Mi travesía al rebautismo
No me di cuenta de lo mucho que extrañaría mis convenios.
Crecí en la Iglesia y me bauticé y fui confirmada a los ocho años de edad. El Evangelio era una forma de vida para mí y para la mayoría de las personas que me rodeaban. El Espíritu Santo era una presencia muy familiar en mi vida.
Cuando me excomulgaron, percibí un sentimiento casi tangible que se alejaba de mí. Sentía como si mi capacidad de pensamiento se hubiera visto afectada y ralentizada, y tomar decisiones era confuso y difícil. Sentía ansiedad y me era muy difícil tener paz.
Jamás me había dado cuenta del modo en que perder mi condición de miembro de la Iglesia cambiaría mi vida por completo. Ya no podía usar el gárment ni asistir al templo. No podía pagar el diezmo, ni prestar servicio en ningún llamamiento, ni tomar la Santa Cena, ni compartir mi testimonio u orar en la Iglesia. Ya no tenía el don del Espíritu Santo. Lo que es más importante, no estaba en una relación de convenio con mi Salvador a través de las ordenanzas del bautismo y del templo. Estaba destrozada y aterrada.