Por qué creo lo que creo
Yo hago a toda religión tres preguntas para poder evaluar sus creencias: Quién es Dios (Teología). Quién es el hombre (Antropología). Qué relación hay entre Dios y el hombre; es decir, cuál es el “plan de salvación” de Dios para el hombre (Soteriología).
El concepto de dios varía en las diferentes religiones. Sobre su número, unas tienen sólo una deidad (monoteísmo), otras tienen muchas (politeísmo), y otras no tienen ninguna (el Jainismo, el Budismo Theravada, el Taoísmo filosófico, el Confucianismo tradicional, por ejemplo, no tienen deidades; en lugar de dioses, tienen seres que, sin ser divinos, ayudan a lograr la salvación cualquiera que esta sea). En cuanto a su naturaleza, en el Hinduismo hay una multitud de dioses, pero ninguno de ellos es un ser personal, sino que todos son entidades abstractas que se suelen identificar con el mundo (panteísmo). El dios único de las religiones monoteístas es, Ahura Mazda en el Zoroastrismo, Jehová en el Judaísmo, Alá en el Islam, y el Verdadero Nombre en el Sijismo. El Cristianismo es una continuación del Judaísmo, pero con una comprensión de dios modificada en cierta manera por su creencia en la divinidad trinitaria. Pero no está claro en todas las religiones monoteístas si su dios tiene cuerpo y forma humana (antropomorfismo). Sobre Alá explican sus creyentes, “No rechazamos ni afirmamos que Alá tenga cuerpo, pues nada nos dice claramente que no tenga uno”. De Ahura Mazda se enseña que es un dios abstracto. Y la mayoría de los cristianos afirman que “sólo hay un dios, eterno, sin cuerpo, partes o pasiones”; y esto a pesar de que el Dios del Antiguo Testamento se revela a sí mismo como “una persona”, y que el dios trinitario está formado por “tres personas”. Por definición, las religiones que no tienen una deidad se podrían considerar “a-teas”. Y lo mismo se podría decir de las que creen en un dios sin cuerpo: “If He has No Body, He is Nobody”.
Sobre “Quién es el hombre”, hay tres preguntas que responder: 1) Dónde estaba el hombre antes de nacer en este mundo, 2) cuál es el propósito de esta vida, y 3) qué le espera al hombre después de la muerte. La mayoría de las religiones creen que la vida del hombre empieza al nacer en este mundo. La creencia del Cristianismo en general es que el hombre fue creado de la nada (creatio ex nihilo), y que la unión del cuerpo y del espíritu tiene lugar en el momento de la concepción, o poco después, sin que haya habido una existencia anterior. Otras religiones creen que el hombre viene de vidas anteriores (reencarnación), pero sin que esté claro si han tenido una existencia previa a la terrenal.
El propósito de la vida en las religiones de la India (Hinduismo, Jainismo, Budismo y Sijismo) es liberarse de la rueda de las reencarnaciones mediante las buenas obras, que ayuden a superar la ley del Karma (sistema de causa-efecto que persigue al hombre después de la muerte, y determina las siguientes vidas), y entrar en el Nirvana, en el que el hombre (Atma) queda subsumido en la divinidad panteísta (Brahma), y se extingue todo sentido de la individualidad. Los seres humanos son una ilusión (“maya”), porque no tienen una identidad independiente. Sólo hay una realidad: dios. Sólo él “Es”; los demás somos una parte indiferenciada al servicio de este Ser único.
Si el encuentro con la deidad panteísta del Nirvana supone la extinción de la individualidad del hombre (la nada), el encuentro con el Dios personal del Antiguo Testamento produce exactamente lo contrario. Cuando Moisés preguntó a Dios cuál era su nombre, la respuesta fue, “YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14). El nombre de Dios es “Yo Soy”; es decir: “El que Es”. El Plan de Dios es hacer partícipes a sus hijos de la misma Existencia que él tiene. En eso consiste la salvación del hombre, no en “dejar de ser”, sacrificado a un ser divino panteísta, omnipresente y omnívoro insaciable, sino en “llegar a Ser”, por medio de un Dios que no desea su gloria pidiendo que se le sacrifique al hombre, sino que quiere la gloria del hombre, sacrificándose Él mismo en un acto redentor. Para entender el vínculo entre Dios y el hombre es esencial saber si el futuro del “ser humano” es llegar a “Ser Divino”, o si, por el contrario, está abocado a la nada. La relación del hombre con Dios es, pues, una unión para la Existencia.
Ya desde el principio, Lucifer intentó destruir nuestro albedrío, para utilizarnos como objetos al servicio de su gloria personal, intentando romper la conexión entre el hombre y Dios. Porque al eliminar el albedrío, cortaba el acceso del hombre a la divinidad, que él pretendía monopolizar como “Ser único” (cfr. Moisés 4:1, 3–4). La conexión existencial con Dios se sustituiría por la relación de cautividad, mediante la cual el ser individual del hombre quedaba eliminado y subsumido en el Ser del nuevo dios: Lucifer.
Y, ya en este mundo, encontramos a muchos maestros de la manipulación alienante, que intentan hacer lo mismo, siguiendo el modelo establecido por su mentor. Son personas o instituciones que piensan que ellas “son”, y que los demás sólo “estamos”… a su servicio, para que ellas “sean” cada vez más, y los demás “seamos” cada vez menos, hasta desaparecer. Es una lucha, no sólo por la supervivencia, sino, y principalmente, por la Existencia.
El Evangelio restaurado enseña que en el hombre hay tres seres: 1) La esencia eterna, a la que se llama “Inteligencia” (cfr. D. y C. 93:29). 2) El cuerpo espiritual, engendrado por Dios, con forma humana como Él (cfr. Éter 3:5-17; 1 Nefi 11:11). 3) El cuerpo físico que, junto con el cuerpo espiritual, del que es semejante (cfr. Éter 3:16), forma el alma del hombre (cfr. D. y C. 88:15).
La Inteligencia, coeterna con Dios (cfr. D. y C. 93:29), independiente (cfr. D. y C. 93:30) e indestructible, que asegura nuestra pervivencia. El espíritu, conexión ontológica o existencial con Dios, que abre el camino de la divinidad a todas esas inteligencias. Y el cuerpo, compañero necesario del espíritu (cfr. 2 Nefi 9:8) en su meta de ser como Dios, ya que Dios es también un Hombre de carne y huesos (cfr. D. y C. 130:22).
La vida del hombre, por tanto, no empieza con el nacimiento en este mundo, sino que todos los hombres existieron con Dios en un mundo premortal antes de venir a esta tierra (cfr. Moisés 3:5). Es cierto que la perfección no la puede lograr el hombre en una sola vida, pero la respuesta no es la reencarnación alienante (José Smith enseñó que la reencarnación es una doctrina del diablo; cfr. Enseñanzas, pág. 116), sino el progreso eterno, avanzando desde su estado primigenio de inteligencia, pasando por la vida preterrenal y terrenal, hasta la consecución de la divinidad, que es la plenitud del desarrollo de su esencia o existencia.
CONCLUSIÓN: 1) Sólo hay un Dios, y es un ser personal, con sentimientos y con un cuerpo de carne y huesos. 2) El hombre es un ser eterno, individual e independiente, que ha recibido de Dios el albedrío como herramienta de progreso. 3) La relación entre Dios y el hombre establece una conexión ontológica o existencial necesaria Padre-hijo, de modo que el hombre pueda afianzar su individualidad en un camino abierto hacia la divinidad.