Las sendas a la verdadera felicidad
Tomado del discurso “Paths for Happiness”, pronunciado en una ceremonia de graduación en la Universidad Brigham Young–Hawái el 8 de junio de 2017.
Ruego que cada uno de nosotros pueda escoger amar al Señor y seguir Sus sendas a la felicidad.
Por encima de cualquier otra cosa, el Padre Celestial desea nuestra felicidad verdadera y perdurable.
“Nuestra felicidad constituye el designio de todas las bendiciones que Él nos da: las enseñanzas del Evangelio, los mandamientos, las ordenanzas del sacerdocio, las relaciones familiares, los profetas, los templos, las bellezas de la creación e inclusive la oportunidad de experimentar la adversidad… Él envió a Su Hijo Amado para llevar a cabo la Expiación a fin de que seamos felices en esta tierra y recibamos una plenitud de gozo en las eternidades”1.
Las personas de todas partes se hallan en busca de algo. A su propia manera, lo que en verdad buscan es la felicidad. No obstante, tal y como sucede con la verdad, muchas no la encuentran “porque no saben dónde hallarla” (D. y C. 123:12).
Puesto que no saben dónde hallar la felicidad verdadera y perdurable, la buscan en cosas que en realidad solo proporcionan satisfacción pasajera: comprar cosas, procurar la gloria y la alabanza del mundo mediante conductas inapropiadas, o centrarse en la belleza y el atractivo físicos.
Con frecuencia se confunde la satisfacción con la felicidad. Parece que cuanto más buscan las personas el placer pasajero, menos felices llegan a ser. Por lo general, la satisfacción dura un breve tiempo.
Tal como dijo el presidente David O. McKay (1873–1970): “Tal vez puedan tener esa satisfacción transitoria, sí, pero no podrán hallar gozo; no podrán hallar felicidad. La felicidad se halla solo al recorrer aquel sendero bien hollado, que es angosto, aunque recto, el cual conduce a la vida eterna”2.
Desafortunadamente para muchos, la felicidad es escurridiza. Los científicos saben que “más que un mero estado de ánimo positivo, la felicidad es un estado de bienestar que incluye llevar una buena vida; es decir, una vida que tenga una sensación de sentido y una honda satisfacción”3.
Existen estudios que demuestran que la felicidad no es el resultado de pasar de una experiencia a la siguiente; más bien, lograr la verdadera felicidad, por lo general, requiere un esfuerzo sostenido por un largo tiempo en pos de algo más importante en la vida. La felicidad la determinan los hábitos, las conductas y los patrones de pensamiento que podemos dirigir directamente mediante acciones intencionales. Gran parte de nuestra felicidad está, en efecto, “bajo control de cada persona”4.
Consideremos la importancia de algunas de las sendas a la felicidad que se hallan en las Escrituras y que han enseñado los profetas y apóstoles modernos. Dar pasos firmes y fieles en esas sendas nos permitirá disfrutar la felicidad en el camino que tenemos por delante.
La virtud
La primera de dichas sendas es la virtud, que es un modelo de pensamiento y conducta que se basa en normas morales elevadas. Abarca la castidad y la pureza moral, las cuales te harán merecedor de entrar en los santos templos del Señor. Las personas virtuosas poseen una apacible dignidad y fortaleza interior. Tienen confianza en sí mismas, puesto que son dignas de recibir el Espíritu Santo y de que Él las guíe. La virtud comienza en el corazón y en la mente, y es la acumulación de miles de pequeñas decisiones y acciones diarias.
“Deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo.
“El Espíritu Santo será tu compañero constante, y tu cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad; y tu dominio será un dominio eterno, y sin ser compelido fluirá hacia ti para siempre jamás” (D. y C. 121:45–46).
El presidente Thomas S. Monson (1927–2018) ha enseñado que “no hay amigo más valioso que su propia conciencia tranquila, su propia pureza moral, y ¡qué glorioso sentimiento es saber que están en el lugar señalado, limpios, y con la confianza de que son dignos de estar allí”5.
La rectitud
Segundo, otra senda a la felicidad es la rectitud. El élder Richard G. Scott (1928–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:
“Comprende que la felicidad perdurable proviene de lo que eres, y no de lo que tienes.
“El gozo verdadero procede de un carácter recto y este se edifica a partir de constantes decisiones rectas… Tus decisiones rectas determinan quién eres y lo que es importante para ti; además, te facilitan hacer lo bueno. Para lograr la felicidad ahora y durante toda tu vida, sé firme en obedecer al Señor”6.
Al estudiar las Escrituras, aprendemos que las promesas que el Señor nos hizo nos instan a vivir rectamente. Dichas promesas nos nutren el alma, dándonos esperanza al alentarnos a no rendirnos, incluso cuando afrontamos nuestros desafíos diarios propios de vivir en un mundo de valores éticos y morales en decadencia. Por lo tanto, tenemos que procurar que nuestros pensamientos, palabras y acciones nos conduzcan por la senda de regreso a nuestro Padre Celestial.
