¿Por qué enseñamos?
¿Nuestro propósito de enseñanza es diferente al del Salvador?
Mi compañera misionera y yo estábamos sentadas en la sala de la hermana Ramírez mientras nos explicaba las dificultades que estaba teniendo con su clase de la Primaria de niños de seis años. Cada lección era una lucha, y todos los domingos volvía a casa exhausta, abrumada y cuestionando por qué se le pidió enseñar esa clase difícil.
Mientras hablaba, pensé en mi propia experiencia al enseñar a una clase de la Primaria de niños inquietos de cinco años. Me había sentido de la misma manera. Muchas veces lo único que me mantenía motivada era una imagen que mantuve en mi mente de esos niños ya grandes, yendo a la misión armados con un conocimiento firme del Evangelio, conocimiento que, en parte, aprenderíamos juntos en la Primaria. Cuando el Salvador enseñó a las personas, estoy segura que no se centró en quiénes eran en ese momento. Pensaba en lo que ellos podían llegar a ser. Eso es lo que tenía que hacer con mi clase de la Primaria.
Cuando la hermana Ramírez terminó, le comenté sobre mi experiencia y me sentí inspirada a compartir Doctrina y Convenios 64:33: “Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes”.
“Cada vez que enseñe en la Primaria”, dije, “usted está poniendo los cimientos de una gran obra; está ayudando a poner los cimientos del Evangelio en la vida de esos niños; está haciendo la obra de Dios”.
El Salvador fue el Maestro de maestros, pero eso va mucho más allá de cómo Él enseñó. El por qué detrás de Su enseñanza fue salvar almas. Al esforzarnos por emularlo a Él, nuestro objetivo debe ser el mismo. Cuando mi compañera y yo salimos de la casa de la hermana Ramírez ese día, todas sentimos que nuestras cargas eran un poco más ligeras. El Espíritu nos había recordado a las tres por qué éramos maestras del Evangelio, y estábamos dispuestas a seguir intentándolo.