Capítulo 50
Éter 1–5
Introducción
El Libro de Mormón no está organizado en orden cronológico, porque, si lo estuviera, el libro de Éter aparecería en primer lugar. Los anales jareditas empiezan alrededor del año 2200 a.C., y el primer libro de Nefi empieza en 600 a.C. El libro de Éter abarca más de 1700 años de historia, desde 2200 a.C. hasta la época de Coriántumr. No sabemos a ciencia cierta cuándo vivió Coriántumr, pero fue entre 500 y 250 a.C. El resto del Libro de Mormón, de los libros de 1 Nefi hasta Moroni, abarca aproximadamente 1000 años de historia.
Después del Diluvio de los días de Noé, muchos de los descendientes de quienes habían sido preservados se volvieron inicuos. Un grupo trató de edificar una torre “cuya cúspide llegue al cielo” (Génesis 11:4). La historia de la nación jaredita comenzó con la construcción de la torre de Babel. El Señor lidió con la prevalente iniquidad confundiendo el idioma en común y esparciendo a la gente por sobre la faz de la tierra (véanse Éter 1:33; Génesis 11:5–8).
El hermano de Jared suplicó al Señor que preservara el idioma de su familia y sus amigos dignos. Exhibiendo una gran fe y siguiendo la guía de la mano de Dios, el hermano de Jared tuvo la capacidad de dirigir a este grupo a otra tierra. El relato de esta migración está repleto de principios importantes que podemos aplicar a nuestra vida en la actualidad. Entre esos principios se encuentran el ejercer la fe para recibir ayuda divina y la función de la oración para lograr tareas difíciles. A medida que estudie la vida del hermano de Jared, descubrirá las bendiciones que reciben las personas que ejercen gran fe.
A continuación se presenta un repaso de los orígenes del libro de Éter:
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Los profetas jareditas llevaron la historia hasta el último profeta jaredita, que se llamaba Éter (véase Éter 1:6).
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El grupo de búsqueda de Limhi halló una parte de los anales de los jareditas: las veinticuatro planchas de oro (véase Mosíah 8:7–11).
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El rey Mosíah tradujo los anales jareditas (véase Mosíah 28:10–17).
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Moroni recopiló o compendió los anales jareditas y los incorporó antes de sus propios escritos (véase Éter 1:1–6).
Comentario
Éter 1:1–2. Se hallan las veinticuatro planchas
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Cuando el pueblo de Limhi se encontraba en el cautiverio, el rey Limhi mandó una expedición de cuarenta y tres hombres para que buscaran la tierra de Zarahemla (véase Mosíah 8:7; 21:25). A pesar de que no lograron dar con Zarahemla, el grupo de búsqueda encontró una tierra repleta de los huesos y los restos de un pueblo que había sido destruido (véase Mosíah 8:8). Los exploradores hallaron un registro compuesto por veinticuatro planchas de oro, las cuales le llevaron al rey Limhi cuando regresaron (véase Mosíah 8:9–10). Cuando los del pueblo de Limhi finalmente escaparon de la cautividad (véase Mosíah 22), estas planchas fueron entregadas al rey Mosíah para que las tradujese (véase Mosíah 28:1–17).
Éter 1:3–4. Un relato de la creación que antecede a la época de Moisés
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Es significativo que el libro de Éter nos informe que antes de la época de Moisés ya existía un relato de la Creación, de Adán y de la historia de los hijos de Dios hasta los días de la torre de Babel. Este relato puede haberse perdido por causa de la apostasía y la maldad, haciendo necesario que se restaurara tal conocimiento a Moisés por medio de la revelación, a fin de que tuviésemos esa relación en la actualidad (véase Moisés 1:40).
Éter 1:6–32. La genealogía jaredita
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En Éter 1 se presenta la genealogía del profeta Éter. Esta genealogía es poco usual en el Libro de Mormón y se la explica en el siguiente comentario: “Las genealogías son comunes en la Biblia. Los del pueblo hebreo se interesaban mucho en sus historias familiares, y parece que las genealogías se llevaban con cuidado; la cantidad de ellas que aparece en las Escrituras sirve de indicador de su importancia. Obsérvense las que se encuentran en Génesis 5, 11, 46; Números 26; 1 Crónicas 1–9; y léanse también los relatos de Esdras 9–10, que dan un indicio de la importancia de llevar historias familiares. No obstante, el Libro de Mormón, contiene apenas un ejemplo de una genealogía extensa: la que aparece en Éter 1:6–32. Ésta presenta la genealogía de Éter, el último profeta del pueblo jaredita, cuyo linaje se despliega hacia atrás por veintinueve generaciones o más hasta llegar a Jared, quien abandonó la torre de Babel junto con su familia cuando se confundió el idioma de las personas. Además de este ejemplo, no se encuentran más que menciones repartidas que sean interesantes desde el punto de vista genealógico” (Sidney B. Sperry, “Types of Literature in the Book of Mormon”, en Journal of Book of Mormon Studies, tomo XXI, N° 1, 1995, pág. 117).
