanto perplejo ante esa declaración. Entonces, el élder Kimball le indicó que los jóvenes a los que se refería eran misioneros y que enseñaban el Evangelio de Jesucristo. El hombre dijo que le interesaría escuchar sus enseñanzas20.
El presidente Kimball, un verdadero hombre de acción en lo que toca a la obra misional, dijo lo siguiente:
“Pienso que el Señor ha puesto, de una forma muy natural, entre nuestros amigos y conocidos a muchas personas que están listas para entrar en Su Iglesia. Les pedimos que oren para reconocer a esas personas y luego soliciten la ayuda del Señor para presentarles el mensaje del Evangelio”21.
“Hay una aventura espiritual en la obra misional, en dar referencias, en acompañar a los misioneros cuando van a dar las charlas. Es algo emocionante y compensador. Las horas, el esfuerzo, la expectativa, todo vale la pena si aunque sea un alma expresa arrepentimiento, fe y el deseo de bautizarse”22.
“Hermanos y hermanas, me pregunto si estamos haciendo todo lo que podemos. ¿Somos displicentes con respecto a nuestra asignación de enseñar el Evangelio a los demás? ¿Estamos preparados para alargar nuestro paso? ¿Para ampliar nuestra visión?”23.
El amor y la espiritualidad en la familia
El presidente Kimball era un padre afectuoso. Su hijo Edward dijo: “Mi padre era siempre muy cariñoso y yo sabía que me amaba”. Edward recordó una ocasión en la que su padre y él asistieron a una asamblea solemne del Templo de Salt Lake: “Había miles de hombres allí. Al terminar la reunión, [mi padre] me vio en el coro, con el que había cantado, y al salir fue a saludarme, me abrazó y me besó”24.
En un testimonio que dio desde lo más profundo de su corazón, el presidente Kimball enseñó:
“¿Cuánto tiempo hace que abrazaron a sus hijos, chicos o grandes, y les dijeron que los quieren y que están contentos de que ellos puedan pertenecerles para siempre?”25.
“Dios es nuestro Padre y nos ama. Él gasta mucha energía en Su afán de capacitarnos y debemos seguir Su ejemplo amando intensamente a nuestros hijos y criándolos con rectitud”26.
“Un verdadero hogar Santo de los Últimos Días es un refugio de las tormentas y problemas de la vida… La espiritualidad nace y se alimenta por medio de la oración y el estudio de las Escrituras diarios, los análisis en familia de los principios del Evangelio y actividades relacionadas con esos principios, las noches de hogar, los consejos de familia, el trabajar y el divertirse juntos, el prestar servicio unos a otros y el compartir el Evangelio con aquellos que nos rodean. También alimentamos la espiritualidad cuando actuamos con paciencia, bondad e indulgencia hacia nuestro prójimo y cuando aplicamos los principios del Evangelio en el círculo familiar. En el hogar es donde llegamos a ser expertos y eruditos en la rectitud del Evangelio, aprendiendo y viviendo juntos sus verdades”27.
“Lo que debo hacer”
La vida y las enseñanzas del presidente Kimball nos recuerdan la necesidad de poner en acción el conocimiento del Evangelio, y encontramos un recordatorio más de la importancia que otorgaba a esto en un pequeño pero significativo cambio que se introdujo en la hermosa canción de la Primaria “Soy un hijo de Dios” (Himnos, Nº 196). Según su letra original, que databa de 1957, la canción terminaba con estas palabras: “Enséñenme lo que debo saber para que algún día yo con Él pueda vivir”. Tiempo después, el élder Kimball, en aquel entonces miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, sugirió que se cambiara una palabra de aquella frase final. Ahora la canción termina así: “Enséñenme lo que debo hacer para que algún día yo con Él pueda vivir” [según la versión del inglés]28.
Estas palabras resumen de manera hermosa y breve la vida y las enseñanzas del presidente Kimball. Mediante la palabra y el ejemplo, nos enseñó lo que debemos hacer para vivir con nuestro Padre Celestial algún día. Si seguimos ese camino de cumplimiento del Evangelio —de hacer todo lo que debemos hacer—, contaremos con esta promesa profética del presidente Kimball: “La puerta que conduce al sitio donde se halla atesorada la felicidad está abierta para los que vivan de acuerdo con el Evangelio de Jesucristo en su pureza y sencillez… La seguridad de una felicidad suprema, la certeza de una vida venturosa aquí, así como de la exaltación y la vida eterna en el mundo venidero, llegan a aquellos que proyectan llevar su vida de completa conformidad con el Evangelio de Jesucristo, y luego siguen invariablemente el curso que se han fijado”29.