2023
“Los niños y Jesús”
Marzo de 2023


Sección Doctrinal

“Los niños y Jesús”

Cuando Jesús y sus discípulos llegaron a Capernaúm, y se hospedaron en la casa que Pedro tenía en aquella ciudad, Jesús les preguntó: “¿Qué discutíais entre vosotros por el camino?” (Marcos 9:33). Y ellos no se atrevían a responder, porque habían estado discutiendo o peleando sobre quién sería el mayor en el reino de los cielos (cfr. Marcos 9:34). “Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:1-3). Y añadió: “Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe” (Mateo 18:5).

Pero parece que no acababan de entender esta enseñanza, porque en otra ocasión, estando Jesús con Sus discípulos, las madres traían a sus niños a Jesús para que los bendijera y orara con ellos (cfr. Mateo 19:13). Y Sus discípulos, para que no molestaran al Maestro, reprendieron a quienes los traían, pensando que estaban haciendo un favor a Jesús. ¡Qué poco entendían a Jesús y a los niños! Es muy triste hacer sentir a los niños que estorban, ya sea en la casa o en la iglesia. Y aquí estamos hablando de los Doce Apóstoles, que no entendían el amor de Jesús por los niños. “Y viéndolo Jesús, se indignó y les dijo: Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios” (cfr. Marcos 10:13-14).

Y si queremos tener un testimonio del amor de Jesús por los niños, debemos leer en el Libro de Mormón lo que sucedió cuando Jesús, después de su ascensión a los cielos, se apareció a los nefitas, como se había profetizado (cfr. Alma 16:20; 3 Nefi 11:12). Jesús, después de ministrar al pueblo, mandó que trajesen a sus niños pequeñitos. La multitud se apartó, para dejar pasar a sus niños, y Jesús, colocándose en medio de ellos, mandó a todos que se arrodillaran. Y, gimiendo Jesús dentro de sí, se arrodilló y oró al Padre; y la oración que ofreció no se puede escribir. Y la multitud dio testimonio, diciendo: “Jamás el ojo ha visto ni el oído escuchado, antes de ahora, tan grandes y maravillosas cosas como las que vimos y oímos que Jesús habló al Padre” (3 Nefi 17:16). Después de la oración, Jesús mandó a todos que se pusieran de pie. Y, lleno de gozo, lloró delante de toda la multitud. Y, tomando a los niños pequeños, los bendijo uno a uno, rogando al Padre por ellos. Y lloró de nuevo. Y se abrieron los cielos, y bajaron ángeles en medio de lo que parecía fuego, se pusieron alrededor de los niños, y los ministraron. Y las dos mil quinientas personas que estaban presentes dieron testimonio (cfr. 3 Nefi 17:11-25).

Como hemos visto, cuando Jesús se indignó con Sus discípulos o apóstoles porque no permitían que le trajeran a los niños, les dijo: “Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios”. Estas mismas palabras se aplican al cristianismo apóstata, que, ignorando las enseñanzas de Jesucristo, cerraba las puertas del cielo a los niños que morían sin el bautismo, porque decían que todos heredamos el pecado de Adán o pecado original, y los que no se bautizaban no podían salvarse.

En el Libro de Mormón leemos las siguientes palabras de Mormón en una carta escrita a su hijo Moroni: Ha habido disputas entre vosotros sobre el bautismo de vuestros niños pequeños. Los niños pequeños son incapaces de cometer pecados, y no necesitan el bautismo, porque viven en Cristo nuestro redentor. Y el que supone que los niños pequeños tienen necesidad del bautismo se halla en la hiel de amargura y en las cadenas de la iniquidad, porque niega las misericordias de Cristo y desprecia Su expiación y el poder de Su redención (cfr. Moroni 8:5-22).

Y la revelación moderna lo confirma, con la visión que tuvo José Smith del Reino Celestial, en la cual vio “que todos los niños pequeños que mueren antes de llegar a la edad de responsabilidad se salvan en el reino de los cielos” (D. y C. 137:10).

Esta es una de las muchas maravillas que nos enseña la bendita restauración del evangelio de Jesucristo por medio del profeta José Smith, de la que Isaías dio testimonio diciendo que era “una obra maravillosa y un prodigio” (cfr. Isaías 29:14). Y yo uno mi testimonio al de Isaías.