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Tres principios para edificar la unidad en su barrio o rama
El Salvador nos mandó que fuéramos uno con los demás, pero ¿cómo se lleva eso a la práctica?
¿Alguna vez ha mirado en su barrio o rama y ha notado una gran variedad de talentos, orígenes e intereses? El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó que las congregaciones de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días son únicas porque se basan en la geografía. Él dijo: “No elegimos una congregación según quién nos gusta o con quién queremos estar. Los barrios se eligen para nosotros […] y aprendemos a convivir con personas que podrían ser diferentes en cuanto a sus orígenes, preferencias y opiniones, y a prestarles servicio y amarlas”. Esas diferencias a menudo nos hacen más fuertes.
El Salvador nos mandó “se[r] uno” (Doctrina y Convenios 38:27), aun con todas nuestras diferencias. Entonces, ¿cómo es “se[r] uno” en nuestros barrios y ramas? Aquí hay tres principios para ayudarnos a trabajar para lograr una mayor unidad.
Ser uno con Cristo por medio de los convenios
Después de que el Salvador resucitado se apareció a los nefitas, vivieron en paz y armonía durante doscientos años. No hubo ningún crimen, el pueblo obró milagros y “no podía haber un pueblo más dichoso” (4 Nefi 1:16). ¿Cómo podría alguien lograr una sociedad tan armoniosa? Las Escrituras nos enseñan que “no había contenciones en la tierra, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo” (4 Nefi 1:15).
Si se está esforzando por lograr más unidad con quienes le rodean, un buen punto de partida es evaluar su relación con Dios. El élder Quentin L. Cook, del Cuórum de los Doce Apóstoles, aconsejó: “Estamos unidos por nuestro amor por Jesucristo y nuestra fe en Él, y como hijos de un amoroso Padre Celestial. La esencia de la verdadera pertenencia consiste en ser uno con Cristo”.
¿Cómo logramos ser uno con Dios? El élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo: “Estamos ligados de manera segura al Salvador y con Él a medida que dignamente recibimos las ordenanzas y concertamos convenios, recordamos y honramos fielmente esos sagrados compromisos y hacemos lo mejor que podemos para vivir de acuerdo con las obligaciones que hemos aceptado”. Hacer convenios y guardarlos es uno de los primeros pasos para llegar a ser uno con Dios y con nuestro prójimo.
Centrarse en la identidad eterna
En el Libro de Mormón, diferentes grupos de personas se distinguen por diferentes nombres, entre ellos los nefitas, lamanitas, zoramitas, ismaelitas, amonitas y otros. Sin embargo, después del ministerio del Salvador resucitado al pueblo, no hubo “ninguna especie de -itas, sino que eran uno, hijos de Cristo” (4 Nefi 1:17).
Debemos tener cuidado de no crear etiquetas o divisiones entre nosotros. El presidente Russell M. Nelson nos aconsejó no olvidar nuestras identidades más importantes: “No estoy diciendo que otras maneras de designarnos e identificarnos no tengan significado. Lo que estoy diciendo sencillamente es que ningún identificador debería desplazar, reemplazar o tener prioridad por sobre estas tres denominaciones perdurables: ‘hijo de Dios’, ‘hijo del convenio’ y ‘discípulo de Jesucristo’”.
Jesús dio el ejemplo de mirar más allá de las etiquetas o divisiones mundanas cuando enseñó a la mujer samaritana junto al pozo. Él le testificó de Su divinidad y ella pudo enseñar a otras personas acerca de Él (véase Juan 4:9–29). Al esforzarnos por vernos a nosotros mismos y a nuestro prójimo como hijos de Dios, todos como parte de la misma familia, las diferencias pueden dar paso al amor y a la unidad.
Aceptar su función única
El compararnos con los demás puede impedir que lleguemos a ser uno con ellos. La buena noticia para todos nosotros es que Dios utiliza todo tipo de talentos y personalidades para edificar Su reino.
Cuando Pablo escribió a los santos de Corinto, comparó la Iglesia de Cristo con un cuerpo (véase 1 Corintios 12:12–17). Les dijo que cada parte del cuerpo desempeña una función crucial para que este funcione correctamente, aunque cada parte sea única. Él preguntó: “Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído?” (1 Corintios 12:17).
Del mismo modo, cada uno de nosotros tiene una función importante que desempeñar, una que probablemente será diferente de la de nuestro prójimo. El élder Dieter F. Uchtdorf, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo: “Tal vez sientan que hay otras personas con mayor capacidad o experiencia que podrían cumplir con los llamamientos y asignaciones de ustedes mejor de lo que ustedes pueden hacerlo, pero el Señor les dio esas responsabilidades por una razón. Es posible que haya personas y corazones a los cuales solo ustedes puedan llegar y conmover”. Cuando cada uno de nosotros asume y cumple con sus funciones únicas, nuestros barrios, ramas y familias pueden unirse y funcionar como un cuerpo sano.
Una comunidad de Sion
El élder Gerrit W. Gong, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “La Iglesia restaurada del Señor puede ser una incubadora para una comunidad de Sion. Al adorar, servir, disfrutar y aprender de Su amor juntos, nos afirmamos unos a otros en Su Evangelio”. El Señor le bendecirá a medida que se esfuerce por guardar Sus mandamientos y llegar a ser uno en Él, ¡y tal vez descubra que tiene más en común con los miembros de su barrio y rama de lo que cree!