Experimentar un cambio en el corazón
Hallamos gozo en el esfuerzo constante por experimentar un cambio en el corazón al aceptar la expiación de Jesucristo en nuestra vida.
Rosemary, nuestra hija primogénita, era una hermosa bebé recién nacida cuando mi madre vino a visitarnos desde su pueblo en el centro de Zimbabwe. Como padres nuevos, mi esposa, Naume, y yo estábamos muy emocionados por la visita de mi madre; estábamos deseosos de aprender todo lo que necesitábamos saber sobre la crianza de un hijo.
Al llegar, mi madre sacó un collar de tela y dijo que había un objeto mágico envuelto en la tela. Le entregó el collar a Naume para que se lo pusiera en el cuello a Rosemary. Al percibir su vacilación, mi madre de inmediato dijo: “Desde pequeña, mi madre y mi abuela materna me dieron este objeto mágico, que me ha protegido a mí y a todos mis hijos, incluso a tu esposo. Este amuleto protegerá a tu hija de enfermedades y de todo tipo de hechizos que le pudieran acontecer, y podrá a superar cualquier situación difícil de la vida. Tendrá que llevarlo puesto hasta que cumpla los cinco años”.
En ese momento yo era el presidente de la rama, y de inmediato pensé: “¿Qué pensarán los miembros de mi rama cuando vean ese collar ‘mágico’ en el cuello de nuestra bebé?”. Entonces pensé: “Tal vez podríamos cubrirlo de manera que no fuera tan evidente”. Miré a Naume; su expresión me indicó que no debíamos aceptar el regalo. Le pregunté a mi madre si podía hacer un collar fino y pequeño, uno que no fuera tan evidente. Respondió que no era posible, y que el objeto mágico funcionaba mejor de la forma en que ella lo había preparado.
Una vez más, Naume me lanzó una mirada que expresaba claramente su desaprobación. Me volví hacia mi madre y le expliqué que, como presidente de rama en nuestra congregación local, no me sentiría cómodo poniéndole el collar a nuestra bebé. Mi madre respondió con una advertencia; dijo que, sin el collar, nuestra bebé moriría.
Un momento de crisis y de pánico
Unas semanas después de ese incidente, nuestra pequeña Rosemary enfermó gravemente, y no teníamos dinero para llevarla al médico. Era de noche, y en ese momento empecé a pensar en lo que mi madre había dicho en su advertencia. Empecé a desear haber aceptado el collar; lo habría tomado y lo habría puesto en el cuello de Rosemary. En ese momento de pánico, oí una voz apacible y delicada que me instaba a ejercer fe en el Señor Jesucristo. De inmediato, me vestí con mi ropa de domingo, tomé a nuestra bebé en los brazos y le di una bendición del sacerdocio. Sentí paz y consuelo, y percibí que mi esposa sentía lo mismo. Casi de inmediato, Naume y la pequeña Rosemary se quedaron dormidas pacíficamente. Nuestra hija Rosemary sanó. En los días posteriores se recuperó lentamente y recobró su salud. ¡Habíamos presenciado un milagro! El Señor, en Su tierna misericordia, me tendió la mano y fortaleció mi fe en Él.
Me sentía agradecido, pero un poco avergonzado al mismo tiempo. Ahí estaba yo, un exmisionero que servía como presidente de rama, pero que estaba preocupado por lo que pudiera decir la gente en vez de creer en Dios (véase Mosíah 4:9). Sí, incluso mi madre, a quien amo y admiro tanto, no podía comprender todas las cosas. Necesitaba ser algo más que un exmisionero; algo más que un presidente de rama; necesitaba cambiar, experimentar lo que Alma experimentó.
Un momento de potente cambio
Alma, uno de los sacerdotes del inicuo rey Noé, probablemente se examinó a sí mismo cuando el profeta Abinadí hizo esta pregunta introspectiva: “No habéis aplicado vuestros corazones para entender; por tanto, no habéis sido sabios. ¿Qué, pues, enseñáis a este pueblo?” (Mosíah 12:27). Al igual que Alma, necesitaba “un potente cambio en [mi] corazón” (Alma 5:12).
Por ser un sacerdote en la corte del rey Noé, Alma estaba acostumbrado a una vida privilegiada; recibía manutención a través de los impuestos del pueblo; disfrutaba de una posición de poder y prominencia y era uno de aquellos que “se envanecían con el orgullo de sus corazones” (Mosíah 11:5). No obstante, cuando Alma escuchó sobre la venida del Salvador al mundo —de Sus enseñanzas, sufrimiento, muerte y resurrección, y que Jesucristo es “la luz y la vida del mundo; sí, una luz que es infinita, que nunca se puede extinguir; sí, y también una vida que es infinita, para que no haya más muerte” (Mosíah 16:9)— estuvo dispuesto a cambiar; e incluso estaba preparado para morir, si fuera necesario.
