Hablamos de Cristo
Tomará sobre Sí sus enfermedades
Unos años después de que mi esposa Gisèle y yo regresamos de presidir la Misión Fiyi Suva, a ella le diagnosticaron cáncer del estómago. Aquella severa prueba implicó, a la larga, tres intervenciones quirúrgicas delicadas y complicaciones que resultaron en que le extirparan todo el estómago. En el momento más difícil en que presenciaba el sufrimiento de mi esposa llegué a comprender más cabalmente la expiación de Jesucristo.
Recuerdo que me sentía totalmente abrumado por lo que estaba pasando Gisèle. ¿Qué había hecho ella para merecer tal aflicción? ¿Acaso no había servido fielmente al Señor? ¿No había cumplido la Palabra de Sabiduría? ¿Por qué no había prevenido Él esa enfermedad? ¿Por qué?
Una noche en particular desahogué mi corazón y mis sentimientos en oración, contándole al Señor todas mis frustraciones. “¡Ya no aguanto ver a mi querida esposa sufrir tanto dolor!”, le dije. Entonces decidí acudir a las Escrituras; en ellas encontré los reconfortantes versículos sobre Jesucristo que aparecen en Alma 7:11–12:
“Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo.
“Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus enfermedades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos”.
Hasta ese momento no había considerado todo lo que suponía la maravillosa expiación del Salvador. No me había dado cuenta por completo que Jesucristo tomaría sobre Sí el dolor de Gisèle, o el mío. Deposité mi angustia y temor en Aquel que toma sobre Sí “los dolores y las enfermedades de su pueblo” y, una vez que entendí eso, ¡sentí que se me quitaba un gran peso de encima!
Hoy Gisèle se encuentra muy bien, como si nunca hubiese padecido cáncer. Durante los reconocimientos que se hace periódicamente, el doctor le dice que ella es “un milagro”. Me siento sumamente agradecido por la restitución de su salud física, pero también estoy agradecido por la curación que experimenté yo: la de mi corazón. El consuelo que sólo se logra mediante el Salvador me dio la tranquila seguridad de que todo estaría bien.
Ahora, cada vez que me enfrento a tribulaciones, mis pensamientos se vuelven a aquella potente lección y a lo que el Señor le dijo al profeta José Smith: “El Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él?” (D. y C. 122:8). Recordar el sacrificio de Jesucristo inevitablemente me consuela.
Estoy eternamente agradecido por la disposición que tuvo nuestro Salvador de soportar lo que tan terriblemente sufrió. Testifico de Su amor, de Su misericordia y de Su atento cuidado por Sus hijos. Es nuestro Salvador, y lo amo.