2015
¡Llévala al hospital!
Agosto de 2015


¡Llévala al hospital!

Gayle Y. Brandvold, California, EE. UU.

Estaba soltera y trabajaba por cuenta propia cuando me uní a la Iglesia, así que, había días que tenía tiempo libre. Uno de esos días llamé a la presidenta de la Sociedad de Socorro y le pregunté si alguien necesitaba ayuda esa tarde. Ella mencionó a una hermana mayor llamada Anita (se ha cambiado el nombre) que acababa de salir del hospital y se sentía sola. Yo conocía a Anita y me alegró ir a visitarla.

La llamé y fui a su apartamento. Me pidió que le preparara el almuerzo y luego disfrutamos de una charla muy buena. Ella tenía un gran sentido del humor y le encantaba reírse y contar historias de su vida.

Después de almorzar, dijo que se sentía cansada y me pidió que la ayudase a pasar de la silla de ruedas a la cama. La arropé en la cama y, súbitamente, la voz dulce y apacible de la que tanto había oído hablar me dijo: “¡Llévala ahora mismo al hospital!”.

Anita odiaba los hospitales y, además, acababa de volver a casa. Le pregunté si se sentía bien y ella me dijo que estaba bien, aunque cansada.

Me alejé de la cama y me arrodillé; apenas comencé a orar, la voz repitió: “¡Llévala al hospital, ahora mismo!”.

Vacilé y me pregunté: “¿Qué le voy a decir al médico en el hospital?”.

Llamé a una amiga, quien también oró y luego me dijo que siguiera mis impresiones.

Anita se enojó con la sola mención de llevarla al hospital, pero llamé a una ambulancia igualmente. Al llegar, entraron dos paramédicos que le tomaron los signos vitales y, sin hacer pregunta alguna, la pusieron en una camilla y la metieron rápidamente en la ambulancia.

Yo los seguí en mi camioneta. Llegué al hospital, me senté y esperé. Al poco tiempo, vino un médico que me preguntó: “Ella no le dijo que se había caído antes de que usted llegase al apartamento, ¿verdad?”.

“No”, respondí.

Me explicó que Anita se había dañado el bazo y tenía una hemorragia interna. De no haber recibido atención médica de inmediato, agregó, podría haber fallecido.

Sentí una mezcla de remordimiento y satisfacción: remordimiento porque había vacilado, y satisfacción porque había escuchado al Espíritu Santo. Pero, sobre todo, me sentía agradecida por saber que el Señor había confiado en mí para ayudar a esa hermana herida y había inspirado a mi presidenta de la Sociedad de Socorro a enviarme a ella.

Mi propia salud se ha deteriorado desde aquella experiencia, pero el Señor aún sigue inspirándome y siempre pido tener salud para seguir esas impresiones.