Nuestro hogar, nuestra familia
El ejemplo amoroso de mi padre
Mi padre me demostró cómo amar a mis hijos errantes.
Me uní a la Iglesia tras aceptar la invitación que me hicieron dos amigos para asistir a Seminario. Mis padres siempre apoyaron mis decisiones de bautizarme, de servir en una misión y de casarme en el templo. No obstante, recuerdo el dolor que sentí (y supuse que mis padres también sintieron) al saber que ellos aguardaban amablemente en la sala de espera del Templo de Provo, Utah, mientras a mi esposa y a mí nos sellaban.
Más adelante, tuvimos cuatro hijos; y recuerdo el gozo que sentíamos al saber que cada uno de ellos estaba sellado a nosotros por haber nacido bajo el convenio. Nuestros hijos fueron los primeros nietos en la familia y, aunque mis padres y mis hermanos nunca se unieron a la Iglesia, siempre tuvieron una estrecha relación con cada uno de ellos. Durante muchos años, todos vivimos cerca y mis padres pudieron ver a nuestros hijos participar en eventos deportivos de la escuela y en la comunidad, y también asistieron al bautismo de cada uno de ellos.
Cuando nuestros hijos llegaron a la adolescencia, nuestra familia se había mudado a otro estado debido a mis asignaciones laborales; sin embargo, aun durante esos años, mis padres permanecieron cerca de nuestros hijos por medio de visitas y escribiéndoles con frecuencia.
Cuando mis padres tenían alrededor de cincuenta años, a mi madre se le detectó un inicio precoz de alzhéimer. Mi padre estaba decidido a cuidar fielmente de ella, aun cuando su enfermedad requería atención permanente. Incluso durante esos años, mi padre estuvo en contacto conmigo a través de cartas y de llamadas telefónicas semanales y, en algunas épocas, diarias. Yo siempre tuve una relación estrecha tanto con mi padre como con mi madre, pero durante los últimos diez años de la vida de mi padre llegamos a estar mucho más unidos. También me di cuenta entonces de que él se mantenía tan cerca de mis tres hermanos como de mí, aun cuando, al ir creciendo, todos nos habíamos volcado hacia diferentes intereses y creencias.
Durante esos últimos años, mis padres y nosotros vivíamos en costas opuestas de los Estados Unidos, y ellos atravesaban el país dos veces al año para visitarnos, aun cuando el alzhéimer de mi madre había avanzado tanto que resultaba muy difícil para mi papá cuidarla durante un vuelo de larga distancia.
En esa misma época, todos mis hijos decidieron, uno por uno, dejar de asistir a la Iglesia. Con el tiempo, dos de ellos pidieron que sus nombres fueran quitados de los registros de la Iglesia. Sin duda, esta ha sido la prueba de nuestra vida, tanto para mi esposa como para mí; y aun cuando él no era Santo de los Últimos Días, mi padre también se sintió apenado y confundido por las decisiones de nuestros hijos. En su interior, él era un hombre religioso, y se unió a nosotros en oración por ellos a lo largo de esos años.
En 2005, mi padre falleció tras ser diagnosticado con cáncer, y mi madre falleció tres años después. Mi esposa y yo nos regocijamos al actuar como sus representantes cuando llevamos a cabo las ordenanzas del templo después de que fallecieron.
Durante mucho tiempo he orado para entender cuál es la mejor manera de relacionarme con nuestros hijos ahora que son adultos, algunos de ellos casados y con hijos, ninguno de los cuales es Santo de los Últimos Días. Emocionalmente estamos cerca de nuestros cuatro hijos, y estamos agradecidos porque ellos acuden frecuentemente a nosotros con amor.
Finalmente recibí una respuesta muy clara del modo en que debo comportarme, probablemente durante el resto de mi vida, con respecto a estos hijos adultos: tenía que hacer lo que mi padre había hecho conmigo. A pesar de llevar vidas diferentes y tener distintas perspectivas religiosas, mi padre estaba decidido a acercarse a mí como padre y como amigo mientras yo experimentaba el dolor de ver a mis hijos elegir un modo de vida y creencias distintos a los míos. Me di cuenta de que debo seguir el ejemplo de mi padre, quien me enseñó la manera de tratar a hijos que tienen otra fe: amarlos completamente, tal como lo haría el Salvador.