¿Qué sabemos acerca de la vida después de la muerte?
“Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?”. ¡Sí! Pero, ¿y después qué?
A través de las edades, infinidad de personas se han hecho la pregunta que hizo Job: “Si un hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:14). El exclamar “¡sí!” en respuesta a esa pregunta es el gran privilegio de aquellos que tienen un testimonio de Jesucristo y de Su resurrección.
No obstante, muchas personas a nuestro alrededor andan por la vida “sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12) y deben distinguir entre diversos conceptos y creencias en cuanto a la muerte. Por un lado, está la evidencia de sus ojos, o la “cruda realidad” de que la muerte es universal y absoluta: nunca han visto a nadie volver. Por otro lado, están los informes difundidos de las experiencias que han tenido las personas clínicamente muertas, con notables paralelos entre ellas. Y luego, está el hecho de que las culturas humanas alrededor del mundo siempre han tenido un concepto de cierta clase de vida después de la muerte; otra coherencia que merece una explicación.
Sin embargo, la certeza de que nuestra vida no termina con la muerte proviene de Dios, quien lo ha revelado desde el principio por medio de numerosos testigos, entre ellos: profetas, apóstoles y, sobre todo, el Espíritu Santo.
Desde el principio
En esta tierra, el Plan de Salvación se enseñó primeramente a Adán y a Eva, nuestros primeros padres. Ellos aprendieron acerca del evangelio de Jesucristo y sobre cómo regresar a la presencia de nuestro Padre Celestial, y comprendían que el regresar significaba que habíamos estado con Él previamente. De modo que, desde el principio, Adán y Eva sabían claramente que esta vida no lo es todo. Sabían —y lo enseñaron a sus hijos— que gracias a la expiación de Jesucristo, serían resucitados después de esta vida y que, si eran obedientes, recibirían la vida eterna (véase Moisés 5:10–12).
Las teorías seculares suponen que la creencia en una vida futura es una consecuencia independiente de alguna necesidad psicológica universal. Pero la idea generalizada de la vida después de la muerte constituye, más bien, una especie de memoria ancestral o colectiva (si no un recuerdo premortal) de lo que se reveló en el principio y que luego se transmitió de generación en generación. Lo que el presidente Joseph F. Smith (1838–1918) dijo una vez acerca de algunas prácticas religiosas comunes también se aplica a las creencias comunes, tales como la vida después de la muerte: “Sin duda, el conocimiento de [esta]… fue transmitido por la posteridad de Adán a todas las tierras, y continuó… a través de Noé… a los que lo sucedieron, extendiéndose a todas las naciones y los países” (“Discourse”, Deseret News, 19 de febrero de 1873, pág. 36).
Por lo tanto, la idea de una vida más allá de esta es muy generalizada porque su origen coincide con el origen de la propia raza humana.
Verdades claras y preciosas
Como Santos de los Últimos Días, podemos llevar esperanza a aquellos que viven sin Dios en el mundo al testificar con confianza sobre la verdad referente a nuestra existencia: la muerte no es el final. Además, podemos responder a muchas preguntas acerca de la vida después de la muerte a causa de las verdades claras y preciosas del Evangelio restaurado que se han revelado. A continuación figuran respuestas breves a algunas de esas preguntas.
¿Qué nos sucede inmediatamente después de morir?
En el momento de la muerte, nuestro espíritu se separa de nuestro cuerpo y entra en el mundo de los espíritus (véanse Santiago 2:26; Alma 40:11).
¿Cómo es nuestro espíritu?
Nuestros cuerpos de espíritu tienen la apariencia que tenían en la vida preterrenal: cuerpos humanos en una forma adulta perfecta (véanse Éter 3:16; Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, 1998, págs. 140–141). Después de la muerte, nuestro espíritu tendrá las mismas actitudes, los mismos apetitos y los mismos deseos que teníamos al momento de nuestra muerte física en la tierra (véase Alma 34:34).
¿Qué es el espíritu?
El espíritu es una clase de materia, pero es “más refinado o puro” (D. y C. 131:7).
¿Cómo es el mundo de los espíritus?
En el mundo de los espíritus hay dos estados o divisiones principales entre los espíritus: el paraíso y la prisión de los espíritus. Los espíritus justos van al paraíso, que es “un estado de descanso, un estado de paz, donde descansarán de todas sus aflicciones, y de todo cuidado y pena” (Alma 40:12). Se dice que los espíritus de las personas que aún no han recibido el evangelio de Jesucristo están encarcelados (véase 1 Pedro 3:18–20). Aún pueden elegir lo bueno o lo malo y aceptar o rechazar el Evangelio, y los espíritus que están en el paraíso les pueden predicar el Evangelio (véase D. y C. 138). Aquellos cuyos espíritus y cuerpos están separados por mucho tiempo consideran esa separación como “un cautiverio” (D. y C. 45:17; 138:50).
