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Cuatro dones que provienen del Salvador
Tomado del devocional de Navidad de la Primera Presidencia de 2018.
Mis amados hermanos y hermanas, ¡qué época tan maravillosa! Consideremos juntos las bendiciones que recibimos cuando nos centramos en la vida, misión, doctrina y expiación del Señor Jesucristo.
Durante esta época, los invito a considerar sus deseos personales. ¿Realmente quieren llegar a parecerse más y más a Jesucristo? ¿Realmente desean vivir con nuestro Padre Celestial y con su familia para siempre y vivir como Él vive? Si es así, querrán aceptar muchos dones que brinda el Señor para ayudarlos durante su probación terrenal. Centrémonos en cuatro de los dones que Jesucristo dio a todos los que están dispuestos a recibirlos (véase Doctrina y Convenios 88:33).
Primero, Él nos dio, a ustedes y a mí, la capacidad ilimitada de amar. Eso abarca la capacidad de amar a las personas difíciles de amar y a aquellos que no solo no los aman a ustedes, sino que en este momento los persiguen y los ultrajan (véase Mateo 5:44–45).
Con la ayuda del Salvador, podemos aprender a amar como Él amó. Quizás requiera un cambio de corazón —sin duda, que se ablande nuestro corazón— a medida que el Salvador nos enseña a realmente cuidarnos los unos a los otros. Mis queridos hermanos y hermanas, verdaderamente podemos ministrar a la manera del Señor al aceptar Su don de amor.
Un segundo don que brinda el Salvador es la capacidad de perdonar. Mediante Su infinita expiación, pueden perdonar a quienes los hayan lastimado y que quizás nunca asuman la responsabilidad de haberlos tratado cruelmente. El Salvador les dará la capacidad de perdonar a quienes los hayan maltratado de cualquier manera.
Un tercer don que proviene del Salvador es el del arrepentimiento. El Señor nos invita a cambiar la forma en la que pensamos, nuestro conocimiento, nuestro espíritu, incluso cómo respiramos. Por ejemplo, cuando nos arrepentimos, respiramos con gratitud a Dios, quien nos da aliento día a día (véase Mosíah 2:21); y deseamos usar ese aliento para servirle a Él y a Sus hijos. El arrepentimiento es un don resplandeciente; es un proceso al que nunca se le debe tener temor. Es un don que debemos recibir con gozo; debemos utilizarlo, e incluso acogerlo, día tras día a medida que procuramos ser más como nuestro Salvador.
Un cuarto don que nuestro Salvador nos da es en realidad una promesa, una promesa de vida eterna. Todos resucitaremos y lograremos la inmortalidad; pero la vida eterna es mucho más que una designación de tiempo. La vida eterna es el tipo y la calidad de vida que viven el Padre Celestial y Su Hijo Amado. Cuando el Padre nos ofrece la vida eterna, nos dice, básicamente: “Si eliges seguir a Mi Hijo, si tu deseo es realmente llegar a ser más como Él, entonces, con el tiempo, podrás vivir como vivimos y presidir mundos y reinos, tal como nosotros”.
Esos cuatro dones singulares nos traerán más y más gozo a medida que los aceptemos. Fueron hechos posibles porque Jehová condescendió a venir a la tierra como el niño Jesús. Nació de un Padre inmortal y de una madre mortal; nació en Belén bajo las circunstancias más humildes. Jesucristo es el don trascendente de Dios, el don del Padre a todos Sus hijos (véase Juan 3:16).
Con nuestros pensamientos y sentimientos centrados de tal modo en el Salvador del mundo, ¿qué debemos hacer nosotros para recibir esos dones que Jesucristo está tan dispuesto a brindarnos? ¿Cuál es la clave para amar como Él ama, perdonar como Él perdona, arrepentirse para ser más como Él y, finalmente, vivir con Él y con nuestro Padre Celestial?
La clave es hacer y cumplir convenios sagrados. Nosotros elegimos vivir y progresar en la senda de los convenios del Señor y permanecer allí. No es un camino complicado; es el camino al verdadero gozo en esta vida y la vida eterna en el más allá.
Mis queridos hermanos y hermanas, mi más profundo deseo es que todos los hijos del Padre Celestial tengan la oportunidad de escuchar el evangelio de Jesucristo y de seguir Sus enseñanzas. Además, deseo que creamos en el amor que el Salvador siente por cada uno de nosotros y recibamos ese amor. Su amor infinito y perfecto lo motivó a expiar los pecados de ustedes y los míos. Ese don, Su expiación, permite que todos Sus otros dones sean nuestros.