¿Dónde está tu Iglesia?
Dee Jepson, Idaho, EE. UU.
Durante mis años en el ejército, a veces era un reto encontrar una capilla de los Santos de los Últimos Días. Podía encontrarme en una ciudad y hasta en un país nuevos casi sin previo aviso.
Un domingo me hallaba en Ámsterdam, Holanda. A las ocho y media de la mañana nuestro coronel nos comunicó de manera inesperada que teníamos el día libre. Aunque ya nos habíamos puesto el uniforme, convencí a un amigo para que me llevara a la capilla, y ésta fue la conversación que tuvimos en el coche que había alquilado:
Amigo: “¿Y dónde está tu iglesia?”.
Yo: “No lo sé, porque es la primera vez que estoy en esta ciudad, pero la encontraremos si logramos llegar al centro de la ciudad antes de las ocho cuarenta y cinco”.
Amigo: “¿Por qué? ¿Qué pasa a las ocho cuarenta y cinco?”.
Yo: “Es la hora en la que todos los misioneros mormones se dirigen a la capilla”.
Amigo: “Me pareció entender que habías dicho que nunca habías estado aquí”.
Yo: “Cierto”.
Amigo: “Entonces, ¿cómo sabes dónde hay una capilla?”.
Yo: “Seguramente aquí hay una capilla y misioneros mormones”.
Amigo: “De acuerdo. Ya llegamos al centro de la ciudad. Son las ocho cuarenta y cinco y no veo a ningún misionero”.
Yo: “Ahí están”.
Amigo: “¿Dónde? ¿Te refieres a esas figuras pequeñas que están cruzando la calle allá lejos? Desde aquí ni siquiera es posible ver quiénes son”.
Cuando alcanzamos a los misioneros, salté del auto y tuve una conversación animada con ellos, les di la mano, nos contamos chistes y nos reímos.
Yo: “Gracias por traerme”.
Amigo: “Creí que habías dicho que no los conocías”.
Yo: “Así es. Acabamos de conocernos”.
Amigo: “La gente no conversa de esa manera a menos que ya se conozcan”.
Yo: “Te lo explico luego”.
Amigo: “No sé si sabré encontrar este lugar de nuevo y no me has dicho a qué hora quieres que pase a recogerte”.
Yo: “Las reuniones duran tres horas. Luego, una familia me invitará a comer, y después de comer y conversar por un rato me llevarán de vuelta a la base”.
Amigo: “No sabes si alguien te va a invitar y a llevar de vuelta”.
Le aseguré que cuidarían de mí y volví a darle las gracias.
Las reuniones fueron inspiradoras. Acepté la primera de las tres invitaciones que recibí para almorzar y durante el almuerzo tuve una conversación muy instructiva acerca del crecimiento de la Iglesia en Holanda.
En muchas ocasiones a lo largo de la vida he tenido la bendición de encontrar a miembros de la Iglesia; a veces en palacios reales y otras en cabañas humildes. A veces los he conocido en barracones polvorientos y abandonados, otras en capillas de hospitales, en grandes carpas o bajo el cielo abierto.
Donde sea que nos hemos encontrado, siempre me ha alegrado haber hecho el esfuerzo por encontrar la Iglesia, pues el Señor ha dicho: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).