Mensaje de los líderes del Área
Sentir el Espíritu y seguirlo: Cómo aprender acerca de lo que sentimos
Era misionero cuando descubrí por primera vez lo que era sentir el Espíritu Santo con certeza. No es que no hubiera sentido el Espíritu antes, sino que realmente no me había dado cuenta de que lo estaba sintiendo. Incluso antes de unirme a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, recuerdo haber sentido el Espíritu Santo en mi vida. El Espíritu trató de influir en mí con sentimientos que parecían estar relacionados con otras impresiones que me resultaban familiares, como la conciencia. Aunque eran sentimientos parecidos, podía notar que los sentimientos del Espíritu no eran mi conciencia, pero que, al igual que esta, esos sentimientos podían ser muy sutiles y verse fácilmente superados por la competencia.
Aunque no sabía mucho entonces acerca de los sentimientos del Espíritu, había aprendido a empezar a confiar en ellos cuando los experimentaba. Recuerdo que esos sentimientos me ayudaron a tomar la decisión de unirme a la Iglesia y me apoyaron con energía para servir a los demás, con ánimo para arrepentirme y con entusiasmo al aprender la verdad y reconocer la bondad en mi vida. Esos sentimientos me dieron la certeza de que el evangelio de Jesucristo me hacía feliz de una manera muy significativa, y yo quería que ese Evangelio formara parte de mi vida y de la de mis seres queridos.
Ya que no podía decir sinceramente que sintiera que mi “pecho ard[ía] dentro de [mí]”1, y que no me parecía que los suaves sentimientos de mi corazón coincidieran con las ardientes y fidedignas declaraciones que escuchaba de muchos santos en las reuniones de ayuno y testimonio, llegué a la conclusión de que yo no tenía la convicción prometida que llegaba del cielo. Cuanto más me comparaba con los demás, más insignificante me parecía mi experiencia. Aunque estaba agradecido por tener aquellos fiables sentimientos de guía, no había desarrollado confianza en que esas sensaciones agradables fueran los sentimientos prometidos del Espíritu Santo.
Como misionero, casi todos los días aprendí lecciones de otras personas que tenían entrelazada la guía del Espíritu en su vida. Fue entonces cuando los escritos de Pablo me hicieron ver las cosas de forma nítida. Me di cuenta de que, cuando Pablo hablaba del “fruto del Espíritu”, estaba hablando de la parte del Espíritu que experimentamos: después de todo, probamos el fruto. Pablo intentaba explicar el sabor que para él tenían los sentimientos del Espíritu. Él enseñó que “el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”2. Yo no podría describir el sabor de un fruto con una o dos palabras, y pasaba lo mismo con la descripción que Pablo hizo del Espíritu, así que describió la variedad de “sabores” que reconocía al sentir el Espíritu del Señor. Esos sabores también estaban presentes en mis sentimientos, lo cual me aportó confianza, comprensión y seguridad. Si Pablo había recibido guía del Espíritu, ¡yo también la había recibido!
Es posible que en mi experiencia con el fruto del Espíritu destacaran otros matices y sabores en comparación con la experiencia de otras personas, pero todas esas experiencias eran válidas. Yo no saboreaba el fruto para que otros pudieran disfrutarlo, y los sabores que ellos experimentaban no eran para mí. Cada persona experimenta un sabor en beneficio propio y para recibir guía personal.
Desde entonces, he intentado fomentar y seguir con atención estos sentimientos de guía y gozo del Espíritu, que siempre me mantienen en las sendas más felices de la vida3. Mi experiencia confirma que aunque parezca que apenas hemos sentido algo que nos prepare para seguir, ese sutil sentimiento es suficiente y podemos optar por seguirlo.
Cuando intentemos obtener más guía divina para nuestra vida, podemos adoptar esta alentadora perspectiva del presidente Nelson: “Nada abre tanto los cielos como la combinación de mayor pureza, estricta obediencia, búsqueda diligente, el deleitarse a diario en las palabras de Cristo en el Libro de Mormón y dedicar tiempo frecuente a la obra del templo y de historia familiar”4.