La tenacidad y el discipulado
Tomado del discurso “La tenacidad”, pronunciado en un devocional en la Universidad Brigham Young, el 4 de noviembre de 2014. Para leer el discurso completo en inglés, vaya a speeches.byu.edu.
Tener fe en Dios y en Sus promesas, y hacer lo correcto en todo momento, sin importar quién lo sepa.
En un diccionario en línea se define la tenacidad como “perseverancia y determinación persistente”. Además, explica que “la tenacidad es la cualidad que muestra una persona que sencillamente no se da por vencida, sino que sigue intentándolo hasta lograr su objetivo”1.
Tenemos que actuar con tenacidad a fin de llegar a ser verdaderos discípulos del Salvador y de lograr las metas realmente buenas que nuestro Padre Celestial sabe que necesitamos, a fin de prepararnos para la eternidad: llegar a ser buenos misioneros, terminar los estudios, encontrar a nuestro compañero o compañera eternos y comenzar una familia. Nuestra capacidad para actuar con tenacidad en todo lo bueno determinará si llegaremos a ser los hijos y las hijas de Dios que Él sabe que podemos y debemos llegar a ser.
A la generación actual de misioneros de tiempo completo se la ha llamado “la generación más grandiosa de misioneros que haya existido en la historia de la Iglesia” y se le ha comparado con los dos mil soldados de Helaman2.
A pesar de sus extraordinarios atributos, y de la fe y el empeño tenaces de esos jóvenes, su líder, Helamán, explica: “Y aconteció que doscientos, de mis dos mil sesenta, se habían desmayado por la pérdida de sangre. Sin embargo, mediante la bondad de Dios, y para nuestro gran asombro, y también para el gozo de todo nuestro ejército, ni uno solo de ellos había perecido” (Alma 57:25).
Fueron librados “por motivo de su extraordinaria fe en lo que se les había enseñado a creer: que había un Dios justo, y que todo aquel que no dudara, sería preservado por su maravilloso poder” (Alma 57:26).
Refiriéndose a ellos, Helamán dice: “… son jóvenes, y sus mentes son firmes, y ponen su confianza en Dios continuamente” (Alma 57:27).
Lo mismo debe ocurrir con nosotros. En la vida, son los momentos en los que descienden las tempestades y soplan los vientos, y vienen las lluvias y dan con ímpetu contra nuestra casa, los que determinan si nuestra fe es fuerte y si depositamos nuestra confianza en Dios continuamente. En realidad, no hay ninguna prueba sino hasta que se presenta la adversidad.
No desmayen
Hace algunos años, mi esposa Mary y yo presidimos la Misión Japón Nagoya. Los términos valientes, intrépidos, vigorosos, activos y fieles con los que se describe a los dos mil soldados (véase Alma 53:20) también describen a los misioneros con los que trabajamos. Otra descripción de esos dos mil soldados: que algunos se desmayaron (véase Alma 57:25), también describe a algunos de nuestros misioneros.
Servir en una misión no es fácil, ni tampoco lo es la vida. Todos sufrimos heridas de alguna manera. Parte de ese dolor proviene de transgresiones que no se han resuelto; parte proviene a causa de accidentes o enfermedades; y parte sucede cuando vemos que los seres a quienes amamos rechazan el evangelio de Jesucristo o se desvían de las cosas que ellos saben que son verdaderas. Sin embargo, por medio de todo eso llegamos a conocer a Dios y a ser discípulos del Salvador. Nuestro corazón cambia, y ese cambio se vuelve permanente a medida que seguimos escogiendo la rectitud en lugar del pecado y de la duda.
Esos dos mil guerreros eran tenaces en cuanto a sus deseos. Sencillamente no se daban por vencidos cuando las cosas se ponían difíciles. La generación anterior de sus padres y madres recibió las enseñanzas de Ammón y de sus hermanos. Esos misioneros tuvieron mucho éxito, pero también tuvieron que ser perseverantes y no darse por vencidos cuando las cosas se ponían difíciles y desalentadoras en su misión.
Ammón describe esos momentos de este modo: “Y cuando nuestros corazones se hallaban desanimados, y estábamos a punto de regresar, he aquí, el Señor nos consoló, y nos dijo: Id entre vuestros hermanos los lamanitas, y sufrid con paciencia vuestras aflicciones, y os daré el éxito” (Alma 26:27).
Con paciencia y tenacidad, Ammón y sus compañeros superaron sus aflicciones y, al final, tuvieron un éxito formidable.
La tenacidad en el Evangelio
En 1999, la hermana Marci Barr llegó a la Misión Japón Nagoya, proveniente de Columbus, Ohio, EE. UU. Aprender japonés no fue fácil para ella, pero era tenaz. Una vez que aprendió a comunicarse, nunca dejó de hablar del Evangelio con la gente.
Se les hacen grandes promesas a los misioneros que son fieles, perseverantes y tenaces, que abren la boca con audacia y amor, y que trabajan con todas sus fuerzas de la manera en que el Señor lo ha estipulado (véase D. y C. 31:7). Sin embargo, algunos misioneros sienten temor del rechazo y permiten que sus temores repriman su amorosa audacia.
¡Tal no era el caso con la hermana Barr! Ella dedicó toda su misión a buscar y a enseñar a las personas.
