Retratos de fe
Rakotomalala Alphonse
Sarodroa, Madagascar
Cuando se despertó el interés de Rakotomalala en el Evangelio, la Iglesia más cercana estaba en Antsirabe, una ciudad a 50 kilómetros (30 millas) de distancia de su pueblo, en Sarodroa. Rakotomalala y una amiga encontraron una forma de realizar el viaje todos los domingos.
Hoy en día, Sarodroa tiene un pequeño centro de reuniones adonde asisten más de cien miembros cada domingo. Rakotomalala ha visto cómo su pueblo ha recibido el Evangelio. Cuatro personas de Sarodroa han prestado servicio como misioneros y la Iglesia sigue creciendo.
Cody Bell, fotógrafo
Cuando mi abuelo enfermó, viajé a Antsirabe para estar con él. Los misioneros visitaron su casa varias veces. El abuelo y yo no éramos miembros de la Iglesia, pero a él le gustaba que lo visitaran los misioneros. Una noche, estos le dieron una bendición al abuelo y, tras una noche de hogar, nos entregaron el Libro de Mormón.
“Por favor, lean este libro y pregunten a Dios si es verdadero”, dijeron.
Cuando regresé a Sarodroa, no quería leer el Libro de Mormón, ya que pensaba que no era verdadero. Entonces, cierto día, enfermé tanto que tuve que estar sin salir de casa durante varios días. Mientras buscaba algo que hacer, encontré el Libro de Mormón y comencé a leerlo.
Más adelante, regresé a Antsirabe y me reuní con los misioneros; ellos me enseñaron más en cuanto al Libro de Mormón y al profeta José Smith. Les dije que no necesitábamos profetas y que no existía ninguno en la actualidad. Los misioneros me pidieron que orara a Dios y le preguntase si existía algún profeta ahora; y me prometieron que Dios me contestaría. Oré y sentí que lo que los misioneros decían era verdad.
Quería asistir a la Iglesia, pero no tenía dinero para el autobús. Hablé con mi amiga Razafindravaonasolo y me dijo que podíamos ir en mi bicicleta. Recorríamos dos horas en bicicleta el camino desde Sarodroa hasta Antsirabe cada domingo; cuando me cansaba de pedalear, me sentaba en la parte posterior y ella empezaba a hacerlo. Luego, cuando ella se cansaba, intercambiábamos lugares de nuevo.
Con el tiempo, la familia de Razafindravaonasolo y yo nos unimos a la Iglesia. Asistimos a la Iglesia en Antsirabe hasta que se abrió una rama en Sarodroa. ¡Nos alegramos tanto cuando pudimos asistir a la Iglesia en nuestro propio pueblo!
Se llamó al padre de Razafindravaonasolo como presidente de rama. Un día, este se reunió conmigo y me alentó a prepararme para la misión. Yo pensaba que no podría prestar servicio, pero él me aseguró que sí podría hacerlo. Acepté el llamamiento a servir en la Misión Madagascar Antananarivo. Ahora estoy casado y tengo dos hijos. Me siento agradecido por mi familia, y he tenido más experiencias que podría compartir que me han ayudado a saber que esta Iglesia es verdadera.