Liahona
Llevar las cargas los unos de los otros: Las bendiciones de nuestra comunidad de la Iglesia
Octubre de 2024


Solo para la versión digital: Jóvenes adultos

Llevar las cargas los unos de los otros: Las bendiciones de nuestra comunidad de la Iglesia

La autora vive en Chile.

Cuando mi abuela falleció, me pregunté cómo podría encontrar paz. Mi barrio tenía la respuesta.

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una mujer sentada y sonriendo en la Sociedad de Socorro

A medida que crecía, vivir el Evangelio parecía sencillo. Confiaba en mis padres y líderes, y ellos me guiaban y me ayudaban a tomar buenas decisiones.

Sin embargo, al llegar a la edad de joven adulta, he aprendido que a menudo podemos enfrentar dificultades y desafíos en la vida que pondrán a prueba nuestra fe.

Cuando mi abuela falleció inesperadamente, mi familia y yo afrontamos uno de esos momentos difíciles. Eso me hizo detenerme y preguntarme: “Si Dios es bueno, ¿por qué se llevaría a alguien bueno de nuestra vida?”.

Mi abuela era nuestro pilar. Era bondadosa, cariñosa y caritativa; una madre para todos. Ella acogía a todas las personas en nuestra casa. Los niños del vecindario que jugaban en la calle frente a nuestra casa cenaban con nosotros porque ella tenía un plato de comida para todos.

Ase que, cuando ella murió, tuve dificultades con mi fe.

En medio de todo mi dolor, aunque no buscaba encontrar respuestas en el Evangelio ni en Dios, oraba todos los días. Al principio, mis oraciones eran monótonas; pedía las mismas cosas. Me sentía agradecida por las mismas cosas.

Sin embargo, con el paso del tiempo, había una pregunta en mi corazón que finalmente le hice al Padre Celestial:

“¿Cómo puedo hallar paz?”.

Mantener una perspectiva eterna

Un amigo fue la respuesta a esa sincera oración.

Gracias a él comencé a asistir a la iglesia de nuevo. Me invitó a ir con él y acepté, solo porque era mi amigo. No tenía interés en participar,

pero, poco a poco, solo por estar allí, los mensajes del Evangelio comenzaron a entrar en mi corazón. Vi que el Padre Celestial tiene un plan para nosotros. El presidente Russell M. Nelson enseñó:

“La perspectiva eterna da la paz ‘que sobrepasa todo entendimiento’ (Filipenses 4:7) […].

“La vida no empieza con el nacimiento ni termina con la muerte”.

Aunque todavía lloro por mi abuela, el Evangelio de Jesucristo me brinda paz y la seguridad de que algún día nos reuniremos.

También aprendí que se requiere que haga un esfuerzo constante y diario para recordar mi convenio bautismal y escuchar la voz guiadora del Espíritu. Comencé a valorar el don del Espíritu Santo en mi vida. Sé que Él siempre está conmigo, en cada dificultad que enfrento.

Llorar con los que lloran.

Estoy muy agradecida por un amigo que se dio cuenta de que me estaba alejando del Evangelio y me tendió la mano para apoyarme. Al continuar asistiendo a la Iglesia, a Instituto y a otras actividades para jóvenes adultos, me acerqué más a los jóvenes adultos de mi zona que procuraban amarse unos a otros y vivir el Evangelio de Jesucristo.

El presidente Nelson también enseñó:

“Los Santos de los Últimos Días, tal como otros discípulos de Jesucristo, siempre buscan formas de ayudar, elevar y amar a otras personas. Quienes están dispuestos a ser llamados el pueblo del Señor ‘está[n] dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros […]; a llorar con los que lloran […] y a consolar a los que necesitan de consuelo’ [Mosíah 18:8–9].

“Verdaderamente procuran vivir el primer gran mandamiento y el segundo. Cuando amamos a Dios con todo el corazón, Él vuelve nuestro corazón hacia el bienestar de otras personas en un bello círculo virtuoso”.

Ayudarme a sobrellevar las cargas fue exactamente lo que mis condiscípulos del barrio hicieron por mí y lo que siguen haciendo los unos por los otros. ¡Amo sinceramente a los miembros de mi barrio! Nos reunimos a menudo, nos apoyamos mutuamente y nos ministramos unos a otros. Cuando alguien necesita trabajo, nos ayudamos entre nosotros a buscar oportunidades. Cuando nuevas personas visitan nuestras reuniones dominicales, les damos la bienvenida y tratamos de que se sientan incluidas.

Los buenos amigos me han ayudado a fortalecerme en el Evangelio y, juntos, somos fuertes contra las pruebas y tentaciones de la vida.

Ser un amigo para los demás

Así como buenos amigos me apoyaron cuando más lo necesitaba, ahora yo tengo la oportunidad de ser una amiga para los demás. En ocasiones, cuando he notado que las personas que amo están teniendo dificultades o se han distanciado de la Iglesia, hago lo que puedo para seguir apoyándolas e invitándolas, para recordarles que el Señor las ama y está esperando que regresen a la senda de los convenios.

Sé que hoy no estaría donde estoy sin mis maravillosos amigos y miembros del barrio que me ayudaron a tener el valor de permanecer fiel cuando sentía tanto dolor.

Tener esa comunidad fuerte y amorosa de discípulos con creencias afines es una de las bendiciones milagrosas que recibimos como miembros de la Iglesia. Nada es más fortalecedor que amar y edificar a quienes se esfuerzan por ser como el Salvador y adorar con ellos.

Si estás haciendo frente a un desafío difícil, debes saber que no estás solo. En tu barrio, rama y estaca hay amigos, hermanos y hermanas ministrantes, y líderes amorosos que pueden apoyarte y fortalecerte, y tú también puedes ser una fortaleza para ellos.

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