Reflexiones
La ventana hacia la piscina
La autora vive en Utah, EE. UU.
Las relaciones familiares pueden ayudarnos a aprender, entender y vivir el Evangelio.
Ya se acababan nuestras vacaciones y aquella mañana, mientras desayunábamos, planificamos cómo aprovechar al máximo el tiempo que nos quedaba en el hotel antes del largo viaje de regreso a casa. Mi esposo decidió llevar a nuestras tres hijas a la piscina por última vez y yo aprovecharía la máquina de caminar que había en el gimnasio del hotel.
La máquina que seleccioné miraba hacia una enorme ventana desde la que se veía la piscina. Al poco rato, vi a una familia, mi familia, llegar a la piscina. Las toallas, el calzado y las camisetas volaron por el aire mientras las niñas, animadísimas, se preparaban para lanzarse al agua. Por lo general, yo estaría detrás de ellas recogiendo la ropa y el calzado y, sinceramente, algo molesta por tener que hacerlo. Sin embargo, ahora veía a la familia desde afuera, como si la ventana gigante fuera la pantalla de un cine. Observé la escena mientras mis pies caminaban rítmicamente por la cinta.
Vi lo felices que estaban todos, cómo reían y jugaban juntos, y pensé en las veces en que me había sentido desanimada por las pequeñas discusiones que inevitablemente surgen en una familia y por la intranquilidad de que, a pesar de mis mejores intenciones, no lograba enseñar a mis hijas a amarse las unas a las otras. Pero, mientras las observaba, vi a personas que eran felices juntas; descubrí que sí estaba enseñándoles a amarse mutuamente, sólo que no era capaz de apreciarlo.
Vi a una de las niñas saltar una y otra vez desde el borde de la piscina a los brazos de su papá; pensé en todos los grandes saltos que daría en la vida y tuve la esperanza de que confiara en que su Padre Celestial la agarraría cada vez que lo hiciera. Sabía que con cada salto estaba aprendiendo a tener confianza y que ser parte de nuestra familia era una manera segura de adquirir esa confianza.
Otra hija procuraba perfeccionar una técnica de natación y vi cómo su familia la alentaba a seguir intentándolo. En la vida tendría momentos en los que iba a necesitar ese mismo apoyo durante pruebas más difíciles.
Entonces vi cómo a nuestra tercera hija la empujaban accidentalmente a la piscina. Molesta y enojada, logró salir del agua balbuceando y se sentó en una silla. Su familia se percató de inmediato de su ausencia y vi cómo cada uno la animaba de manera amorosa para que volviera con ellos. Ella finalmente lo hizo, y pensé en su futuro, en todas las veces en que se haría daño y tendría el deseo de rendirse. Esperaba que siempre pudiera hallar en el amor de su familia la fortaleza para perseverar.
De pronto caí en la cuenta: nuestra familia puede ser una parte esencial para que logremos aprender, entender y vivir el Evangelio. Nefi indicó que “por pequeños medios el Señor puede realizar grandes cosas” (1 Nefi 16:29); y así es con las familias. Sí, los padres tienen dificultades, pero cada esfuerzo por enseñar, formar y amar, aun cuando sea pequeño, importa.
Mi pequeña película llegó a su fin. Al apagar la máquina de caminar y ver a mi familia recoger la ropa, sentí la determinación renovada de seguir adelante haciendo las cosas pequeñas que a veces me preocupa que no estén marcando ninguna diferencia.