Éter 1:34–35. El nombre del hermano de Jared
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El élder George Reynolds (1842–1909), de los Setenta, contó el siguiente relato, el cual indica que al profeta José Smith (1805–1844) le fue revelado el nombre del hermano de Jared (véase Éter 2:13): “Mientras el élder Reynolds Cahoon residía en Kirtland, su esposa dio a luz un hijo varón. Un día en que el presidente José Smith pasaba frente a la casa del hermano Cahoon, éste llamó al Profeta y le pidió que bendijera y diera un nombre al bebé. José lo hizo, y lo llamó Mahonri Moriáncumer. Al terminar la bendición, puso al bebé sobre la cama y, volviéndose al élder Cahoon, le dijo: el nombre que le di a su hijo es el nombre del hermano de Jared; el Señor acaba de mostrármelo [o revelármelo]. El élder William F. Cahoon, que estaba allí cerca, oyó estas palabras que el Profeta dirigió a su padre; y ésa fue la primera vez que el nombre del hermano de Jared se dio a conocer a la Iglesia en esta dispensación” (“The Jaredites”, Juvenile Instructor, 1 de mayo de 1892, pág. 282).
Éter 1:33–38. El idioma de Jared y su hermano
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En Éter 1:34–38 está registrado que el Señor no confundió el idioma de la familia de Jared, su hermano y sus amigos en los días de la torre de Babel. El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) enseñó que es muy probable que los jareditas hablaran el idioma de Adán: “En el libro de Éter se declara que Jared y su hermano le pidieron al Señor que no cambiara su idioma cuando ocurrió la confusión de lenguas en la torre de Babel. Se les concedió la súplica, y conservaron el lenguaje de sus padres, el idioma adámico, que era potente aun en su forma escrita, de manera que las cosas que Mahonri escribió eran ‘tan potentes… al grado de dominar al hombre al leerlas’. Tal era el idioma que Adán usaba, y fue el idioma con que Enoc pudo llevar a cabo su gran obra” (The Way to Perfection, 1970, pág. 69).
Éter 1:38–42. Una tierra escogida
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Así como a los integrantes de la casa de Israel se les llama un pueblo escogido —escogido para hacer la obra del Señor—, el Libro de Mormón llama a América una tierra escogida: escogida para ser el lugar de la restauración del Evangelio y, finalmente, de la Nueva Jerusalén. Tanto los integrantes de la casa de Israel como América han sido escogidos para ayudar al Padre Celestial a esparcir el Evangelio por todo el mundo.
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El presidente Joseph Fielding Smith explicó que toda América, de norte a sur, es una tierra escogida: “El Libro de Mormón nos informa que toda América, tanto la del Norte como la del Sur, es una tierra escogida sobre todas las demás, en otras palabras, Sión. El Señor dijo a los jareditas que Él los iba a conducir a una región ‘que es favorecida sobre todas las regiones de la tierra’ [Éter 1:42]” (Doctrina de Salvación, comp. por Bruce R. McConkie, tres tomos, 1995, tomo III, pág. 69).
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El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) también dijo que América es una tierra escogida: “En 1844, el profeta José Smith hizo esta solemne declaración: ‘Toda América es Sión, de norte a sur’ (Enseñanzas [del Profeta José Smith], pág. 449). El Señor mismo declaró: ‘…ésta es una tierra escogida sobre todas las demás…’ (Éter 2:10). Ésta nación es parte de la tierra de Sión. Ésta es una tierra dedicada por los siervos de Dios. Cuando un profeta del Libro de Mormón habló sobre las naciones del mundo, a este hemisferio lo calificó de ‘bueno’ (Jacob 5:25–26)” (The Teachings of Ezra Taft Benson, 1988, pág. 123).
