Defendimos nuestro caso ante el parlamento
Mi esposo y yo vivíamos en Nueva Zelanda en 2012, cuando el Parlamento debatía un proyecto de ley que redefiniría el matrimonio y la familia. Leímos el proyecto de ley y nos preocupó la forma en que esta afectaría la libertad de culto y la santidad de la maternidad, de la paternidad y del matrimonio.
Como parte del proceso, el Parlamento invitó a todo el país a enviar sus opiniones sobre el proyecto de ley propuesto. Sabíamos que la doctrina del Señor sobre el matrimonio y la familia era clara en cuanto al asunto, y sentíamos que debíamos hacer oír nuestra voz. Notamos que el formulario contenía una casilla que podíamos marcar para indicar que estábamos dispuestos a comparecer ante el Parlamento a fin de defender nuestra posición. Mi esposo y yo nos miramos, y dijimos: “¡Marquemos la casilla!”.
Varios meses después se nos notificó que habíamos sido seleccionados para presentarnos ante un comité parlamentario. Tras mucha oración y ayuno, mi esposo se sintió inspirado a compartir algunas ideas del élder Dieter F. Uchtdorf1, y yo sentí la fuerte impresión de referirme a cuando el presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) presentó “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, en la Reunión General de la Sociedad de Socorro de 19952. Ambos sentimos que se nos guiaba para saber lo que habíamos de decir; era innegable. Sabíamos, además, que sería muy difícil. Decidimos dejar todo en manos de Dios y dijimos: “Haremos lo que quieras que hagamos, Señor, y lo que Tú quieras, diremos”3, aunque sea poco popular. Nos interesaba más lo que se registraría en el cielo, en vez de lo que se registraría en el Parlamento.
Llegado el día, al llamarnos por nombre, nos indicaron que teníamos la opción de presentarnos por separado o juntos. De inmediato, pensamos: “¡Vaya simbolismo! Por supuesto que subiremos y defenderemos la doctrina de la familia juntos”.
Después de que hubimos presentado nuestras exposiciones, los miembros del Parlamento comenzaron a hacernos preguntas. No parecían estar contentos con lo que habíamos dicho, y no fue sencillo responder sus preguntas. Finalmente, se acabó el tiempo, aunque antes de salir, entregamos una copia de nuestras exposiciones y de “La Familia: Una Proclamación para el Mundo” a cada miembro del Parlamento y a la prensa.
Se trató de una experiencia difícil, pero cambió nuestra vida. Aprendimos que es posible (y necesario) hablar a los demás sobre la doctrina del Señor en cuanto al matrimonio y la familia; y que puede hacerse con valor, claridad y bondad. Nuestra relación con el Padre Celestial se ha fortalecido, y nuestro testimonio de la doctrina de la familia ha aumentado. Testificamos de las enormes bendiciones y del gozo que hemos recibido en nuestra vida como resultado de aquella experiencia.