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Incluso con tus defectos, puedes ser un verdadero hombre o mujer de Dios
Con todos mis defectos, no sabía cómo llegaría a ser verdaderamente un hombre de Dios perfecto.
El autor vive en Utah, EE. UU.
Durante la última mitad de mi último año de secundaria, solo me faltaban unos meses para cumplir los 18 años, convertirme oficialmente en adulto, recibir el Sacerdocio de Melquisedec y ser ordenado élder. Esos días pasé una buena parte de mi estudio de las Escrituras buscando un ejemplo de lo que es un “hombre de Dios” y de cómo podía llegar a serlo.
Uno de los mejores ejemplos que encontré fue el de un hombre que fue llamado a dirigir el ejército nefita durante algunas de las guerras más sangrientas de la historia de su nación, y lo hizo con la declaración de que su gente luchaba “en memoria de nuestro Dios, nuestra religión, y libertad, y nuestra paz, nuestras esposas y nuestros hijos” (Alma 46:12). Era el capitán Moroni, el líder de quien Mormón escribió que “si todos los hombres hubieran sido, y fueran y pudieran siempre ser como Moroni, he aquí, los poderes mismos del infierno se habrían sacudido para siempre” (Alma 48:17).
El capitán Moroni fue un ejemplo “de un entendimiento perfecto”. Él “no se deleitaba en [hacer el mal a los demás]”, sino que su “alma se regocijaba en… que sus hermanos se libraran de la servidumbre”, y su “corazón se henchía de agradecimiento a su Dios”. Él “trabajaba en gran manera por el bienestar y la seguridad de su pueblo” y era “firme en la fe de Cristo” (Alma 48:11–13; cursiva agregada). Todas esas características del capitán Moroni que aquí se describen son en verdad atributos del verdadero discipulado que pueden aplicarse a todos nosotros, tanto hombres como mujeres.
He procurado seguir el ejemplo de Moroni al servir a los demás siempre que se presenta la ocasión, aun cuando sea inconveniente. No solo trato de ayudar a los demás, sino que también evito hacerles mal en cualquier medida, si puedo evitarlo. Además, he estado estudiando más las palabras de nuestros profetas actuales y procuro trabajar arduamente cuando surgen oportunidades de hacerlo.
El capitán Moroni estableció una norma elevada de lo que es ser un hombre de Dios, y al ser un joven poseedor del Sacerdocio de Melquisedec a menudo me pregunto cómo llegaré a ser un hombre de Dios tan firme y fiel como lo fue el capitán Moroni. Aun hacer lo que hasta ahora he hecho ha sido difícil.
Durante el Sermón del Monte, así como también a los nefitas después de Su resurrección, nuestro Salvador Jesucristo nos dio instrucciones sobre cómo lograrlo. Después de enseñar las Bienaventuranzas y otros aspectos del discipulado, Él dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48).
Se espera que todo hombre y toda mujer de Dios lleguen a ser perfectos… con el tiempo. Sin embargo, todos somos humanos y tenemos la tendencia a pecar. De modo que, para infundirnos esperanza, el profeta Moroni enseñó que si “veni[mos] a Cristo, y [nos] perfecciona[mos] en él, y [nos] abstene[mos] de toda impiedad, y am[amos] a Dios con toda [n]uestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia [n]os es suficiente, para que por su gracia se[amos] perfectos en Cristo” (Moroni 10:32). Nuestro Padre Celestial dispuso que fuésemos humanos, pero eso no significa que no podamos ser hombres y mujeres de Dios, incluso con nuestras imperfecciones. Yo, por mi parte, estoy agradecido por eso.
Podemos ser hombres y mujeres de Dios a pesar de que, en ocasiones, tropecemos y caigamos. Todo lo que tenemos que hacer es esforzarnos por vivir de acuerdo con el Evangelio, y nuestro Salvador nos ayudará el resto del camino hacia la perfección.