Rodeado de la oposición y los peligros que amenazaban su vida, Alma suplicó valientemente al rey Noé que permitiera que Abinadí partiera en paz. Las acciones de Alma provenían del corazón; había sentido el amor que el Salvador le manifestó mediante Abinadí, el profeta del Señor.
Cuando mi madre me ofreció un collar de protección para ponerlo en el cuello de mi bebé, basé mi preocupación en la apariencia externa; me preocupó lo que fueran a pensar de mí los miembros de nuestra rama. Era obvio que yo aún no había experimentado en su totalidad ese “potente cambio en el corazón”. Desde entonces, he llegado a darme cuenta de que nuestro éxito y nuestra felicidad se basan en cuán dispuestos estemos a incorporar el Evangelio en nuestro corazón. A fin de que podamos encontrar verdadera felicidad, gozo y paz, “el evangelio puro de Jesucristo debe arraigarse en [nuestros] corazones… por el poder del Espíritu Santo”1.
Una oportunidad de testificar
Esa clase de cambio, con la mira puesta en el Salvador en todas las cosas y en todo lugar, nos permite tender una mano a los demás. Alma se convirtió en un gran misionero, tendió la mano a muchas personas y organizó la Iglesia de Cristo entre los del pueblo que huyeron del rey Noé.
¿Se dan cuenta de cómo desaproveché la oportunidad de compartir el Evangelio con mi madre cuando nos ofreció ese objeto mágico, el que ella creía que siempre la había protegido a ella y a sus hijos? Yo podría haber sido un instrumento en las manos del Señor, tal como Alma, quien predicó el evangelio de Jesucristo y “cambió sus corazones; sí, los despertó de un profundo sueño, y despertaron en cuanto a Dios” (Alma 5:7).
Al reflexionar en esa ocasión con mi madre, me pregunto qué habría pasado si yo hubiese respondido de manera más semejante a Alma. Quizás mi madre hubiera despertado en cuanto a Dios, y su cambio hubiese tenido un efecto positivo en mis hermanos. Ese cambio, entonces, habría tenido un gran impacto en la vida de los hijos de mis hermanos y de su posteridad.
El potente cambio de Alma lo percibieron no solo aquellos a quienes enseñaba y a quienes testificó, sino también sus propios hijos y su posteridad. Su hijo, Alma, al predicar a la gente de la tierra de Zarahemla y de sus alrededores, les recordó el testimonio que su padre tenía del Salvador Jesucristo:
“He aquí, os lo puedo decir. ¿No creyó mi padre Alma en las palabras que se declararon por boca de Abinadí?…
“Y según su fe, se realizó un potente cambio en su corazón” (Alma 5:11–12).
Para una persona joven como Alma, ese potente cambio en el corazón, que se inició a causa de la invitación de Abinadí de aplicar nuestro corazón a la comprensión de la palabra de Dios, fue la clave de su felicidad y de su éxito para llegar al corazón de los demás: “Y he aquí, él predicó la palabra a vuestros padres, y en sus corazones también se efectuó un potente cambio; y se humillaron, y pusieron su confianza en el Dios verdadero y viviente. Y he aquí, fueron fieles hasta el fin; por tanto, fueron salvos” (Alma 5:13).
Realicen un cambio constante
Algunos jóvenes de hoy se encuentran atrapados entre tener que escoger lo correcto a la vista de Dios o complacer a sus padres o tutores, quienes quizás no compartan los mismos sentimientos que ellos tienen acerca de la veracidad del Evangelio. Al hacer frente a tal decisión, háganse estas preguntas: “¿Me ayuda esta decisión a sentir que mis ‘obras han sido justas’? (Alma 5:16), y ¿todavía me hacen sentir ‘el deseo de cantar la canción del amor que redime’?” (Alma 5:26).
Aunque todos debemos amar y admirar a nuestros padres, tenemos que saber que las decisiones que tomamos tendrán un impacto directo en nuestros hijos y en nuestra posteridad. Quizás sea necesario que algunos de nosotros nos alejemos de nuestra zona de comodidad, al igual que Alma, quien huyó de los siervos del rey Noé y enseñó el Evangelio en circunstancias muy difíciles. Él produjo un cambio no solo en su familia, sino también en los demás. Al experimentar un cambio en el corazón, es importante que pensemos en los demás y nos unamos “en ayuno y ferviente oración por el bien de las almas de aquellos que no [conocen] a Dios” (Alma 6:6).
¿Qué habría pasado si nuestra bebé, Rosemary, no hubiese sobrevivido a la enfermedad, incluso después de la bendición del sacerdocio que pronuncié sobre ella? La admonición del Señor es una gran fortaleza para mí: “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10:39).
Hallamos gozo en el esfuerzo constante por experimentar un cambio en el corazón al aceptar la expiación de Jesucristo en nuestra vida. Estoy agradecido por este conocimiento y sé, de todo corazón, que nuestro Salvador salió “sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo” (Alma 7:11). Sé que encontramos verdadera seguridad y protección al acudir al Señor y seguir Su consejo.