Éter 1:43. “Me has suplicado todo este largo tiempo”
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El Señor le explicó al hermano de Jared que su pueblo había recibido bendiciones como resultado de oraciones que se ofrecieron por un largo tiempo. La obediencia que perdura, combinada con la oración frecuente y persistente, es poderosa. En un discurso pronunciado en 1839 en Commerce, Illinois, el profeta José Smith enseñó: “Dios no hace acepción de personas; todos tenemos el mismo privilegio. Acudan a Dios y cánsenlo hasta que Él los bendiga… tenemos derecho a las mismas bendiciones” ([escrito en Willard Richards Pocket Companion, págs. 78–79] citado en The Words of Joseph Smith: The Contemporary Accounts of the Nauvoo Discourses of the Prophet Joseph, comp. por Andrew F. Ehat y Lyndon W. Cook, 1980, pág. 15).
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El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) asimismo enseñó que debemos esforzarnos mucho al orar y que debemos orar con frecuencia:
“¿Obtienen respuesta a sus oraciones? Si no es así, quizás no hayan pagado el precio debido. ¿Ofrecen unas pocas palabras trilladas y frases gastadas, o hablan íntimamente al Señor? ¿Oran ocasionalmente, cuando deberían hacerlo en forma regular, a menudo y con constancia? ¿Ofrecen centavos para pagar una deuda por la cual deberían dar dólares a fin de cancelar esa obligación?
“Cuando oran, ¿se limitan a hablar, o también escuchan? Nuestro Salvador dijo: ‘He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él, y él conmigo’ (Apoc. 3:20.)
“…Si alguna vez no recibimos respuesta a nuestras oraciones, debemos examinar nuestra propia vida en busca del motivo” (véase “La oración”, Liahona, mayo de 1980, págs. 3–4).
Éter 2:7–12. “Una tierra de promisión”
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Éter 2:8–11 enuncia lo que Moroni llamó “el eterno decreto de Dios” (versículo 10) en lo referente a esta tierra de promisión. Repetido tres o cuatro veces, el decreto es que “cualquier nación que… posea [esta tierra] servirá a Dios, o será exterminada” (versículo 9).
El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) enseñó que la obediencia es esencial para que la tierra de promisión conserve sus bendiciones prometidas: “Grandiosas son las promesas en cuanto a esta tierra de América. Inequívocamente se nos dice que ‘es una tierra escogida, y cualquier nación que la posea se verá libre de la esclavitud, y del cautiverio, y de todas las otras naciones debajo del cielo, si tan sólo sirve al Dios de la tierra, que es Jesucristo’ (Éter 2:12). Éste es el meollo del asunto: la obediencia a los mandamientos de Dios” (Liahona, enero de 2002, pág. 85).
Éter 2:14. El Señor reprendió al hermano de Jared
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En las revelaciones modernas, el Señor enseñó: “…a los que amo también disciplino para que les sean perdonados sus pecados, porque con el castigo preparo un medio para librarlos de la tentación en todas las cosas, y yo os he amado” (D. y C. 95:1). El élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, comentó sobre la fortaleza de carácter que se necesita para soportar que a uno lo disciplinen o reprendan: “Resulta difícil imaginar lo que puede ser una reprimenda del Señor de tres horas de duración, pero el hermano de Jared la soportó. Al haberse arrepentido y haber orado de inmediato, este profeta buscó otra vez guía para la travesía que se les había asignado y para quienes habrían de emprenderla. Dios aceptó su arrepentimiento y con amor dio más dirección para su misión crucial” (Christ and the New Covenant, 1997, pág. 15).
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El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó que Dios ama a quienes corrige: “Verdaderamente, el Señor está cerca para corregir a los que ama, aun a los más espirituales. El hermano de Jared había dejado de orar por mucho tiempo (véase Éter 2:14). Aun los buenos pueden descuidarse si el Señor no está allí para corregirlos. Más adelante, ¡el ya corregido hermano de Jared vio al Señor! (Véase Éter 3:13–16)” (véase Liahona, enero de 1988, pág. 30).
Éter 2:19–3:6. La obtención de luz fue una experiencia de crecimiento
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El élder Robert D. Hales, del Quórum de los Doce Apóstoles, comparó lo que experimentó el hermano de Jared con nuestras propias experiencias:
“Esos barcos no tenían luz, lo cual preocup[aba] al hermano de Jared. Él no deseaba que su familia viajara en la oscuridad; de modo que, en vez de esperar a que le fuese mandado, él llevó sus preocupaciones al Señor. ‘Y el Señor dijo al hermano de Jared: ¿Qué queréis que yo haga para que tengáis luz en vuestros barcos?’ [Éter 2:23].
