Cuando los patos no flotan
Suponíamos que a nuestros patitos les resultaría natural estar en el agua, pero nos esperaba una sorpresa.
Todo comenzó con el regalo sorpresa que papá llevó a casa para sus tres hijas. Al mirar con curiosidad el interior de la caja de cartón desde la que se oía un gorjeo, las tres gritamos de alegría. ¡Patitos! Estábamos muy ansiosas por meter la mano y tomar uno y empujamos tanto a papá que casi se le cae la caja.
“¡Cálmense, niñas!”, dijo entre risas. “¡Hay uno para cada una!”.
Me sorprendió lo pequeño que se sentía el patito en mi mano; al sujetarlo con delicadeza, su cuerpo tibio parecía del tamaño de una moneda y pesaba casi lo mismo también.
“¡Ay, qué liviano es!”, exclamé. “¡Con razón los patitos pueden flotar!”.
Papá se volvió a reír al irse a la cocina, donde estaba mamá; a él le encantaban las sorpresas, sobre todo las que hacían feliz a su familia. Ése fue el momento en que recordé la piscina portátil para niños, ya que sería el hogar perfecto para nuestros nuevos patos.
“Nora, saca del garaje la vieja piscina de plástico”, le dije a mi hermana.
Una vez que la manguera llenaba la piscina con agua limpia y fresca, empezamos a examinar nuestros patitos y nos dispusimos a darles un nombre; el mío tenía una pequeña manchita marrón en el pico redondo, y patas terriblemente grandes.
De repente me acordé de mis amigas; ellas se reirían de lo emocionada que estaba yo por esas nuevas mascotas; pero entonces me di cuenta de que mis amigas no me visitarían durante los días siguientes, ya que sus padres les habían dado permiso para ir a acampar cerca de las montañas. Andarían en bicicleta por un viejo y polvoriento camino, escogerían un lugar donde acampar y armarían una carpa; se divertirían muchísimo y al día siguiente estarían en casa, riéndose y hablando acerca del campamento. Mi mamá no me había dado permiso, ya que dijo que yo era muy pequeña.
Con la piscina ya llena, las tres nos pusimos alrededor de ella para aquel gran momento; pusimos en el agua a nuestras aves que se agitaban y graznaban e inmediatamente se fueron al fondo. ¡Las tres se hundieron!
Rápidamente metimos las manos y rescatamos a los pobres y atragantados patitos. ¿Qué había ocurrido? No esperábamos que hicieran algo difícil, como nadar; todo lo que tenían que hacer era flotar. ¿No es eso fácil para un pato?
“¿Qué pasó?”, preguntó mi hermana.
“¡Quizá los tomamos de sorpresa!”
Estuvimos de acuerdo en que eran como los bebés cuando aprenden a caminar: algunas veces tendrán que caerse; nos dispusimos a volver a intentarlo.
“Uno, dos, tres, ¡ya!”
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!; se fueron directamente al fondo como si fueran bolas de plomo.
Afortunadamente para los patitos, ninguna de nosotras tuvo valor para seguir adelante con nuestra teoría de que simplemente necesitaban práctica. Cuando Nora sugirió que usáramos el secador de pelo para secarles las plumas, corrimos a casa. Con cuidado, mis dos hermanas secaron a las pobres aves con mi secador de pelo rosa mientras yo buscaba el número telefónico que se encontraba en la caja.
“Hola, ¿señor? Somos las personas que acaban de comprar —bueno, nuestro papá acaba de comprar— tres patitos. Sí, señor. Es que hay un problema con ellos; en verdad preferimos que nuestros patos floten”.
Lo que este hombre me explicó me hizo abrir los ojos. No me di cuenta de cuánto había aprendido hasta que me oí a mí misma explicárselo a Nora y a Suzy: “Miren: las plumas suaves y esponjosas no repelen el agua, sino que la absorben en seguida. Tenemos que esperar una o dos semanas más hasta que sus cuerpos produzcan el aceite que hará que sus plumas sean impermeables”.
“Pero eso no es cierto”, contestó Nora. “Yo he visto patitos que siguen a su madre en el río, y tenían tan sólo unos días de nacidos”.
“El hombre me lo explicó. Cuando los patitos nacen, la madre los envuelve con sus alas para mantenerlos calentitos. El aceite de las alas de la madre se transmite a sus bebés y, con su madre, pueden mantenerse a flote. Para hacerlo por sí solos, deben ser un poco más grandes para estar seguros en el agua”.
Fue entonces que mi mente se deslizó hasta algún lugar de las montañas, pensando en mis amigas y en su carpa. Quizá mamá simplemente quería mantenerme bajo sus alas un poco más de tiempo. Con el dedo, acaricié el plumaje de mi diminuto patito.
“Por ahora te mantendremos afuera de la piscina, patito”, le prometí. Después me vino otra idea y agregué: “¿Extrañas a tu mamá?”.