El último día de su misión, la hermana Barr viajó a la casa de misión, en Nagoya. Esa noche yo tendría una entrevista con ella y le diría que había hecho una extraordinaria labor, y al día siguiente se iría a casa.
Durante el trayecto, observó a un grupo de jovencitas de edad de secundaria que iban conversando en el metro. Se les acercó y les preguntó si podía conversar con ellas. Les habló del Evangelio y de su restauración. A continuación, le dio un folleto misional a una de las jóvenes que se mostró interesada y le dijo que había otras misioneras que le podían enseñar en cuanto al Evangelio.
Luego, la hermana Barr se dirigió a la casa de la misión para tener su entrevista conmigo, pero nunca me mencionó su experiencia en el metro. Para ella no era nada fuera de lo común, simplemente estaba haciendo lo que sabía que era correcto; y lo hizo hasta el final. Quizás la mejor definición que yo conozca de lo que es la tenacidad en el Evangelio sea esta: pase lo que pase, continuar teniendo fe en Dios y en Sus promesas, y hacer lo correcto en todo momento, sin importar quién lo sepa.
La hermana Barr regresó a Columbus; allí, en un barrio de estudiantes, conoció a su esposo, y ambos están criando una familia según las normas del evangelio de Jesucristo.
Las hermanas misioneras le enseñaron el Evangelio a la muchacha del metro: Hitomi Kitayama. Hitomi perseveró y mostró su propia tenacidad al aceptar las verdades del Evangelio, afrontar la oposición de su familia y superar sus propias dudas.
Conocimos a Hitomi casi seis años después, en una conferencia de misión en Tokio, donde servía como misionera. Nos contó de la ocasión en que conoció a la hermana Barr en el metro y de su posterior conversión al Evangelio.
Después de su misión, conoció y se casó con otro exmisionero, Shimpei Yamashita. Curiosamente, Shimpei es hijo de un hombre a quien el élder Randy Checketts y yo enseñamos en el verano de 1971, mientras servía en mi primera misión en Japón.
No solo es en la propagación del Evangelio donde tenemos que ser tenaces para hacer lo correcto. Necesitamos esa misma tenacidad a medida que procuramos vencer el pecado y la tentación, terminar los estudios y procurar casarnos en el templo para formar una familia eterna. Necesitaremos tenacidad, amor y resiliencia a medida que nos aferremos a nuestro cónyuge e hijos y procuremos sobrellevar las situaciones que tiene que afrontar todo matrimonio y toda familia. También necesitaremos tenacidad, dedicación y paciencia cada vez que las bendiciones que procuremos no lleguen en el tiempo previsto.
A lo largo de todo ello, y en toda otra cuestión de rectitud, nuestro compromiso de hacer lo correcto y de mantenernos rectos afrontará el reto del mundo; no obstante, no debemos darnos por vencidos. Debemos seguir intentando hasta alcanzar nuestro objetivo. Al final, nuestra meta es la vida eterna con nuestro cónyuge, con nuestros hijos y con sus respectivos hijos a lo largo de las generaciones venideras.
Fijar metas de rectitud
¿Cómo adquirimos el compromiso de hacer lo correcto? y ¿cómo obtenemos fuerza para mantenerlo?
Primero, establecemos metas que sean dignas de lograrse y que sean compatibles con nuestra meta final de alcanzar la vida eterna. Eso abarca las metas de estudio y de empleo que nos ayudarán a lograr los objetivos de una familia, madurez personal, prestar servicio, la actividad en la Iglesia y la felicidad personal; y que sean compatibles con ellos. Parte del logro de esas metas dependerá de nuestras propias decisiones, pero otra parte debe incluir la oración y la revelación personal. Si nos interesa lo suficiente procurar la voluntad de Dios, Él nos responderá.
Entre las muchas cosas por las que deben orar está el encontrar a un compañero o una compañera dignos con quien puedan ir al templo a hacer convenios sagrados. Si desean hacer y guardar convenios sagrados, y tener la motivación para lograr sus metas más dignas, procuren, con oración, las bendiciones y las responsabilidades del matrimonio.
En ese y otros aspectos de la vida, procuren saber qué es lo que Dios desea que hagan. Estúdienlo; tomen decisiones; preséntenselas al Señor y averigüen lo que Él quiere. Luego, procedan a lograr sus metas.
En todo ese proceso, si habremos de actuar con tenacidad en asuntos dignos, debemos llevar una vida recta para mantenernos cerca del Señor. Pocas cosas pueden distraernos más de lograr nuestras metas rectas que el no ser dignos de las bendiciones del Espíritu en nuestra vida.
Establezcan metas rectas; oren y procuren siempre la guía del Señor; sean dignos y eviten aquello que los distraiga o que entorpezca su progreso. Obtengan una recomendación para el templo y utilícenla; cumplan con sus convenios, sobre todo en épocas de dificultades. Procuren obtener las bendiciones del matrimonio y de la familia eternos y después, perseveren; no se den por vencidos; no se rindan.
Sean tenaces en todas las cosas rectas; verán cómo su fe se fortalece y cómo sus virtudes y talentos se afianzan y magnifican a medida que aumenta su fe. Además, recuerden lo que ha prometido el élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles: “Algunas bendiciones nos llegan pronto, otras llevan más tiempo, y otras no se reciben hasta llegar al cielo; pero para aquellos que aceptan el evangelio de Jesucristo, siempre llegan”3.