“La respuesta del hermano de Jared a esta pregunta requirió esfuerzo diligente de su parte: Subió al monte de Shelem ‘y de una roca fundió dieciséis piedras pequeñas’ [Éter 3:1]. Luego le pidió al Señor que tocara esas piedras para que dieran luz.
“Como padres y líderes, debemos recordar que ‘no conviene que yo [el Señor] mande en todas las cosas’ [D. y C. 58:26]. Al igual que el hermano de Jared, debemos considerar con detenimiento las necesidades de los miembros de nuestra familia, hacer un plan para satisfacer esas necesidades y luego llevar nuestro plan al Señor en oración. Eso requerirá fe y esfuerzo de parte nuestra, pero Él nos ayudará si buscamos Su ayuda y hacemos Su voluntad” (Liahona, mayo de 2003, pág. 16).
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El Señor quiere que vayamos creciendo y aprendiendo al tomar nuestras propias decisiones, y también desea que le presentemos con frecuencia nuestras conclusiones para que las confirme. Cuando el hermano de Jared le preguntó al Señor en cuanto a la luz para las naves, el Señor contestó con una pregunta: “…¿Qué quieres que yo haga para que tengáis luz en vuestros barcos?…” (Éter 2:23). Según el presidente Harold B. Lee (1899–1973), la pregunta del Señor fue como decir lo siguiente:
“‘Bien, ¿se te ocurre alguna idea buena? ¿Qué sugieres que hagamos para tener luz?…
“Y entonces el Señor se fue y lo dejó solo. Era como si el Señor le estuviese diciendo: ‘Mira, te di la mente para que pensases, y te di albedrío para que lo usases. Ahora haz todo lo que esté a tu alcance para resolver este problema, y entonces, después de que hayas hecho todo lo que puedas, intervendré para ayudarte’”.
Después de considerar las posibilidades, el hermano de Jared demostró una gran fe al pedirle al Señor que tocase las dieciséis piedras a fin de producir luz. El Señor contestó la súplica, y no sólo brindó luz para las naves sino que le dio a este fiel hombre una visión sin par.
El presidente Lee concluyó: “Éste es el principio en acción. Si desean la bendición, no basta con ponerse de rodillas y orar al respecto. Prepárense de toda forma imaginable a fin de hacerse dignos de recibir la bendición que buscan” (Stand Ye in Holy Places, 1974, págs. 243–244).
Éter 2:22–23. La oración requiere esfuerzo
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Se ha dicho que debemos orar como si todo dependiera del Señor y esmerarnos como si todo dependiese de nosotros. El élder Russell M. Nelson, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo que a menudo ha escuchado al presidente Gordon B. Hinckley decir: “No me imagino cómo llevar algo a buen término sin antes arrodillarme y suplicar ayuda, y entonces levantarme y poner manos a la obra” (Liahona, enero de 1997, pág. 18).
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El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó que el Señor nos exige que utilicemos nuestro albedrío al procurar la ayuda de Él. En cuanto a la experiencia que tuvo el hermano de Jared, el élder McConkie dijo: “El Señor le habló un poco al respecto y luego dijo esto: ‘…¿Qué quieres que yo haga para que tengáis luz en vuestros barcos?…’ (Éter 2:23). Es decir: ‘¿Para qué me lo preguntas? Esto es algo que tú deberías haber resuelto’. Y habló un poco más, y básicamente repitió la pregunta: ‘…¿qué deseas que prepare para vosotros, a fin de que tengáis luz cuando seáis sumergidos en las profundidades del mar?’ (Éter 2:25). En otras palabras: ‘Moriáncumer, ése es tu problema. ¿Para qué me molestas? Te he dado tu albedrío; se te ha investido con capacidad y habilidad; ve y resuelve el problema’” (véase “¿Libre albedrío o inspiración?”, Liahona, mayo de 1978, págs. 30–31).
