“La paz fue el milagro”, Liahona, octubre de 2024.
Voces de los Santos de los Últimos Días
La paz fue el milagro
Después de recibir mi diagnóstico, mantuvimos la mirada en el Señor para poder ver nuestras bendiciones.
Cuando mi esposo, David, y yo nos enteramos de que no podíamos tener hijos, lloré. Luego, en 2016, el médico me llamó de nuevo a su consultorio después de un examen médico y una mamografía de rutina. Después de más exámenes, lo que al principio pensó que era un pequeño problema se había convertido en uno grande: cáncer.
Aquello fue una conmoción, tuvimos malos momentos. Antes de que supiéramos cómo resultarían las cosas, le dije al Padre Celestial: “Si este es el final para mí, por favor, cuida de David”.
Podía refrenar las emociones durante el día, pero cuando llegaba la noche y todo estaba en silencio, llegaban las lágrimas. Sin embargo, también era entonces cuando sentía, por medio del Espíritu Santo, que todo iba a estar bien, no necesariamente porque yo fuera a vivir, sino porque el Padre Celestial estaba conmigo. Así que, durante el tratamiento, avanzamos un paso a la vez.
Ciertos himnos y pasajes de las Escrituras se volvieron más significativos. Doctrina y Convenios 122:8 en verdad me impactó: “El Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él?”.
No, me di cuenta, no soy mayor que Él. Si pasar por la esterilidad y el cáncer me permitía apreciar mejor al Salvador y Su sacrificio expiatorio, entonces estaba dispuesta a hacerlo.
Mantuvimos la vista en el Señor para poder ver nuestras bendiciones, incluido un increíble grupo de personas que nos brindaban apoyo. Mi presidenta de la Sociedad de Socorro fue maravillosa. La gente de la escuela donde enseñaba hizo una caminata contra el cáncer por mí. Una colega que quería que supiera que se preocupaba por mí me regaló un bolígrafo rosa. En momentos como ese, dices: “Tú fuiste mi ángel hoy. Fuiste la evidencia de que Dios sabe que necesitaba un abrazo o un bolígrafo rosa”.
La gente nos observa como miembros de la Iglesia. Quieren saber por qué podemos pasar por cosas difíciles y aun así sonreír.
“¿Cómo es que no están devastados?”, nos preguntaba a menudo la gente. Explicábamos que la paz que sentíamos provenía de nuestra fe y creencias, de nuestro amor por el Padre Celestial y de nuestra confianza en Su voluntad para nosotros. Al compartir nuestra fe, esta se fortaleció.
La paz no llegó en el momento en que me diagnosticaron, pero sí llegó. La paz fue el milagro.