La fidelidad
Una tercera senda a la felicidad es la fidelidad. Es fundamental entender que Dios nos bendice de acuerdo con nuestra fe, la cual es el impulso a vivir con un propósito divino y una perspectiva eterna. La fe es un principio práctico que inspira diligencia; se manifiesta en nuestra actitud positiva y en nuestro deseo de hacer de buena gana todo lo que el Padre Celestial y Jesucristo nos piden; nos lleva a arrodillarnos para implorar guía al Señor, y nos alienta a levantarnos y actuar con confianza a fin de lograr aquello que está de acuerdo con Su voluntad.
Conforme sigas adelante en tu travesía, se te probará para ver si harás todas las cosas que el Señor tu Dios te mande (véase Abraham 3:25). Esto es parte de las experiencias de la vida terrenal. Requerirá que sigas adelante con firmeza en Cristo, siendo guiado por el Espíritu y confiando en que Dios proveerá para tus necesidades.
Recuerda que no debes titubear en tu fe, incluso en momentos de grandes dificultades. Conforme seas firme, el Señor aumentará tu capacidad de elevarte por encima de los desafíos de la vida. Se te facultará para dominar los impulsos negativos y adquirirás la capacidad de superar incluso los que parezcan ser obstáculos abrumadores.
La santidad
La santidad, otra senda a la felicidad, se relaciona con la perfección espiritual y moral. La santidad indica pureza de corazón y de intención. ¿Cómo podemos esforzarnos cada día para nutrirnos espiritualmente, de modo que podamos cultivar ese carácter divino?
El presidente Harold B. Lee (1899–1973) respondió: “Perfeccionamos nuestro ser espiritual mediante la práctica… Debemos ejercitar diariamente nuestro espíritu por medio de la oración, de realizar buenas obras, de compartir con los demás. Debemos alimentar a diario nuestro espíritu mediante el estudio de las Escrituras, la [noche de hogar], la asistencia a las reuniones, el participar de la Santa Cena…
“El hombre justo se esfuerza por superarse, sabiendo que todos los días tiene necesidad de arrepentirse”7.
Otro elemento importante de la santidad se relaciona con hacer y guardar convenios en el templo. Si somos fieles, dichos convenios pueden elevarnos más allá de los límites de nuestro poder y nuestra perspectiva. Podemos recibir todas las bendiciones que promete el evangelio de Jesucristo por medio de nuestra fidelidad a las ordenanzas y los convenios que hacemos ante el Padre Celestial y Jesucristo en el templo. Parte del modelo de vivir “de una manera feliz” incluye edificar un templo donde adorar y hacer convenios con el Señor (véase 2 Nefi 5:16, 27).
El punto clave de esta senda es que debemos estar muy atentos a cultivar la espiritualidad y a ser moralmente puros.
La obediencia
Guardar todos los mandamientos de Dios se relaciona con las otras sendas a la felicidad. Después que los nefitas se hubieron separado de los lamanitas, prosperaron en extremo conforme cumplieron con los juicios, estatutos y mandamientos “del Señor en todas las cosas, según la ley de Moisés” (2 Nefi 5:10). Ese modelo es otro elemento importante de vivir “de una manera feliz”.
El presidente Monson ha enseñado: “Si guardamos los mandamientos, nuestra vida será más feliz, más plena y menos complicada. Nuestros desafíos y problemas serán más fáciles de sobrellevar y recibiremos [las] bendiciones prometidas [de Dios]”8. Asimismo dijo: “El conocimiento que buscamos, las respuestas que añoramos, y la fortaleza que deseamos hoy en día para hacer frente a los desafíos de un mundo complejo y cambiante pueden ser nuestras si de buena gana obedecemos los mandamientos del Señor”9.
El Salvador nos exhorta:
“Si me amáis, guardad mis mandamientos…
“El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él” (Juan 14:15, 21).
El altruismo y el amor
La senda dorada a la felicidad es la del altruismo y del amor; un amor que muestra preocupación, interés y cierta medida de caridad por cada alma viviente. El amor es la ruta directa a la felicidad que enriquecerá y bendecirá nuestra vida y la vida de otras personas. Significa, tal como dijo el Salvador, que muestres amor incluso por tus enemigos (véase Mateo 5:44).
Al hacerlo, estarás cumpliendo el mandamiento mayor de amar a Dios. Te remontarás por encima de los malignos vientos que soplen, por encima de lo sórdido, lo contraproducente y lo amargo. La felicidad verdadera y perdurable llega solo cuando escogemos “[amar] al Señor [nuestro] Dios con todo [nuestro] corazón, y con toda [nuestra] alma y con toda [nuestra] mente” (véase Mateo 22:37; véanse también Deuteronomio 6:5; Marcos 12:30; Lucas 10:27).
Ruego que cada uno de nosotros pueda escoger amar al Señor y seguir Sus sendas a la felicidad, la cual es “el objeto y propósito de nuestra existencia”10.