Éter 3:1–5. “He aquí, oh Señor, tú puedes hacer esto”
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El élder Jeffrey R. Holland habló acerca de la sencilla fe de niño que exhibió el hermano de Jared cuando dijo: “He aquí, oh Señor, tú puedes hacer esto” (Éter 3:5): “Sin duda Dios, y también el lector, siente algo muy impactante frente a la inocencia y el fervor de niño que hay en la fe de este hombre: ‘He aquí, oh Señor, tú puedes hacer esto’. Tal vez no existe frase más potente y llena de fe pronunciada por hombre alguno en las Escrituras. Casi parece que estuviera alentando a Dios, infundiéndole valor, dándole seguridad. No es ‘he aquí, oh Señor, estoy seguro de que tú puedes hacer esto’, ni ‘he aquí, oh Señor, tú has hecho muchas cosas mayores que ésta’. Por más inseguro que esté el profeta en cuanto a su propia capacidad, no tiene ninguna duda en cuanto al poder de Dios. Aquí no hay más que una declaración única, clara, valiente y enérgica sin sombra ni indicio de vacilación. Se trata de aliento a Aquél que no necesita que lo alienten, pero que sin duda se habrá conmovido al recibirlo. ‘He aquí, oh Señor, tú puedes hacer esto’” (“Rending the Veil of Unbelief”, en Nurturing Faith through the Book of Mormon: The 24th Annual Sidney B. Sperry Symposium, 1995, pág. 12).
Éter 3:15. “Nunca me he mostrado al hombre”
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El élder Jeffrey R. Holland analizó seis posibles explicaciones para la frase de Jesús de que nunca se había mostrado al hombre antes de mostrarse al hermano de Jared:
“Una posibilidad es que se trate de un simple comentario hecho en el contexto de una dispensación y que, como tal, se aplique únicamente al pueblo de Jared y a los profetas jareditas: que Jehová nunca se había revelado antes a ninguno de los videntes y reveladores de esa dispensación…
“Otra sugerencia es que la referencia al ‘hombre’ es la clave del pasaje, la cual da a entender que el Señor nunca se había revelado al hombre natural, terrenal, temporal, incrédulo, no santificado. Lo que se insinúa es que sólo los que se han despojado del hombre natural [y son] santificados (como Adán, Enoc y ahora el hermano de Jared) tienen derecho a este privilegio [véase D. y C. 67:10–11].
“Algunos creen que el Señor quiso decir que Él nunca antes se había revelado al hombre en tal grado o hasta ese punto. Esta teoría da a entender que las apariciones divinas a los profetas anteriores no habían contado con la misma ‘plenitud’, que nunca antes se había levantado el velo para dar una revelación tan completa de la naturaleza y el ser de Cristo.
“Existe la posibilidad adicional de que ésta fuera la primera vez que Jehová aparecía y se identificaba como Jesucristo, el Hijo de Dios, interpretándose entonces el pasaje así: ‘Nunca me he mostrado [como Jesucristo] al hombre a quien he creado’. Esta posibilidad se ve reforzada por una posible interpretación del posterior comentario editorial de Moroni: ‘Por lo que, teniendo este conocimiento perfecto de Dios, fue imposible impedirle ver dentro del velo; por tanto, vio a Jesús’.
“Existe además otra interpretación de este pasaje: que la fe del hermano de Jared fue tan grande que no sólo vio el dedo y el cuerpo del espíritu del Jesús preterrenal (algo que se supone que muchos otros profetas también habían visto), sino también algún aspecto marcadamente revelador del cuerpo de carne, sangre y huesos de Cristo…
“Una explicación final —y, en lo referente a la fe del hermano de Jared, la más persuasiva— es la de que Cristo le estaba diciendo al hermano de Jared: ‘Nunca me he mostrado al hombre de esta manera, sin mi voluntad, movido únicamente por la fe del que contempla’. Por regla general, los profetas son invitados a la presencia del Señor, Él los llama a Su presencia y entran sólo con Su autorización. El hermano de Jared, por su parte, parece haberse lanzado él mismo a través del velo, no como un invitado inoportuno sino técnicamente como uno sin invitación. Jehová dijo: ‘Jamás ha venido a mí hombre alguno con tan grande fe como la que tú tienes; porque de no haber sido así, no hubieras podido ver mi dedo… Jamás ha creído en mí el hombre como tú lo has hecho’. Obviamente, el Señor mismo enlazaba esta fe sin precedentes a una visión sin precedentes. Si la visión en sí no era excepcional, entonces la fe y la manera en que se recibió la visión tuvieron que ser sin par. La única forma en que la fe podía ser tan notable era en su capacidad de llevar al profeta, sin invitación, al lugar al que otros sólo habían podido llegar al ser invitados por Dios” (Christ and the New Covenant, págs. 21–23).
