Prestar servicio en la Iglesia
El poder de la orientación familiar
El autor vive en Arizona, EE. UU.
¿Cómo íbamos a visitar a una familia que ni siquiera nos dejaba entrar en su casa?
Se me asignó ser maestro orientador con el hermano Erickson, un miembro anciano del barrio que era un maestro orientador devoto. Él me pidió que planificara las visitas, lo cual no me molestaba.
Una de nuestras familias, la familia Wright (el nombre ha sido cambiado) no participaba activamente en la Iglesia. Cuando les llamé por teléfono, el hermano Wright dijo: “No vuelva a llamarnos”.
Le conté al hermano Erickson lo sucedido. Al mes siguiente, cuando me pidió que volviera a llamar a los Wright, le recordé que el esposo no quería que lo llamásemos. El hermano Erickson insistió en que lo llamara de todos modos, así que lo hice. Cuando el hermano Wright contestó el teléfono, le pedí que no colgara y le dije que mi compañero de orientación familiar había insistido en que lo llamara. Le pregunté si podíamos hacer la orientación familiar por teléfono cada mes y él accedió.
A partir de entonces llamé a los Wright todos los meses. Cada vez que lo hacía, el hermano Wright me decía: “Ya hizo su llamada”, y me colgaba. Yo no tenía problema con eso y el hermano Erickson se contentaba con ello.
Pero, pasaron varios meses y el hermano Erickson sugirió que ayunásemos por la familia Wright. Estuve de acuerdo, así que un domingo oramos y ayunamos para encontrar una manera de llegar al corazón del hermano Wright. A la mañana siguiente, al pasar por la casa de los Wright de camino al trabajo, vi que él salía de la casa. Noté que había un camión de juguete bajo una de las ruedas traseras del vehículo, así que me detuve y se lo dije. Él me dio las gracias.
“Por cierto”, le dije, “yo soy su maestro orientador”.
De nuevo me dio las gracias mientras yo volví a emprender mi camino hacia el trabajo.
Llamé al hermano Erickson y le conté lo que había sucedido; entonces él me pidió que llamara al hermano Wright y fijara una cita de orientación familiar para la noche siguiente, lo cual hice. El hermano Wright contestó amablemente y aceptó. La visita con la familia fue muy buena y fijamos otra cita. Salí de la casa con un testimonio mayor del ayuno y la oración, así como de la importancia de ser maestro orientador.
Al final de esa semana, nos enteramos de que el hermano Wright había permitido a los misioneros de tiempo completo que empezaran a enseñar a su hija que tenía quince años. Ella llevaba meses orando para que a su padre se le ablandara el corazón y le permitiera bautizarse. Con el tiempo, la familia empezó a asistir a la Iglesia y el hermano Wright terminó por acceder a que su hija se bautizara; de hecho, fue él quien la bautizó.
Me siento agradecido porque el hermano Erickson estaba en armonía con el Espíritu. Su discernimiento durante esa experiencia me ayudó a ganar un mayor testimonio del poder y el potencial de la orientación familiar que se lleva a cabo con dedicación.