Paciencia: Más que esperar
La autora vive en Utah, EE. UU.
La paciencia no es una lección que se aprende con facilidad, pero vale la pena.
“Hermana Olsen, la bendecimos con paciencia”. Esas no eran las palabras que deseaba oír. Había estado orando todo el día a fin de tener la fe suficiente para ser sanada. En la bendición, se me prometió que algún día mejoraría, pero se me aseguró que eso tomaría tiempo.
Suspiré cuando los élderes terminaron de darme la bendición. Sólo me faltaban tres meses para terminar mi misión, y quería estar con la gente; no enferma, en la cama. Acepté la voluntad del Señor, pero francamente no comprendía por qué me haría esperar.
Me tomó varios días aceptar la situación; me había resignado al hecho de que no mejoraría de inmediato, pero durante ese tiempo me sentí abatida, hasta que un día acudí a las Escrituras. Finalmente, encontré la paz que necesitaba en Santiago 1. José Smith encontró su respuesta en el versículo 5; la mía estaba en los versículos 2–4:
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas [la traducción de José Smith en inglés cambia ‘diversas pruebas’ a ‘muchas aflicciones’],
“sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
“Pero tenga la paciencia su obra perfecta, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”.
Al leer esos versículos, no puedo decir que de pronto tuviera “por sumo gozo” el estar enferma, pero sí aprendí algunas cosas que me ayudaron a sentirme menos triste con respecto a mi situación.
El hecho de que no hubiese sido sanada de inmediato no significaba que no tuviera fe, y no significaba que al Señor no le importara mi situación, ya que, en realidad, era todo lo contrario. Al Señor le interesaba lo suficiente para probar mi fe al no sanarme de inmediato, a fin de que pudiese cultivar la paciencia.
Me di cuenta de que el Señor deseaba que cultivara la paciencia debido a que es una característica vital. La paciencia nos purifica; la paciencia nos ayuda a llegar a ser más como el Salvador. Como misionera de tiempo completo tenía responsabilidades importantes, pero me di cuenta que, en lo que respecta a servir al Señor, a Él le interesa el instrumento tanto como le interesa la tarea que hay que realizar. El Señor me estaba enseñando paciencia a fin de que fuese una misionera mejor y más eficiente en esos últimos meses de mi misión.
La bendición prometida de mi recuperación llegó, con el tiempo; pero mi lección sobre la paciencia no acabó allí. Muchas bendiciones en la vida, tales como el matrimonio, el empleo, los hijos, la salud física y emocional, las respuestas a oraciones, no se reciben en el momento en que las esperamos. Cuando las respuestas a sus oraciones se demoren, cosa que quizás les haya pasado o les pasará, comprométanse a tener paciencia confiando en el Señor y en Su tiempo; recibirán bendiciones al hacerlo.
Perspectiva en cuanto a la paciencia
Regresé a casa de mi misión pensando erróneamente que podía tachar la paciencia de mi lista de lecciones por aprender. Pero, la cosa en cuanto a la paciencia es que no es una lección que se aprende sólo una vez. El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles, dio un discurso sobre la paciencia que leí por primera vez después de la ruptura un tanto desalentadora de la relación con alguien con quien había estado saliendo. Me sentía afligida y desalentada; y en ese momento lo último que pensé que necesitaba era un recordatorio de que fuera paciente. Sin embargo, y asombrosamente, las reflexiones del élder Maxwell en cuanto a la paciencia me enseñaron algunos conceptos poderosos que cambiaron totalmente mi perspectiva (una vez más) y que me ayudaron a comprometerme nuevamente a ser paciente.
Paciencia no es resignación
Por ejemplo, aprendí que el comprometerse a ser paciente no significa que nos encogemos de hombros y dejamos de tener esperanza. El élder Maxwell enseñó: “La paciencia no es indiferencia; en realidad, significa que nos importa mucho pero, no obstante, estamos dispuestos a someternos al Señor y a lo que en las Escrituras llaman el ‘transcurso del tiempo’”1. Siempre había pensado que la paciencia era una cierta respuesta pasiva a las experiencias de la vida, cierta forma de ceder o rendirse; pero la paciencia no es ceder; la paciencia es una manifestación de fortaleza interior y devoción al Señor.
La paciencia manifiesta confianza, no ansiedad
El élder Maxwell también enseñó: “La paciencia es, en cierto sentido, el estar dispuesto a observar el despliegue de los propósitos de Dios con un sentido de maravilla y asombro, en lugar de andar de arriba a abajo dentro de la celda de nuestras circunstancias. Expresándolo de otra manera, es abrir la puerta del horno con demasiada ansiedad y hacer que el pastel se baje en vez de que se eleve. Lo mismo se aplica a nosotros. Si de manera egoísta siempre estamos tomándonos la temperatura para ver si somos felices, no lo seremos”2. Esa idea realmente se aplicaba a mí (y no sólo porque soy una cocinera impaciente). Es desalentador cuando los planes fracasan o no resultan como se esperaba. Para la mente de los mortales, el tiempo divino puede ser algo difícil de entender. Pero lo que sí puedo entender es que Dios es un Padre amoroso que tiene un plan que garantiza la felicidad futura, si somos fieles; y estoy aprendiendo a aceptar Su tiempo con confianza, no con ansiedad.