¿Qué es el cielo?
Por lo general, se entiende que el cielo es el lugar donde Dios habita y donde la gente justa puede llegar a morar. En ese sentido, es diferente del paraíso en el mundo de los espíritus.
¿Qué es el infierno?
En las Escrituras, infierno puede referirse a una de dos cosas: (1) “La morada temporaria en el mundo de los espíritus de quienes fueron desobedientes en esta vida mortal”, o (2) “La morada permanente de aquellos que no son redimidos por la expiación de Jesucristo” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Infierno”, scriptures.lds.org). En un sentido general, es la condición espiritual que sufren aquellos que han rechazado el Evangelio. José Smith enseñó: “La gran miseria que se apodera de los espíritus de los que han muerto… consiste en darse cuenta de que no han alcanzado la gloria que otros disfrutan, la cual ellos mismos pudieron haber logrado; y son sus propios acusadores” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 236).
¿Qué es la resurrección?
La resurrección es la reunión del espíritu y del cuerpo en un estado perfecto e inmortal (véase Alma 11:43).
¿Quiénes serán resucitados?
Todas las personas que hayan vivido sobre la tierra serán resucitadas (véanse 1 Corintios 15:22; Alma 11:44).
¿Cuándo seremos resucitados?
Las personas serán resucitadas en diferentes momentos. La resurrección de Jesucristo dio comienzo a la Primera Resurrección, o a la resurrección de los justos. Desde entonces, algunas personas justas ya han sido resucitadas. Después de la segunda venida de Jesucristo, muchas más personas justas serán resucitadas. Durante el Milenio, serán resucitadas otras personas buenas. Los inicuos serán resucitados después del Milenio (véanse D. y C. 76:32–112; 88:97–101).
¿Qué apariencia tienen los cuerpos resucitados?
Los cuerpos resucitados son de carne y huesos (véase Lucas 24:39), inmortales (véase Alma 11:45), perfectos (véase Alma 11:43), gloriosos y bellos. “No hay nada más bello que mirar a un hombre o a una mujer resucitados” (Presidente Lorenzo Snow [1814–1901], The Teachings of Lorenzo Snow, editado por Clyde J. Williams, 1996, pág. 99).
¿Qué ocurre después de que somos resucitados?
Después de que todas las personas hayan sido resucitadas y el Milenio haya terminado, seremos llevados a la presencia de Dios para ser juzgados de acuerdo con nuestras palabras, nuestras obras, nuestros pensamientos y nuestros deseos (véanse Apocalipsis 20:12; Alma 12:14; D. y C. 137:9). Jesucristo será nuestro Juez (véanse Juan 5:22, 27–29; Romanos 14:10).
¿Qué ocurre después del Juicio Final?
Después del Juicio Final, recibiremos una de las siguientes recompensas eternas:
El Reino Celestial: el hogar de nuestro Padre Celestial, de Jesucristo y de todos los que se han hecho acreedores de la vida eterna al hacer y guardar todos los convenios del Evangelio (véase D. y C. 76:50–70).
El Reino Terrestre: el hogar de las personas buenas que no aceptaron el evangelio de Jesucristo, pero que lo recibieron en el mundo de los espíritus; o que no fueron valientes en el testimonio de Jesucristo en la vida (véase D. y C. 76:71–80).
El Reino Telestial: el hogar de los que fueron inicuos y no aceptaron el evangelio de Jesucristo, quienes no fueron resucitados hasta después del Milenio (véase D. y C. 76:81–89).
Castigo eterno: el estado final de los hijos de perdición, así como del diablo y de sus ángeles (véase D. y C. 76:31–49).
¿Qué harán las personas en el Reino Celestial?
Los que heredan el grado más alto del Reino Celestial serán exaltados, lo que significa que tendrán la vida eterna, llegarán a ser como nuestro Padre Celestial y recibirán todo lo que el Padre tiene. Llegar a ser como nuestro Padre Celestial significa adquirir Sus atributos de perfección, incluso el amor y el servicio1. También significa participar en Su obra y Su gloria, que es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). La exaltación incluye ser sellados en matrimonio por la eternidad, vivir en familias eternas y tener descendencia eterna (véanse D. y C. 76:59, 62; 130:2; 132:19–23.)
¿Qué harán las personas en los otros reinos?
Los que estén en otros reinos serán ángeles que “son siervos ministrantes para ministrar a aquellos que son dignos de un peso de gloria mucho mayor, y predominante, y eterno” (D. y C. 132:16). No se casarán ni tendrán progenie en espíritu (véanse D. y C. 131:1–4; 132:16–17).