Éter 3:23–24, 28. Las dos piedras del rey Mosíah
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El profeta José Smith utilizó el mismo Urim y Tumim que “le fue dado al hermano de Jared en el monte, cuando habló cara a cara con el Señor” (D. y C. 17:1). El presidente Joseph Fielding Smith escribió una breve historia acerca del Urim y Tumim:
“El rey Mosíah tenía ‘dos piedras que estaban colocadas en los dos aros de un arco’, llamadas intérpretes por los nefitas, con las cuales él tradujo la historia jaredita [Mosíah 28:11–14], y éstas se transmitieron de generación en generación para el fin de interpretar idiomas. Cómo llegaron a manos de Mosíah estas dos piedras, o Urim y Tumim, la historia no nos dice, aparte de informarnos que eran ‘un don de Dios’ [Mosíah 21:28]. Mosíah tenía este don o Urim y Tumim antes que el pueblo de Limhi descubriera los anales de Éter. Pudieron haberse recibido cuando le fue traída a Mosíah la ‘piedra grande con grabados’, los cuales él interpretó por ‘el don y poder de Dios’ [Omni 1:20–21]. Pudieron habérselas dado a él o a algún otro profeta antes de su época, tal como los recibió el hermano de Jared, es decir, del Señor.
“Parece ser evidente, según las enseñanzas del Libro de Mormón que el Urim y Tumim, o dos piedras, que fueron dadas al hermano de Jared, eran las que Mosíah poseyó. Al hermano de Jared le fue mandado que sellara sus escritos de la visión que había tenido cuando se le apareció Cristo, para que su pueblo no pudiera leerlos… También fueron sellados el Urim y Tumim para que no se usaran con el fin de interpretar el relato sagrado de esta visión, sino hasta que llegara el tiempo en que el Señor le concediera al hombre interpretarlo. Cuando se revelara se habría de interpretar con la ayuda del mismo Urim y Tumim [Éter 3:21–28]…
“Con el pectoral y las planchas del Libro de Mormón, José Smith recibió el Urim y Tumim, que Moroni ocultó para que saliera en los últimos días, como medio por el cual se pudiera traducir la historia antigua, siendo el mismo Urim y Tumim que se dio al hermano de Jared [D. y C. 17:1]” (Doctrina de Salvación, tomo III, págs. 210–212).
Éter 3:25; 4:1–7. La parte sellada del Libro de Mormón
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Moroni escribió que el hermano de Jared (Moriáncumer) grabó una visión que incluía a todos los habitantes de la tierra, desde el principio hasta el fin (véase Éter 3:25; véase también Éter 2:13). En esta visión se revelan “todas las cosas desde la fundación del mundo hasta su fin” (2 Nefi 27:10). Moroni explicó que “jamás se manifestaron cosas mayores” que las que vio el hermano de Jared (Éter 4:4). Sabemos que Moroni selló una copia de esta visión con las planchas que le entregó a José Smith (véase Éter 4:5; 5:1). Moroni además nos informó sobre las condiciones que el Señor indicó que deben existir para que salga a luz esta parte sellada de los anales. Las Escrituras señalan que debemos arrepentirnos, ejercer fe en el Señor como lo hizo el hermano de Jared y ser santificados (véase Éter 4:6–7).
Éter 5. Instrucciones para el profeta José Smith
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Moroni poseía “las llaves de los anales del palo de Efraín” (D. y C. 27:5). En Éter 5, Moroni se dirige al futuro traductor del Libro de Mormón, aun cuando pasarían casi catorce siglos antes de que el profeta José Smith leyera sus palabras.
Éter 5. El testimonio de los testigos
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En Éter 5:2 se hace referencia a aquellos a quienes José Smith “ten[ga] el privilegio de mostrar las planchas”, específicamente, a los Ocho Testigos. Los versículos 3–4 hablan de “tres” que verían las planchas “por el poder de Dios”, lo cual es una referencia específica a los Tres Testigos del Libro de Mormón. El versículo 4 asimismo declara que la palabra “se levantará como testimonio”, demostrando que el Libro de Mormón es en sí un testigo. Este mismo versículo además muestra que la Trinidad es testigo del Libro de Mormón.