No siempre tiene que ver con nosotros
Debido a que la paciencia nos pone a prueba a un nivel muy personal, nuestro enfoque es a menudo introspectivo. Sin embargo, el élder Maxwell enseñó que “la paciencia también nos ayuda a comprender que aunque tal vez estemos listos para seguir adelante, después de haber tenido suficiente de una experiencia de aprendizaje particular, nuestra presencia constante a menudo es necesaria como parte del entorno de aprendizaje de otras personas”3. No sólo necesitamos nosotros la paciencia, sino que los demás también necesitan nuestra paciencia o el ejemplo de nuestra paciencia. Nunca se me había ocurrido esa idea, y me sirvió para ver la paciencia como una cualidad noble, íntimamente relacionada con la caridad, el amor puro de Cristo, el cual “nunca deja de ser” (Moroni 7:46).
Más que esperar
Incluso cuando tenemos la debida perspectiva, la espera puede ser difícil. Sin embargo, he aprendido que la paciencia es más que simplemente esperar; eso lo he aprendido de mi hermano Andrew y de su esposa, Brianna, que han tenido que aceptar que no pueden tener hijos. Aunque sus esperanzas se vieron destruidas cuando se enteraron de que no podrían tener hijos, encontraron nueva esperanza a través de la posibilidad de la adopción; sin embargo, eso implicaba más espera.
No me atrevo a usar la palabra esperar al referirme a ellos, ya que ese término muchas veces tiene connotaciones sumamente pasivas. Para ellos, el esperar no significa aguardar impacientes hasta que llegase un bebé; la paciencia es mucho más que eso.
Andrew dijo: “Gran parte de lo que se relaciona con la adopción está en las manos de Dios, no en las nuestras; pero nos hace sentir bien el tener algo que hacer para lograr nuestra meta de tener hijos”. Ya sea a través de blogs, de compartir su información de contacto con amigos y familiares, o relacionarse con grupos locales de padres adoptivos, ellos se esfuerzan por hacer “cuanta cosa esté a [su] alcance” (D. y C. 123:17), y luego depositan su confianza en el Señor.
Después de años de esperar y orar, pudieron adoptar una hermosa bebé llamada Jessica. Al tenerla en sus brazos, se esfumaron todos los años de desaliento y desilusión. Para ellos, la criatura fue y es un milagro.
Han pasado cinco años desde que adoptaron a Jessica, y durante los últimos cuatro años, han estado tratando de adoptar otro hijo. La espera ha comenzado de nuevo. Brianna me dijo: “La gente nos recuerda con frecuencia que cuando haya un niño que tenga que ser parte de nuestra familia, llegará. Sabemos que tienen razón, pero también sabemos que no podemos permanecer sentados y esperar; tenemos que tener fe en que eso sucederá, pero también debemos seguir adelante, vivir nuestra vida, hacer planes para nuestro futuro, divertirnos, y disfrutar de estar juntos”.
Esperar es difícil, pero Andrew y Brianna me han enseñado a elegir ser feliz hoy mismo. Es tan fácil pensar: “Seré feliz cuando __________”; pero nos perdemos gran parte de lo que la vida nos ofrece al postergar nuestra felicidad. Aunque a veces tenemos que dejar de lado nuestros deseos para someternos a la voluntad de nuestro Padre, eso no significa que también tengamos que poner de lado nuestra felicidad. Su amor puede proporcionar fortaleza, llenar vacíos e infundir esperanza.
El ejemplo de paciencia del Salvador
El Salvador es el mejor ejemplo de paciencia. Para mí, las palabras que Él habló en el Jardín de Getsemaní ejemplifican Su paciencia. En medio de un sufrimiento y sacrificio inimaginables, Él pidió que, si fuese posible, le fuese quitada la copa de Su sufrimiento; “pero”, dijo, “no sea como yo quiero, sino como tú” (véase Mateo 26:39). La palabra pero encierra un potente mensaje. A pesar de lo que el Salvador realmente deseaba en ese momento, Él expresó Su voluntad de aceptar la voluntad de Su Padre y de perseverar.
En la vida, todos tendremos que esperar a que nos lleguen las cosas, a veces incluso los deseos más justos de nuestro corazón. Pero Jesucristo, nuestro “mejor Amigo celestial”,4 puede consolarnos y brindarnos la seguridad de las cosas buenas que están por venir. Él es amorosamente paciente con nosotros a medida que aprendemos a ser como Él, mientras aprendemos a afrontar los desafíos esperados e inesperados de la mortalidad y le decimos a nuestro Padre: “…pero, no sea como yo quiero, sino como tú”.
La perspectiva que tengo de la paciencia definitivamente ha cambiado al entrar a la edad adulta. La paciencia es un proceso, y siempre estaré aprendiendo. Aunque esperar es difícil, estoy aprendiendo a tener “por sumo gozo” cuando mi paciencia se pone a prueba; no porque encuentre gozo en lo difícil que es, sino porque sé que tiene un propósito glorioso. Sé que el permitir que “la paciencia [tenga] su obra perfecta” es parte de llevar a cabo mi propósito aquí en la tierra de un día llegar a ser perfecta y cabal, sin que me falte cosa alguna (véase Santiago 1:4).