“Ann y Newel Whitney y la senda de los convenios”, Liahona, enero de 2025.
Ann y Newel Whitney y la senda de los convenios
Al igual que Ann y Newel Whitney, nosotros también recorremos la senda de los convenios al arrepentirnos, servir, sacrificarnos y regocijarnos a lo largo del camino.
Cuando Elizabeth Ann Smith, de dieciocho años, se mudó a Ohio, conoció a un apuesto comerciante llamado Newel K. Whitney. Ella lo describió como “un joven [que] había venido al oeste para ‘procurar hacerse de fortuna’. Era frugal y dinámico, y acumuló bienes más rápido que la mayoría de las […] personas que se relacionaban con él”. Se casaron en octubre de 1822 y eran “un matrimonio feliz con un futuro prometedor por delante”.
Se establecieron en Kirtland, Ohio, donde Newel dirigió una próspera tienda comercial.
Podemos ver los modelos de los tratos del Señor con Sus hijos al observar las experiencias de los Whitney y de muchas otras personas. Por ejemplo, podemos ver cómo llegaron a conocer al Salvador y cómo Él los ayudó a verse a sí mismos como hijos del convenio. Saber en cuanto a ellos brinda una comprensión más profunda de las revelaciones del Señor que se encuentran en Doctrina y Convenios.
Prepararse para recibir la palabra del Señor
Los padres de Ann decidieron criarla sin ninguna religión y Newel tenía una disposición inclinada al comercio. Sin embargo, al formar un hogar en Kirtland, Ann sentía que les faltaba algo en sus vidas. Comenzaron a buscar alguna iglesia que siguiera el Evangelio tal como lo enseñó Jesucristo en el Nuevo Testamento. Durante un tiempo, adoraron a Dios con los Discípulos de Cristo, de Alexander Campbell.
Ann recordó: “Una noche […], mientras mi esposo y yo estábamos en nuestra casa de Kirtland y orábamos al Padre para que se nos mostrara el camino, el Espíritu descansó sobre nosotros y una nube cubrió la casa. […] Un asombro solemne nos invadió […]. Entonces escuchamos una voz […] que decía: ‘Prepárense para recibir la palabra del Señor, pues está por llegar’”.
En Nueva York, a cientos de kilómetros de distancia, el Señor mandó a José Smith que enviara misioneros a predicar el Evangelio. Cuando esos misioneros —dirigidos por Oliver Cowdery y Parley P. Pratt— predicaron en Kirtland, Ann los escuchó y más adelante escribió: “Supe que era la voz del Buen Pastor”. El testimonio de los misioneros, de otros creyentes como Lucy e Isaac Morley y, lo más importante, el Espíritu Santo, los llevaron a hacer convenios sagrados. Ann y Newel fueron bautizados en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en noviembre de 1830.
Conocer al profeta José
Otra revelación mandaba a los santos “ir a Ohio”, donde recibirían “una bendición cual no se conoce entre los hijos de los hombres” (Doctrina y Convenios 39:14–15; véase también 37:1).
José y Emma Smith llegaron a Kirtland en febrero de 1831 y Newel y Ann los acogieron en su casa durante un mes. Dieciocho meses después, volvieron a dar alojamiento a José y a Emma en su tienda remodelada.
Los Whitney comenzaron a ver un panorama más claro de su identidad eterna. Más adelante, ese mismo año, el Señor reveló al profeta José que Newel debía servir como obispo en Kirtland. Newel dijo: “Yo no me veo como obispo. Sin embargo, hermano José, si usted dice que es la voluntad del Señor, trataré”.
José respondió: “No tiene por qué creer tan solo en mi palabra. Vaya y pregúntele al Padre usted mismo”.
Después de orar, Newel oyó una voz del cielo que decía: “Tu fortaleza está en mí”.
Aquel fue un período de crecimiento para Newel y Ann al esforzarse juntos por guardar sus convenios. Ann escribió acerca de una de las maneras en que servían a los demás:
“De acuerdo con el modelo de nuestro Salvador […], resolvimos hacer un banquete para los pobres […], los cojos, los lisiados, los sordos, los ciegos, los ancianos y los enfermos.
“El banquete duró tres días, durante los cuales se invitó a todas las personas de los alrededores de Kirtland que quisieran venir […]. Para mí en verdad fue un ‘banquete de manjares suculentos’ [Isaías 25:6]; un tiempo de regocijo inolvidable”.
