2018
La autosuficiencia
Junio de 2018


La autosuficiencia

Vivimos en países donde tratamos de sobrevivir más que vivir. Los tiempos no mejoran y la escasez cada vez es más tangible. No importa dónde vivamos o en lo que trabajemos, la situación política y económica nos afecta y golpea a nuestras familias. Podríamos asumir que al guardar los mandamientos todo estaría bien, pero no basta con ser obedientes, hay que ser ingeniosos, atender el llamado de la creatividad y tener deseos de superación. El Señor desea que vivamos una vida plena y eso abarca todas las facetas de la vida. Para ello los profetas del Señor siempre están para guiarnos y en los últimos años se nos ha pedido que aprendamos a ser autosuficientes.

En el antiguo Israel había una mujer que había perdido a su esposo (2 Reyes 4). Uno de los acreedores de él estaba a punto de embargarla y, al no tener dinero, pedía que le diera a sus hijos como esclavos. En la ansiedad y desesperación de esta mujer por mantener a sus hijos y tener lo necesario para seguir viviendo, buscó al profeta del Señor para darle a conocer su situación y escuchar su consejo. Buscó incesantemente al profeta del Señor y, al encontrarlo, Eliseo le dijo:

“¿Qué puedo hacer por ti? Dime qué tienes en casa. Y ella dijo: Tu Sierva ninguna cosa tiene en casa, sino una vasija de aceite. Y él dijo: Ve y pide vasijas prestadas a todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas. Entra luego y cierra la puerta detrás de ti y de tus hijos y echa en todas las vasijas y cuando una esté llena, ponla aparte” (2 Reyes 4:2–4).

El consejo que acá da el profeta probablemente no tenga mucho sentido lógico, pero la fe no depende de la lógica. La viuda fue y siguió las indicaciones del profeta. Entró a su casa, cerró la puerta y sus hijos le traían las vasijas y ella echaba aceite.

“Y sucedió que cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme otra vasija. Y él le dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite” (2 Reyes 4:6).

De la nada puedo imaginar un cuarto lleno de vasijas topadas de aceite de oliva, puedo imaginar el olor que se escapa por las hendiduras de las puertas y ventanas y la cara de la viuda iluminada con una sonrisa. Con este sentimiento de gratitud ella se fue corriendo a buscar al profeta y este le dio un segundo consejo: “Ve y vende el aceite y paga a tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quede” (2 Reyes 4:7).

Este poderoso y verídico relato nos muestra que nosotros también podemos abrir las ventanas de los cielos y hacer que en nuestro hogar las bendiciones sean tantas que no haya espacio para ellas. Tal como la viuda, debemos ser fieles a la voz de los profetas y aplicar la fe para actuar y trabajar. No podemos esperar las grandes bendiciones si nos quedamos sentados esperando a que la prosperidad toque nuestras puertas y la dejemos pasar.

Todos tenemos diferentes habilidades y el Señor nos ha dotado de tantos talentos para que le saquemos provecho. Algunos tienen talento para construir, otros para contabilizar, otros para confeccionar ropa, otros para enseñar, otros para comercializar; no importa cuál sea nuestro talento, podemos ser felices obedeciendo los mandamientos del Señor y utilizando nuestras habilidades para que en nuestra casa no falte el pan.

Muchas veces se nos congelan los nervios al tomar la decisión de emprender, o a veces la comodidad de recibir ayuda nos hace sentir más seguros y a esperar un milagro que cambie nuestra situación.

No podemos vivir con miedo; debemos actuar con fe y pedirle al Señor que consagre nuestra acción. Tal como la viuda que al obedecer al profeta su aceite se multiplicó y dio abasto para pagar a su acreedor y cubrir sus gastos familiares; o como el minero que trituraba toneladas de piedras para sacar unos cuantos gramos de oro, nosotros podemos proveer para los nuestros realizando acciones de emprender y encomendar al Señor nuestra acción. No hay nada que pueda dar mayor felicidad en un hogar que la satisfacción de que todas las necesidades estén cubiertas tanto temporales como espirituales.

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