2007
Los aretes
Enero de 2007


Los aretes

El día después de que mi esposa perdió el arete de oro, me di cuenta de que habíamos perdido algo mucho más importante.

Una vez le regalé a mi esposa unos hermosos aretes (pendientes) de oro para su cumpleaños. Le quedaban muy bien, dado que tiene el cuello largo y esbelto, y la forma de los pendientes era de dos círculos concéntricos unidos de tal forma que podían moverse y juguetear con los rayos del sol. A mi esposa Yelena le encantaban y lucía deslumbrante cuando los llevaba puestos.

Entonces llegó el día de la mejor de todas las fiestas, la actividad de Navidad de nuestra rama de Penza, Rusia. Se me había encargado organizarla, por lo que estaba dándome prisa y quería llegar allí lo más pronto posible para asegurarme de que todo estuviera preparado a tiempo. En cambio, Yelena no se apresuraba, sino que seguía arreglándose con detenimiento. Cuando se me acabó la paciencia, le dije que dejara de maquillarse, insistiendo en que en realidad no le hacía falta para estar hermosa. Ése fue mi error; me dijo que no iría a ninguna parte y que yo tendría que ir a la fiesta solo.

Eso nos condujo a una pequeña discusión y nos dirigimos palabras ásperas el uno al otro. Al final no cumplió la amenaza, pero en el viaje a la actividad no nos dirigimos una sola palabra, como si fuéramos auténticos extraños.

La fiesta de Navidad se celebró en el gran auditorio de una escuela cercana. Varios amigos y miembros de la rama nos habían ayudado a decorar la sala con flores y con láminas de la vida y la muerte del Señor. Cuando llegamos, nos sentamos en nuestro sitio y mi esposa se dio cuenta de que sólo llevaba puesto un arete. Fue una desagradable sorpresa y olvidamos completamente nuestra discusión. Buscamos por todas partes a nuestro alrededor, pero fue en vano, el arete no aparecía por ningún lado. Pensamos que lo mejor sería olvidarnos de ello por el momento y ver el maravilloso concierto que nuestros amigos habían preparado.

Aunque el concierto fue en verdad fabuloso, mi esposa y yo no pudimos disfrutarlo en su totalidad. Se nos había amargado el día y regresamos a casa muy abatidos. Nos entristeció la pérdida del arete, no sólo porque era caro y hermoso, sino sobre todo porque era un regalo que simbolizaba el amor que sentía por mi esposa.

Cuando desperté al día siguiente, me di cuenta de que habíamos perdido algo mucho más importante que un arete de oro: la unidad que teníamos. Volviéndome hacia Yelena, le dije: “Mira qué bonito es el otro arete y cómo se refleja la luz en él. Piensa en todo el oro y el trabajo que se necesitaron para crearlo, y fíjate ahora en que está ahí solo, encima de tu mesa; sin embargo, al extraviarse el otro, perdió casi todo el encanto que tenía cuando formaba parte de un par. A nosotros nos pasa lo mismo. Cuando estamos unidos, somos una hermosa y potente fuerza creativa para hacer lo bueno. Pero cuando no estamos unidos, no tenemos la misma energía, fuerza y belleza”.

Mi esposa comenzó a derramar lágrimas y se me acercó para abrazarme. Le temblaba la voz cuando hablaba, pero sus palabras me estremecieron de la cabeza a los pies: “No deberíamos discutir nunca. Deberíamos ser como nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo. Nos amamos y hemos sellado nuestro matrimonio para la eternidad en el santo templo. El diablo quiere destruir a todas las familias de la tierra, pero no puede lograrlo si permanecemos unidos. Te quiero aún más después de este incidente. Dios nos ha mostrado lo que es una familia de verdad”.

La abracé mientras me corrían las lágrimas por las mejillas. Ahora sabía que tenía entre mis brazos mi mayor bendición.