Como hallar la paz verdadera en un mundo de confusión
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El justo deseo de las buenas personas en todas partes siempre ha sido y será que haya paz en el mundo. Nunca debemos darnos por vencidos en alcanzar esa meta. No obstante, el presidente Joseph F. Smith (1838–1918) enseñó: “Jamás habrá en el mundo ese espíritu de paz y amor… hasta que los seres humanos reciban la verdad de Dios y [Su] mensaje… y reconozcan Su poder y autoridad, que son divinos” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, 1998, pág. 400).
Aunque esperamos y rogamos con fervor que haya paz universal, es en forma individual y como familia que logramos el tipo de paz que se promete como recompensa a la rectitud. Esa paz es el don prometido mediante la misión y el sacrificio expiatorio del Salvador.
La paz no es simplemente seguridad o que no haya guerra, violencia, conflictos ni contención. La paz proviene del conocimiento de que el Salvador sabe quiénes somos, sabe que tenemos fe en Él, que lo amamos y guardamos Sus mandamientos, aun y especialmente durante las devastadoras pruebas y tragedias de la vida (véase D. y C. 121:7–8). Él es el “Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).
El humillarnos ante Dios, orar siempre, arrepentirnos de nuestros pecados, entrar en las aguas del bautismo con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, y convertirnos en verdaderos discípulos de Jesucristo son profundos ejemplos de la rectitud que se recompensa con paz perdurable.
El Salvador es la fuente de la paz verdadera A pesar de las pruebas de la vida, gracias a la expiación del Salvador y a Su gracia, una vida recta será recompensada con paz personal (véase Juan 14:26–27; 16:33).