Cómo llegué a saberlo
Ministrar es un estilo de vida y es lo que me define como seguidora de Jesucristo
Mientras ayudaba a unas amigas a volver a la Iglesia, aprendí el significado de ministrar.
He sido miembro de la Iglesia desde pequeña. Me bauticé a los ocho años y aprendí ejemplos de fidelidad al Evangelio de parte de mis abuelos y mi madre. Soy la primera de tres hermanos a los que a veces cuido mientras mi mamá trabaja.
A finales de 2018 logré graduarme del bachillerato y terminé el Progreso Personal, el antiguo programa para las mujeres jóvenes. Este programa nos ayudaba a desarrollar talentos, aumentar la fe y servir a otros, como el nuevo programa de metas para Niños y Jóvenes.
Al realizar diferentes proyectos, tuve la hermosa oportunidad de ayudar a algunas jovencitas a volver a la Iglesia.
Mi amiga Melissa y yo estudiábamos en el mismo lugar e íbamos a la Iglesia juntas. Después de un tiempo, ella dejó de asistir a las reuniones dominicales. Me gustaba incluirla en mis oraciones, y cada vez que podía le recordaba lo bonita que es la Iglesia. También la invitaba a las actividades y le compartía mis sentimientos.
Nunca la presioné, más bien trataba de recordarle las cosas con amor. Fue una agradable sorpresa que ella quisiera asistir al SOY (Strength of Youth) en 2018. Ese fue un año muy especial. Ella pudo recordar, sentir el Espíritu y fortalecer su testimonio. Luego aceptó mi invitación de asistir a seminario, y juntas trabajamos en metas y proyectos del Progreso Personal.
Cada proyecto fue una oportunidad de acercarnos a Cristo y de unir nuestros lazos de amistad.
Ahora que todos debemos enfocarnos en ministrar, como nos instruyó el presidente Russell M. Nelson, pienso que no es algo complicado ni nuevo. Para mí, ministrar significa amar, velar y seguir invitando a otros a venir a Cristo día a día. Es estar ahí para dar un abrazo, expresar una palabra de apoyo, ser paciente, estar listo para consolar y evitar la crítica en los momentos difíciles.
Mientras apoyaba a Melissa, me di cuenta de que podía ayudar a más jovencitas. Conocí a Candy; ella y yo ganamos una beca para estudiar inglés. Al compartir tiempo juntas, me di cuenta de que ella y su hermana Angelita eran miembros de la Iglesia y que pertenecían a un barrio de mi estaca, pero no asistían.
Esta era una nueva y maravillosa oportunidad para ministrar. Descubrí que mostrar amistad sincera hace más sencillo cualquier esfuerzo. Las invitaciones para asistir a la Iglesia se reciben mejor, porque van de corazón a corazón. Los programas y actividades de la Iglesia son una gran ayuda. Si sumamos oraciones de fe, el Señor nos bendice con pequeños y grandes milagros que hacen el cambio en el corazón de quienes ministramos.
Aunque he ministrado a mis amigas, el mayor impacto que puedo tener al cuidar de otros es en casa. Mi mamá se esfuerza mucho en su trabajo, así que yo cuido de mis hermanos en algunas ocasiones. Debo cumplir algunas tareas domésticas, ir a clases de baile con mi hermana menor, recordar sus actividades y tareas y no olvidar que debemos hacer la noche de hogar o nuestras oraciones como familia. Prestar servicio a la familia con amor y gozo es otra forma de ministrar como lo haría el Salvador.
Creo que a veces no ministramos porque creemos que es algo muy difícil de hacer o queremos que salga tan perfecto que nos olvidamos del porqué. Ministrar tiene que ver con el amor, y tiene que ver con guardar los convenios que hicimos al bautizarnos de “llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo” (Mosíah 18:9).
Amo ministrar. Es más que una asignación; es un estilo de vida, y es lo que me define como seguidora de Jesucristo.
Nota: El artículo fue realizado a partir de una entrevista por Sergio Molina, Páginas Locales de la Liahona.