Una decisión difícil
La autora vive en Utah, EE. UU.
¿Perdería a su nuevo amigo a causa de un videojuego malo?
“Haz el bien; cuando tomes decisiones” (Himnos, Nº 155).
Diego caminó cansadamente al subir la cuesta de la escuela a su casa. Normalmente, el recreo era la mejor parte del día, ¡pero toda la semana había sido terrible! Nadie quería jugar al fútbol con él, así que simplemente se paseaba solo por el patio de la escuela hasta que sonaba la campana.
“Mamá, ¡ya llegué!”, gritó Diego mientras se deslizaba por la puerta y se sentaba en la cocina.
“¿Qué tal te fue en la escuela?”, preguntó la mamá.
“No muy bien”. Diego tomó una manzana. “Nadie quería jugar conmigo en el recreo”. Sentía que las lágrimas estaban a punto de salírsele, así que cerró los ojos con fuerza.
“Es difícil sentirse solo o que te dejan de lado”, dijo la mamá, poniéndole la mano sobre el hombro. “Quizás podrías hacer una oración para pedir ayuda”.
Diego se restregó los ojos. “Gracias, mamá”, dijo, y corrió a su habitación. ¿De verdad le importaba al Padre Celestial si tenía amigos con quienes jugar en el recreo? Diego se arrodilló y oró pidiendo que pudiera tener un amigo; cuando terminó, se sintió un poco mejor, pero todavía no sabía qué hacer.
Al día siguiente, después de la escuela, sonó el timbre de la puerta y Diego corrió para ir a contestar. Era un niño nuevo del vecindario; ese día, Diego lo había visto en el patio de la escuela.
“Hola, soy Rubén”, dijo él. “¿Quieres jugar en mi casa?”.
Diego sonrió feliz. ¿Un amigo con quien jugar? ¡Era una respuesta a su oración!
Caminaron a la casa de Rubén y se sentaron en el sofá. El hermano mayor de Rubén estaba jugando a un videojuego. Al principio, Diego no sabía qué pensar; el juego era muy violento y tenía imágenes malas, pero parecía que a Rubén y a su hermano les gustaba. “¡Mátalo!”, gritó Rubén mientras miraban.
Diego sentía que se le retorcía el estómago, y fijó la vista en los pies. Sabía que no debía ver videojuegos como ése,
pero ¿qué podía hacer?
No quería que su nuevo amigo pensara que era demasiado aburrido para jugar videojuegos emocionantes. ¿Lo consideraría Rubén como una persona rara si expresaba su opinión?
Miró alrededor de la habitación y trató de pensar en otras cosas que pudieran hacer.
Diego respiró hondo. “Oye… ¿me podrías enseñar el resto de la casa?, o quizás podríamos jugar arriba”, dijo él.
Rubén miró a Diego por un momento. Diego se mordió el labio; ¿le diría Rubén que ya no quería jugar más?
Entonces a Rubén se le iluminaron los ojos. “¿Te gustan los autos? Tengo unos autos rapidísimos. ¿Quieres jugar a las carreras?”.
Diego sonrió y asintió; siguió a Rubén hacia arriba. Se le pasó el sentimiento de preocupación y sintió como si estuviera flotando por las escaleras. Estaba contento de tener un nuevo amigo y se alegraba de no haber visto algo malo.
“El auto rojo es mío”, dijo Rubén, “pero puedes usar el azul o el verde. ¿Cuál quieres?”.
Diego extendió la mano hacia el verde, que era su color favorito. Ésa era una decisión fácil de tomar.