Una bolsa hecha con amor
A mi familia le costó aceptar mi decisión de convertirme en Santo de los Últimos Días. Al anunciar que iba a servir en una misión de tiempo completo sin remuneración, no todos entendieron cómo, ni aun por qué, querría ir. Mis padres querían compartir mi entusiasmo, pero se les hacía difícil verme “renunciar” a la religión con la que me habían criado.
Cuando recibí mi llamamiento para la Misión Honduras Tegucigalpa, el sobre incluía una lista de cosas que tenía que llevar. Mi madre se dio cuenta de que uno de los artículos de mi lista era una bolsa para la ropa sucia. ¡Eso sí era algo que ella podía entender! Rápidamente compró tela vaquera gruesa de color azul y elaboró una bolsa sencilla y práctica para la ropa sucia, hecha con amor. Fue un regalo que perduraría.
Esa bolsa me acompañó al centro de capacitación misional y luego a Honduras. Viajó conmigo de un pueblecito a otro, y se fue desgastando poco a poco, pasando de color azul oscuro a azul claro, como cuando usas unos vaqueros constantemente y se convierten en tus pantalones favoritos. Al final de mi misión, regalé la mayoría de mi ropa a una familia especial que llegué a amar, pero conservé la bolsa para la ropa sucia. Mi madre la había hecho especialmente para mí aun cuando ella no comprendía la importancia de una misión.
Casi treinta años después, nuestro hijo mayor recibió su llamamiento a la Misión California Carlsbad, junto con una lista de artículos que necesitaría. La leímos juntos y, cuando llegamos a la “bolsa para la ropa sucia”, rescatamos la bolsa que mi madre había hecho para mí. Aunque estaba aun más descolorida que entonces, se la llevó a California.
Unos años más tarde, mi hija fue llamada a servir en la Misión Ohio Cleveland, y la bolsa para la ropa sucia la acompañó allí. Cuando regresó, la trajo a casa un poco más vieja, pero aun así, sin gran desgaste.
La bolsa me recuerda que algunas cosas, tales como las lecciones que se aprenden al servir en una misión y al demostrar amor por los demás (como mi madre hizo por mí), nos pueden bendecir una y otra vez. Se ha convertido en parte de una tradición familiar del servicio misional que espero que nunca se acabe.