Un templo en Kona
Cuando Leroy y Rose Alip decidieron hacer el sacrificio para asistir al templo cada mes, el Señor los bendijo con los medios suficientes para ir y llevar consigo a otras personas.
Leroy Alip escuchó atentamente cuando fue apartado para servir en el sumo consejo de la estaca en la Isla Grande (Kona), Hawai. En la bendición, se le dijo que permanecería en la isla cuando se construyera un templo en esa región, y que prestaría servicio en dicho templo. Eso fue en 1984, y el único templo de Hawai se encontraba en la isla de Oahu, a considerable distancia por barco o avión.
La bendición del sacerdocio animó al hermano Alip. “Pienso que cuando se recibe una bendición, la persona tiene la responsabilidad de hacer todo lo que esté de su parte para recibir esa bendición”, dijo. De modo que él y su esposa Rose decidieron asistir al templo en Oahu una vez al mes.
El hacerlo no fue fácil, ya que el viaje costaba $300 dólares, una cantidad excesiva para un matrimonio que muy apenas podía salir adelante con el dinero que el hermano Alip recibía en la oficina de gobierno donde trabajaba. La única forma por la que podrían hacer el viaje sería utilizando sus ahorros, lo cual hicieron con gusto.
Sin embargo, en un año se quedaron sin dinero. “Pero nuestro corazón estaba en el templo”, afirma el hermano Alip. “Deseábamos seguir asistiendo, de modo que oramos para suplicar ayuda”.
Al poco tiempo, el hermano Alip inesperadamente recibió una oferta para complementar sus ingresos repartiendo periódicos para un negocio de la localidad. Por esas entregas matutinas recibía casi $700 dólares al mes. Por disponer de más que suficiente dinero para seguir yendo al templo, los hermanos Alip sintieron la impresión de que debían poner lo que les sobraba en su propio fondo especial para el templo.
En junio de 1986 se hizo evidente la razón por la que habían recibido esa impresión: debido a que ya residían en la Estaca Kona, Hawai, podrían llevar al templo a varias de las hermanas de la estaca que eran dignas pero que no habían podido recibir sus investiduras. De modo que cada mes, los hermanos Alip llevaban a una hermana al templo a Oahu; en cada ocasión, la hermana regresaba para dar testimonio del poder espiritual y del gozo que sentía al efectuar la obra para sí misma y por otras personas. El espíritu de la obra del templo no tardó en esparcirse por toda la estaca, y más miembros empezaron a pensar en formas de asistir al templo.
Debido a que el hermano Alip tenía conocidos en la industria turística, le fue posible hacer arreglos para conseguir descuentos del transporte tanto aéreo como por tierra, así como del hospedaje de todas las personas de la estaca que desearan ir. Para 1994, más de cien miembros de la Estaca Kona llevaban a cabo mensualmente el viaje al Templo de Laie, Hawai. El hermano Alip se ríe cuando recuerda: “El presidente del templo dijo en broma que los santos de Kona estaban desgastando las alfombras porque tantos de ellos iban al templo”.
En 1997, el presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) dio a conocer las nuevas pautas para la construcción de templos. La edificación de templos más pequeños permitiría que se construyeran más templos. Seis meses más tarde, se recompensó la fidelidad de los santos de Isla Grande (Kona), cuando el presidente Hinckley anunció que en Kona se construiría un templo. Después de que se dedicó en el año 2000, el hermano Alip fue llamado como segundo consejero de la presidencia del templo. Hoy día, al encontrarse totalmente jubilado de su profesión, pero encontrándose entregado de lleno a la obra del Señor, él supervisa a los obreros encargados de los jardines del bello Templo de Kona, Hawai.
Los hermanos Alip se sienten agradecidos por la forma en que el Padre Celestial los ha bendecido a fin de tener lo que necesitan para seguir prestando servicio a los demás. Cuando primeramente llegaron a Kona, el hermano Alip comenta: “No teníamos dónde hospedarnos, excepto una pequeña choza en las colinas, construida para una persona que trabajaba en los cafetales”. Vivieron allí durante meses hasta que les fue posible alquilar una casita.
Varios años más tarde, tuvieron suficientes ahorros e ingresos para pensar en tener una casa más cómoda, pero nada de lo que veían les dejaba una buena impresión. Un día, cuando el hermano Alip trabajaba en los jardines del Templo de Kona, se le acercó una hermana mayor, que lloraba. El hermano Alip mueve la cabeza: “La habían desalojado de su casa y no tenía a dónde ir. Por alguna razón, le dije que fuera a visitar a sus nietos, y que cuando volviera, podría vivir con nosotros”. El problema era que la casa de los Alip era sólo lo suficientemente grande para ellos dos; de modo que empezaron a orar y a buscar en serio la manera de obtener la bendición que buscaban.
Poco después, un agente de bienes raíces los invitó a considerar comprar una casa de dos pisos con seis dormitorios; les gustaba mucho, pero pensaron que costaría más de lo que podrían pagar, de modo que, apesadumbrados, rechazaron la oferta.
Pero se abrió un camino: en unas semanas, el precio de la casa bajó, y los Alip se enteraron de que tenían suficiente crédito para comprarla. Por consiguiente, una vez que regresó a Kona, la hermana necesitada tuvo un lugar disponible con los hermanos Alip, y tres de los hijos de éstos, que también estaban necesitados, encontraron en esa casa un hogar para sus familias.
“El Señor nos ha cuidado muy bien”, dice el hermano Alip. “Cuando demostramos que estamos dispuestos a sacrificar nuestro tiempo, talentos y recursos por Él, derrama sobre nosotros Sus tiernas misericordias”.