Mensaje de la Presidencia del Área
El gozo que proviene de la historia familiar y la obra del templo
Me bauticé cuando tenía 10 años, en la ciudad de Oaxaca, México. Recuerdo que unos meses después de mi bautismo, algunas familias de la rama a la que pertenecíamos viajaron en una excursión al Templo de Mesa, Arizona, después de haber logrado ahorrar, con mucho sacrificio, para sus gastos de viaje.
A su regreso, algunos jóvenes compartieron sus experiencias y también los adultos dieron su testimonio de esa maravillosa vivencia.
Pensaba que nunca viajaría al templo con mi familia, primeramente, por las necesidades espirituales que teníamos, es decir, mis padres estaban separados; y también por nuestras necesidades temporales. Éramos una familia numerosa y en nuestra situación económica, aun con todos sus esfuerzos, mi madre no lograba satisfacer nuestras necesidades primordiales.
Cinco años después de haberme bautizado, mientras me encontraba estudiando en la escuela preparatoria de la Iglesia, Benemérito de las Américas, anunciaron la construcción del primer templo en México. En la escuela nos invitaron a participar en una actividad que consistía en elaborar tabiques para el templo.
Al principio pensé que sería únicamente una oportunidad para divertirme con mis amigos. Después de varias horas de trabajo arduo y con algunas ampollas en la mano, me di cuenta de que, aunque no había sido tan divertido, sentía alegría en mi corazón por haber puesto mi granito de arena en la construcción.
Cuando el templo estuvo listo, también me tocó ayudar en el acomodo durante algunas de las sesiones de la dedicación. En una de ellas tuve una de las experiencias espirituales más sagradas de mi vida.
Se me pidió que ayudara en uno de los pasillos del piso en donde se encontraba el Salón Celestial y, justo antes de empezar la sesión de dedicación, me pidieron que ocupara el único lugar que quedaba disponible dentro del salón. Es difícil para mí expresar con palabras lo que sentí en ese lugar sagrado, solo puedo decir que deseaba quedarme con ese sentimiento de paz y gozo por el resto de mi vida.
Una vez dedicado el templo, mi madre recibió su investidura y, dos años después, yo también antes de salir a la misión.
En 1995 mi esposa y yo nos sellamos en el templo. Nuestros 3 hijos nacieron en el convenio. Poco a poco he ido entendiendo cada vez mejor y más claramente los convenios sagrados que hacemos en el templo.
En 1998, durante un viaje con mi familia por el estado de Utah, en Estados Unidos, visitamos el Templo de Monticello. Al caminar por sus alrededores, mi esposa y yo platicamos sobre las palabras que habíamos escuchado respecto a la construcción de más templos en México. Pensábamos que, si algún día se construía uno en Oaxaca, seria dentro de mucho tiempo y tal vez no llegaríamos a verlo.
Qué equivocados estábamos y qué corta fue nuestra visión. Bien dice el Señor: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos…”1 Dos años después, el 11 de marzo de 2000, el Templo de Oaxaca estaba siendo dedicado por el presidente James E. Faust.
Antes, los hermanos que viajaban desde Oaxaca al Templo de Mesa, Arizona, hacían tres días de viaje de ida y tres días de regreso. Después de 1983, para asistir al Templo de la Ciudad de México, el viaje les tomaba sólo ocho horas en autobús de ida y el mismo tiempo de regreso. ¡Qué gran cambio!
Sin embargo, a partir del año 2000, los miembros de la Iglesia que vivimos en la ciudad de Oaxaca tenemos un hermoso templo a solo unos minutos de nuestros hogares. Creo que tenemos mucho que agradecer por esta gran bendición, y la mejor manera de agradecerlo es trabajar arduamente en nuestra historia familiar y asistir al templo a realizar la obra vicaria por nuestros seres queridos que se encuentran del otro lado del velo.
El élder Dale G. Renlund, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “Como miembros de la Iglesia, verdaderamente tenemos la responsabilidad divina de buscar nuestros antepasados y compilar historias familiares. Esto es mucho más que una afición que se nos recomienda adoptar, ya que las ordenanzas de salvación son necesarias para todos los hijos de Dios”2.
Actualmente algunos de mis hermanas y yo estamos sellados a nuestros padres. Ahora he estado dedicando más tiempo a la obra de historia familiar; he visitado a más familiares que no son miembros de la Iglesia para obtener más información de mis antepasados, para poder llevar a cabo las ordenanzas del templo a favor de ellos. He tenido algunas reuniones con mis hermanos para animarlos a participar también en la historia familiar.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “Nuestro mensaje al mundo es sencillo y sincero: invitamos a todos los hijos de Dios en ambos lados del velo a venir a su Salvador, recibir las bendiciones del santo templo, tener gozo duradero y hacerse merecedores de la vida eterna”3.
Testifico que esta es la Iglesia de nuestro Salvador Jesucristo y que Él dirige esta gran obra en ambos lados del velo. Los templos son la Casa del Señor sobre la tierra. Testifico del gozo que proviene cuando nos esforzamos por dedicar tiempo a trabajar en la historia familiar y asistir al templo. Si guardamos los convenios que hacemos en ese lugar podremos vivir junto con nuestros seres amados por toda la eternidad.