Sección Doctrinal
Las bendiciones de la verdadera obediencia
Siendo niños, y viviendo en las afueras de Madrid, con mucho campo para divertirnos, estábamos jugando a las canicas mis vecinos y yo. En mitad de lo más interesante del juego, se oyó el grito de la madre de uno de mis amigos, diciendo: “¡Felisín!”. Félix siguió jugando con muchos nervios, pero sin hacer caso de la llamada.
Y se oyó un segundo grito: “¡Felisín!”. Félix seguía jugando cada vez más nervioso. Pero como no quería interrumpir el juego, seguía sin hacer caso de su madre. De pronto, apareció la madre, agarró a Félix por los pelos y se lo llevó a la casa. Después, vimos a Félix salir llorando de su casa, corriendo a hacer lo que su madre le mandara. Y cuando volvió, ya no salió más.
A pesar de los muchos años que han pasado de aquella experiencia, no he podido olvidar lo que sentí. Me dije a mí mismo: “Aunque mi amigo Félix no quería hacer caso a su madre, porque quería jugar en lugar de obedecer su llamada, al final tuvo que hacer lo que ella le mandó, con un tirón de pelo y castigado sin poder seguir jugando. Y, además, desde que oyó la voz de su madre, ya no pudo disfrutar de aquel juego que tanto le gustaba”.
Tiempo después, fue la voz de mi madre la que se oyó: “¡Faustinín!”. Y, recordando lo que pasó con mi amigo Félix, dije a mis amigos: “¡Esperad un momento, que enseguida vuelvo!”. Fui inmediatamente a mi casa, y dije a mi madre: “¿Qué quieres, mamá?”. Ella me pidió que fuera a comprar algo a la tienda que necesitaba para la comida. Fui corriendo, y a la vuelta pregunté: “¿Quieres algo más, mamá?”. Y ella me dijo: “Nada más, hijo; gracias”. Volví con mis amigos, y seguimos jugando. Y he intentado aplicar esta experiencia a mi vida desde entonces, pensando: “Si de todas las maneras tenemos que cumplir lo que se espera de nosotros, ¿por qué no hacerlo enseguida y con una actitud positiva, aunque eso suponga algún sacrificio?”.
En mi caso, mi madre me mandó a comprar algo que necesitaba para hacer la comida, de la que mis hermanos y yo nos beneficiaríamos después. Y así es con los mandamientos de Dios: cuando los cumplimos, los primeros beneficiados somos nosotros, y contribuimos a que otros se beneficien también.
El Señor reveló por medio de José Smith lo que tenemos que hacer para tener una vida llena de bendiciones, diciendo: “Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa” (D. y C. 130:20–21).
La obediencia es la clave. Pero no cualquier tipo de obediencia. Sobre esto, nos ha dicho el Señor: “He aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas; porque a quien se le tiene que obligar en todas las cosas es un siervo perezoso y no sabio; por tanto, no recibe galardón alguno” (cfr. D. y C. 58: 26).