Ayudar a apacentar los corderos del Salvador
Tomado de un discurso de la conferencia general de octubre de 1997.
El Salvador había sido crucificado y luego resucitado. Sus discípulos habían ido a Galilea; habían pescado durante toda la noche sin lograr nada. Al rayar el alba, cuando se acercaron a la orilla, al principio no lo reconocieron. Él los llamó y les dijo dónde echar las redes y, cuando lo hicieron, éstas se llenaron; entonces se apresuraron a ir a la orilla a Su encuentro.
Allí encontraron una hoguera de carbón, un pez asándose y pan. Entonces Él les dio un mandamiento que todavía se aplica a cada uno de nosotros.
“Y cuando hubieron comido, Jesús le dijo a Simón Pedro: Simón hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos” (Juan 21:15).
Los santos de Dios han estado siempre bajo el convenio de nutrirse espiritualmente los unos a los otros, especialmente a los más débiles en el Evangelio.
Un niño puede hacer las cosas que nutren la fe de los demás. Los niños pueden invitar a un nuevo converso a asistir con ellos a una reunión; pueden sonreír y dar la bienvenida a un nuevo miembro que llega a la capilla o a una clase. Y, al hacerlo, el Espíritu Santo será nuestro compañero.
Cada palabra que pronunciemos puede fortalecer o debilitar la fe; necesitamos la ayuda del Espíritu para hablar las palabras que nutran y fortalezcan.
Por medio de la simple obediencia podemos ayudar al Señor a llevar a los corderos, a Sus corderos, a Sus brazos a la morada de Su Padre y nuestro Padre.
Sé que Jesús es el Cristo. Sé que Él vive. Y sé también que Él nos guía en esta obra, Su obra, para llevar a cabo la vida eterna de los hijos de Su Padre.