Newel más tarde sirvió como misionero con José Smith y como socio de la Firma Unida, una cooperativa comercial para atender las necesidades de los santos. Los ingresos de su tienda financiaron gran parte del crecimiento de la Iglesia en Kirtland y Misuri; además, Newel sirvió a la Iglesia de muchas otras maneras. Quizás lo más importante sea que Ann y Newel tuvieron catorce hijos y criaron a diez hasta la edad adulta.
Otros se congregaron para edificar las estacas de Sion. Los Kimball, los Young, los Crosby, los Tippets y muchos más trataban de centrar su vida en el Evangelio de Jesucristo. Cada uno de ellos aportó energía y talentos específicos. Las primeras revelaciones los guiaron, reprendieron y tranquilizaron, y dirigieron a la Iglesia que se expandía.
Edificar la Casa del Señor
Para los primeros miembros de la Iglesia, tanto a nivel colectivo como individual, el recibir la prometida investidura de poder era el objetivo central de sus esfuerzos temporales y espirituales (véase Doctrina y Convenios 38:32).
El Señor mandó repetidamente que se construyeran templos en Kirtland y en Misuri. En Kirtland, los santos lograron levantar un edificio extraordinario mediante heroicos esfuerzos. Su mejor esfuerzo fue construir algo digno del Señor Jesucristo. El templo sigue en pie hoy en día. La tienda de Newel, junto con su fábrica de potasa, que se hallaba cerca, fueron una parte esencial de la economía de Kirtland y contribuyeron con el proyecto de construcción del templo.
En 1836, el Salvador se apareció en el templo y aceptó sus esfuerzos. Él prometió que Su pueblo “se regocijará en gran manera como consecuencia de las bendiciones que han de ser derramadas, y la investidura con que mis siervos han sido investidos en esta casa” (Doctrina y Convenios 110:9). Luego vinieron Moisés, Elías y Elías el Profeta y confirieron llaves cruciales para la última dispensación (véase Doctrina y Convenios 110:11–16).
La persecución y los afanes del mundo
Los tiempos venideros pondrían a prueba a los santos, incluso a los Whitney. En medio de una recesión económica nacional y de un pánico bancario, muchos se tornaron en contra de la Iglesia y del Profeta. Cuando se le mandó trasladarse a Misuri, Newel titubeó; había dedicado toda su vida a la tienda de Kirtland. Gran parte de la riqueza que generaba sostenía a la Iglesia. ¿Tenía que abandonarla así, sin más?
El Señor lo reprendió por prestar demasiada atención a las cosas del mundo y por su “pequeñez de alma” (Doctrina y Convenios 117:11). Newel se arrepintió y obedeció. Se estableció en Nauvoo, Illinois, donde continuó sirviendo como obispo y luego como Obispo Presidente.
Las ordenanzas del templo
En Nauvoo, el templo volvió a ser el centro de la actividad temporal y espiritual. Conforme comenzaron a levantarse los muros del templo, el Señor organizó la Sociedad de Socorro por medio de Su profeta. Emma Smith fue la primera presidenta y Sarah Cleveland y Ann Whitney fueron sus consejeras. Emma delegó tareas importantes en Ann y le pidió que dirigiera la organización cuando ella no estuviera presente.
El Señor continuó revelando las ordenanzas del templo al Profeta. En 1842, cuando aún no estaba terminado el Templo de Nauvoo, José Smith reunió a los líderes de la Iglesia, incluido Newel, en la planta superior de su tienda de ladrillos rojos y administró la ordenanza de la investidura. Cuando se dedicó una parte del templo —el ático—, tanto Ann como Newel administraron la investidura a otros santos antes de partir hacia el valle del Lago Salado.
A lo largo de la senda de los convenios, Ann y Newel buscaron al Salvador, se arrepintieron, sirvieron de todo corazón, se consagraron, se sacrificaron y se regocijaron. Llegaron a conocer a Jesucristo y a verse a sí mismos como hijos del convenio. Millones de personas después de ellos han seguido el mismo modelo, que consiste en hacer y vivir convenios sagrados y edificar el Reino del Señor. El esfuerzo por conocer sus historias nos ayuda durante nuestros momentos de tranquilidad y nuestros momentos de pruebas.
Al aproximarse el final de su vida, Ann escribió: “Al sentir que hemos llegado a comprender sobre los propósitos de Dios al crearnos a cada uno […], ¿nos damos cuenta de que vale la pena vivir por estas cosas, que vale la pena sufrir por ellas? ¿Acaso puede cualquier sacrificio ser demasiado grande […] si queremos seguir los pasos de nuestro Maestro?”.