¿Qué habré hecho yo en mi vida para merecerme esto?
Al pasar Jesús cerca de un ciego de nacimiento, sus discípulos le preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?” (Juan 9:1–2).
Esta pregunta de los discípulos mostraba dos creencias que tenían los judíos de la época: que el sufrimiento era el resultado del pecado y que había algún tipo de existencia preterrenal.
Estas creencias podrían estar implícitas también en lo que algunas personas suelen decir cuando les toca sufrir alguna calamidad, exclamando con angustia: “¡Qué habré hecho yo para merecer esto!”.
Mi esposa y yo tenemos un hijo que nació con parálisis cerebral, hidrocefalia y algunas cosas más. Estos problemas le han hecho pasar muchas veces por un quirófano desde su nacimiento y le obligan a estar en una silla de ruedas, con todos los sufrimientos e inconvenientes que esto supone para él y para su familia.
Nuestro hijo y nosotros podríamos preguntar a Dios lo mismo que preguntaron a Jesús sus discípulos, o podríamos lamentarnos como hacen otras personas, pensando que este tipo de problemas del nacimiento son algo negativo por los que deberíamos quejarnos.
La respuesta de Jesús a sus discípulos les hizo corregir a ellos, y nos hace corregir a nosotros, esas creencias equivocadas y estas actitudes negativas. “Respondió Jesús a sus discípulos: “Ni este pecó ni sus padres, sino que fue para que las obras de Dios se manifestasen en él” (Juan 9:3).
Estas palabras de Jesús son también una invitación a meditar sobre este asunto tan serio. Y yo me pregunto: “¿De qué manera se están manifestando las obras de Dios en los problemas de nacimiento de nuestro hijo?”.
Al repasar los treinta y ocho años que cumplirá nuestro hijo este año 2024, veo algunas de las formas en que las obras de Dios se manifiestan por medio de él. Una de ellas es la siguiente: cuando yo era el director del Instituto de Religión de Madrid, llevaba a mi hijo a las lecciones que yo enseñaba. Acabábamos muy tarde, y volvíamos en el coche a casa de noche y muy cansados. Una de esas noches, viajamos los dos en silencio todo el camino a casa. Cuando estábamos a punto de llegar, se me empezaron a cerrar los ojos cuando íbamos a tomar una curva: la tragedia estaba a punto de ocurrir, cuando de repente mi hijo habló: “Papá, ¿vas a 120 kilómetros por hora?”. Sus palabras me hicieron darme cuenta de que en ese instante se me estaban cerrando los ojos. Fue una fracción de segundo, lo suficiente para que los abriera antes de que se produjera el desastre. Mi hijo había estado en silencio todo el camino y habló en el instante preciso.
Yo pensaba que Dios me había mandado un hijo con problemas de nacimiento para que lo cuidara. Pero esa noche supe que Dios me había enviado a ese hijo para que me cuidara a mí, y para que cuidara también a toda la familia, porque ese accidente habría sido una catástrofe para todos. Y seguro que se habría producido, si yo hubiera estado solo en el coche, sin mi hijo minusválido.
Aquello fue el cumplimiento de las palabras de Jesús cuando dijo a sus discípulos que aquel hombre nació ciego “para que las obras de Dios se manifestasen en él”.
Y este es solo un ejemplo de que ciertamente nuestro hijo nació con una minusvalía que nos ayuda a ver la mano de Dios en nuestra vida continuamente. Y nos ayuda también a tener una actitud positiva con los problemas de esta vida.
Ciertamente, algo bueno tuvimos que hacer para merecer un hijo como nuestro amado Julio.