2019
Pasara lo que pasara, yo iba a terminar la misión con honor
Julio de 2019


Voces de los Santos de los Últimos Días

Pasara lo que pasara, yo iba a terminar la misión con honor

Tenía la determinación de no volver a casa hasta que concluyeran los 18 meses de mi servicio en la misión. Por esa razón no pude despedirme personalmente de mi padre.

Aún recuerdo cuando sentí el Espíritu Santo la noche en que llegaron los misioneros a mi casa para compartir el mensaje del Evangelio restaurado. Pude experimentar el poder del Señor y un dulce sentimiento que me motivó a decir: yo quiero ser una misionera.

Poco tiempo después, me puse de rodillas y le prometí al Señor que yo serviría en una misión con todo mi corazón, alma, mente y fuerza (véase Marcos 12:30), y que, pasara lo que pasara, incluso ante la muerte de un ser querido, yo iba a terminar la misión con honor.

A través del tiempo mantenía vivo ese recuerdo y contaba los días, meses y años que faltaban para cumplir la meta de servir al Señor. Cuando había enviado la carpeta y esperaba ansiosa el momento de salir al campo misional, meditaba en el hecho de que 18 meses era muy poco tiempo para servir. Pero también pensaba en que en ese tiempo podían pasar muchas pruebas y desafíos, y no sabía qué podía pasar con mi familia durante mi ausencia.

Recibí mi llamamiento para servir en la Misión Nicaragua Managua Sur. Un mes antes de salir al campo misional me encontraba en casa con mi papá, Victor Julio Conejo. Mientras lo miraba, escuché la voz del Espíritu Santo que me dijo: “Abrace a su papá”. Fue algo tan intenso que me hizo retroceder y me quedé estática viendo a mi padre de espaldas, sin que él se diera cuenta. Nuevamente la voz del Espíritu me habló y me dijo en una manera muy directa: “Su papá va a morir”.

Sentí un gran impacto en mi corazón y en ese mismo momento lo abracé. Cuando llegó el momento de salir de mi hogar en Costa Rica y viajar a la misión, sabía que mi padre iba a fallecer y que debía tomar una decisión difícil, porque sería la última vez que lo vería y abrazaría en vida. Dentro de mi corazón estaba determinada a poner a Dios en primer lugar en mi vida, tal como mi padre me había enseñado. Así que continué mi camino sin que él se diera cuenta del dolor que tenía en el alma.

Tres meses después de estar en el campo misional, recibí la noticia de que él tenía cáncer y que le quedaba poco tiempo de vida. Esa noticia me llenó de angustia y tristeza porque me encontraba lejos de casa. Lo único que podía hacer era orar. Hubo noches en las que lloré en silencio mientras hablaba con mi Padre Celestial.

Mi padre no estaría ahí cuando yo volviera a casa. Sin embargo, pude tener la última conversación con él antes que falleciera. Esa despedida fue muy difícil para los dos, pero mi padre tenía una confianza y una fe tan grande en el Señor, que me ayudó a recordar por qué yo estaba sirviendo en una misión.

Por un momento quería regresar y estar a su lado, pero él me dijo: “Continúe, sea fuerte y muy valiente, termine la misión. Si no nos vemos aquí, nos veremos en el otro lado del velo gracias al sellamiento en el templo. Sé que por medio de usted el Señor me va a recompensar”.

En medio de lágrimas, me preguntaba: ¿A quién debía elegir? ¿Dios o mi papá? ¿A quién debía poner en primer lugar? La respuesta vino al recordar el primer y gran mandamiento: “Amarás, pues, al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Marcos 12:30).

Un mes y medio después de nuestra conversación, mi papá murió. A pesar del dolor de su fallecimiento, en todo este tiempo he visto muchos milagros en mi vida. Sé que, si ponemos a Dios en primer lugar, Él también nos pondrá en primer lugar. Dios me ha prometido una familia eterna. Sé que del otro lado del velo mi papá se encuentra gozoso de saber que he ayudado a muchos de los hijos de Dios en esta parte de la tierra para que regresen a su presencia. Sé que poner a Dios como prioridad requiere sacrificios, amor, paciencia y fe.

Este Evangelio es verdadero, y si tengo que dar mi vida por ello, la daría con gusto.

A los que están en el campo misional y a los que se están preparando para servir, les doy un consejo: Amen a Dios, sean muy fuertes y valientes, tal como los 2000 jóvenes guerreros que dirigió Helamán para luchar por la causa del Señor (véase Alma 53:22).

Testifico que la obra misional es verdadera. Amo a Jesucristo y me siento agradecida por Su infinita expiación y por saber que Él comprende todos los sentimientos de mi corazón y que gracias a que Él vive, volveré a ver a mi padre después de esta vida.