Éter 5:2–4 se refiere en especial a los Tres Testigos del Libro de Mormón. En el mes de junio de 1829, el profeta José Smith recibió una revelación que le indicaba “que tres testigos especiales serían designados. Véase Éter 5:2–4; 2 Nefi 11:3 y 27:12. Oliver Cowdery, David Whitmer y Martin Harris se sintieron impulsados por un deseo inspirado a ser los tres testigos especiales” (D. y C. 17, introducción a la sección). El testimonio de los Tres Testigos se halla en las páginas introductorias del Libro de Mormón. El élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo lo siguiente sobre estos Tres Testigos:
“El solemne testimonio escrito de tres testigos de lo que vieron y escucharon —dos de ellos en forma simultánea y el tercero casi inmediatamente después— merece seria consideración. Efectivamente, sabemos que por el testimonio de un testigo se han declarado grandes milagros que mucha gente religiosa ha aceptado; y en el mundo secular, el testimonio de un testigo ha sido suficiente para imponer pesados castigos y juicios.
“Las personas con experiencia en evaluar testimonios consideran comúnmente la oportunidad que el testigo tiene de observar un acontecimiento y la posibilidad de que él tenga algún prejuicio en el asunto. En los casos en los que diversos testigos dan testimonios idénticos sobre el mismo acontecimiento, los escépticos buscan pruebas de confabulación entre ellos, o buscan otros testigos que podrían contradecirlos.
“Después de evaluarlo tomando en cuenta todas esas posibles objeciones, el testimonio de los Tres Testigos del Libro de Mormón se erige con gran fuerza. Cada uno de los tres tuvo amplias razones y oportunidades para renunciar a su testimonio si hubiera sido falso o para ser ambiguo en los detalles si alguno hubiera sido inexacto. Como bien se sabe, debido a los desacuerdos o a los celos que existían entre otros líderes de la Iglesia, cada uno de los Tres Testigos fue excomulgado de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días antes de que pasaran unos ocho años de la publicación de su testimonio. Los tres siguieron caminos diferentes, sin ningún interés común en apoyar un intento de confabulación. Sin embargo, al final de sus vidas —períodos que oscilan entre los doce y los cincuenta años después de haber sido excomulgados— ninguno de estos testigos se había desviado de su testimonio impreso ni había dicho nada que pudiera generar alguna duda con respecto a su veracidad.
“Además, su testimonio no ha sido contradicho por ningún otro testigo. Uno podría rechazarlo, pero, ¿cómo se puede explicar que tres hombres de buena reputación se unieran y persistieran en este testimonio impreso hasta el fin de sus vidas enfrentando gran ridículo y otras desventajas personales? Al igual que con el mismo Libro de Mormón, no hay mejor explicación que la que da el testimonio en sí: la solemne declaración de hombres buenos y honrados que dijeron lo que vieron…
“…Los testigos son importantes, y el testimonio de los Tres Testigos del Libro de Mormón es admirable y confiable” (véase Liahona, julio de 1999, págs. 41–44).
Para meditar
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¿Por qué cree usted que Moroni incluyó el compendio de Éter en el Libro de Mormón a fin de que lo leyéramos?
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Aunque se reconocía, y se sigue reconociendo, al hermano de Jared por su fidelidad, ¿por qué aun así lo reprendió el Señor? ¿Cómo podemos aplicar esto a nosotros?
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¿Qué lecciones aprendemos del hermano de Jared sobre lo que el Señor espera de nosotros cuando le hacemos preguntas?
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¿Cómo pueden fortalecer su testimonio los testimonios de los Tres Testigos del Libro de Mormón?
Tareas sugeridas
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Piense en un problema que actualmente tenga. Valiéndose del modelo que siguió el hermano de Jared para resolver el dilema que tenía, aplique los mismos principios en sus esfuerzos por resolver su propia situación. ¿Cómo aplicará usted esos principios con el fin de resolver su problema?
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Reflexione con respecto al poder de sus oraciones al marcar las respuestas a las siguientes preguntas. (Advertencia: Esta escala es personal, y se la debe tratar conforme a su carácter confidencial.)
¿Cómo son sus oraciones?
En una escala del 1–10, ¿cómo califica sus oraciones personales? (El 1 representa lo más bajo, y el 10, lo más alto):
¿Son suficientemente sinceras?
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
¿Duran lo suficiente?
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
¿Son suficientemente frecuentes?
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
¿Tienen el apoyo de la obediencia?
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
¿Al terminar de hablar, escucho para recibir respuestas?
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
¿Me comunico con el Señor en lugar de simplemente hablarle?
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10