“¡Salta al río!”
Elvin Jerome Laceda
Pampanga, Filipinas
Un día, mi abuela me pidió que le llevara a mi tía algunos alimentos que había preparado. Era una tarde calurosa de domingo y había muchas otras cosas que quería hacer en vez de llevar el recado de mi abuela. Le dije que pidiera a alguno de mis primos que fuese en mi lugar, pero ella insistió en que fuera yo.
Transcurrió una hora y empecé a sentir que debía hacer lo que mi abuela me había pedido. Recogí la comida y me encaminé hacia la casa de mi tía; esta se hallaba lejos, y cuando llegué, no pensaba quedarme mucho tiempo.
Encontré a mi tía y a su bebé de cinco meses en una hamaca [paraguaya] que estaba sujeta a dos pequeños árboles de mango, los cuales se hallaban a orillas de un río que corría detrás de la casa. Me encaminé hacia ellas para entregar la comida, cuando, de repente, se rompieron las cuerdas de la hamaca. Mi tía y la bebé cayeron al río y el temor se apoderó de mí; yo no sabía nadar, y no había nadie cerca para que prestara ayuda. No sabía qué hacer.
De inmediato, escuché la voz del Espíritu: “¡Salta al río!”.
Lo hice sin siquiera pensarlo dos veces. Por fortuna, encontré a la bebé en apenas unos segundos y mi tía pudo salir del agua por sus propios medios. Conforme salía del agua con la bebé, no podía creer lo que acababa de suceder. Había saltado a un río sin saber nadar, pero debido a que obedecí al Espíritu, mi primita bebé y yo nos salvamos de morir ahogados.
Comprendí lo importante que es reconocer y prestar atención a la guía y a la inspiración que Dios nos da mediante el Espíritu Santo. Me siento agradecido de que, finalmente, hice lo que mi abuela me pidió y llevé los alimentos a la casa de mi tía. Sé que debemos esforzarnos por ser receptivos a los susurros del Espíritu, de modo que podamos ser las manos de Dios para ayudar a Sus hijos.