“Siempre lo has sabido”, Liahona, febrero de 2023.
Retratos de fe
Siempre lo has sabido
Había recibido un testimonio del Evangelio restaurado, pero todavía quedaban diez meses para que finalizara mi contrato como ministro de otra iglesia.
Cuando tenía unos nueve años, tuve un dolor de dientes muy fuerte. El dolor se volvió insoportable, pero no teníamos dinero para ir al dentista. En ese momento, vivía con mi angelical abuela en México.
Con lágrimas en los ojos, me preguntó: “¿Crees en Jesús y que Él puede ayudarte?”.
Le dije que sí. Me pidió que fuera al cuarto de al lado, me arrodillara y orara para pedir un milagro. Derramé mi corazón en oración, pero no sucedió nada. Frustrado, apreté todo lo que pude la mandíbula y ofrecí una segunda oración. Pronto, ¡el dolor había desaparecido! Cuando corrí a decírselo a mi abuela, la encontré de rodillas, suplicando a Dios que ayudara a su nieto pequeño. Nunca he olvidado aquella escena y agradezco a mi abuela.
A eso le siguieron otras experiencias espirituales.
Cuando cumplí catorce años, me mudé a Texas, EE. UU., para estar con mis padres y hermanos. Encontré una iglesia local a la que empecé a asistir con regularidad. Debido a mis experiencias con Dios, quería compartir Su nombre y evangelio con todos los que me escucharan. A los quince años de edad, me inscribí en la escuela ministerial para llegar a ser ministro religioso. Durante dos años, asistí a clases de la Biblia antes de la escuela, después de la escuela y los fines de semana.
Una mañana, en la escuela secundaria, escuché ruido en el vestuario de los niños. “¡Tú, Mormón!”, gritó alguien. Nunca antes había escuchado ese término, pero sonaba como un insulto.
Más tarde me enteré de que la persona a la que estaban gritando era mi buen amigo Derek.
“Lamento que te llamaran mormón”, le dije.
Derek sonrió y preguntó: “No sabes lo que es un mormón, ¿verdad?”.
Me dijo que era un apodo para llamar a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
“¿Eres cristiano?”, le pregunté.
Cuando dijo que sí, me sentí feliz de saber que compartiéramos la fe en Jesucristo.
“¿Le has preguntado a Dios?”
“¿Quiénes son esos mormones?”, me preguntaba, “¿y en qué creen?”.
Fui a internet para averiguarlo. Después de unos minutos, decidí que mi amigo en realidad no era cristiano y que iba a ir al infierno; así que me embarqué en una misión para salvarlo.
Durante los siguientes dos años, leí cada libro que pude encontrar acerca de la Iglesia, incluso todo el Libro de Mormón, dos veces. También me reuní con Derek y los misioneros de tiempo completo para tratar de ayudarlos.
Cuando cumplí diecisiete años, me gradué de la escuela ministerial, fui ordenado ministro y llegué a ser pastor de una pequeña congregación en Texas. Dos meses después de mi ordenación, tuve otra conversación con los misioneros.
Uno de ellos preguntó: “Has leído el Libro de Mormón y has tomado todas las lecciones que podemos ofrecer, pero ¿has preguntado a Dios si nuestro mensaje es verdadero? Reconocerías una respuesta de Él, ¿verdad?”.
“Claro”, respondí con orgullo.
“Como yo lo veo, esta es una situación en la que solo puedes salir ganando”, respondió el misionero. “Si le preguntas a Dios si lo que tu amigo cree es verdadero y Dios dice que no, entonces has cumplido la misión por la que comenzaste este viaje; pero si Él dice que nuestro mensaje es verdadero, entonces piensa en cuánto podrías obtener”.
Nunca lo había pensado así. Esa noche me arrodillé en mi habitación después de leer Moroni 10:3–5. Mi respuesta de Dios fue sencilla pero poderosa. Con una voz suave y apacible, me respondió: “Siempre lo has sabido”.
Un nuevo capítulo de mi discipulado
Ahora que tenía un testimonio del Evangelio restaurado, ¿qué pasaría con mi ministerio? Todavía me quedaban diez meses de contrato como ministro. Después de mucha oración y de consultar a Dios, decidí terminar mi servicio. Durante los siguientes diez meses, seguí compartiendo las verdades tradicionales de la Biblia, pero cuando era posible agregaba la perspectiva del Evangelio restaurado. La gente se sentía identificada con esas verdades, y mi pequeño rebaño pasó de 20 a casi 150 personas.
Después de terminar mi contrato, se me ofreció un puesto permanente, pero sabía que era hora de bautizarme en la Iglesia. Era hora de comenzar un nuevo capítulo en mi senda de discipulado.
Cuando les dije a los miembros de mi familia, al principio no estaban felices, pero tres meses después de unirme a la Iglesia, bauticé a mi madre y a dos de mis hermanos. Después de servir en una misión de tiempo completo en la Misión Oklahoma, Ciudad de Oklahoma, bauticé a mi hermana menor.
Si alguien me pregunta por qué cambié de religión, siempre respondo: “No cambié de religión; sigo siendo un cristiano devoto. Más bien, simplemente fortalecí mi relación con el Salvador al llegar a ser un miembro bautizado de Su Iglesia: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Lo conozco de manera más personal e íntima que antes debido a la restauración del Evangelio, el Libro de Mormón, los profetas modernos, y las sagradas ordenanzas de salvación y exaltación que se pueden recibir en el templo”.
Hoy tengo el privilegio de trabajar como maestro de Seminario de tiempo completo. Sigo dedicando mi vida a Jesucristo y a Su evangelio. Y todavía comparto con cualquiera que escuche acerca de “las nuevas de gran gozo” (Lucas 2:10).