Capítulo 15
Jacob 1–4
Introducción
A causa del orgullo y la riqueza extrema, los nefitas de los días de Jacob cedieron a muchos pecados, especialmente el de la inmoralidad. Sintiendo el peso de su llamamiento profético, Jacob denunció estas prácticas inicuas y valientemente llamó al pueblo al arrepentimiento. ¿En qué ocasiones ha oído usted al profeta o a otros líderes de la Iglesia hablar en forma clara a fin de dar un mensaje importante? Al entender el mandato divino que tiene el líder del sacerdocio de corregir en lo referente a lo espiritual, usted comprenderá mejor la voz de amonestación de los profetas contemporáneos en un mundo donde hay cada vez más maldad.
Obsérvese que después de enseñar a los nefitas las consecuencias de sus pecados, Jacob dirigió la atención de ellos al Salvador. Enseñó que por la gracia de Cristo tenemos el poder de vencer el pecado y la debilidad, y consecuentemente preguntó: “¿Por qué no hablar de la expiación de Cristo…?”. Al hacerlo, obtenemos “conocimiento de una resurrección y del mundo venidero” (Jacob 4:12). Entonces podemos lograr un mayor aprecio por la dádiva que el Salvador nos ofrece de la redención del pecado y de la muerte.
Comentario
Jacob 1:2–8. El propósito de Jacob al escribir
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Fíjese en que Jacob tenía la misma intención que su hermano Nefi cuando se preparaba para seguir llevando el registro de las plancha menores. El élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, puso la intención de Jacob en perspectiva:
“Jacob parece haberse comprometido especialmente a presentar la doctrina de Cristo. Dada la cantidad de espacio que dedicó a su testimonio de la expiación del Salvador, Jacob claramente consideraba que esta doctrina básica era la más sagrada de las enseñanzas y la más grande de las revelaciones.
“‘Tuvimos muchas revelaciones y el espíritu de mucha profecía’, dijo Jacob, ‘por tanto, sabíamos de Cristo y su reino, que había de venir.
“‘Por lo que trabajamos diligentemente entre los de nuestro pueblo, a fin de persuadirlos a venir a Cristo…
“‘Por tanto, quisiera Dios… que todos los hombres creyeran en Cristo y contemplaran su muerte, y sufrieran su cruz, y soportaran la vergüenza del mundo’ [Jacob 1:6–8].
“Ningún profeta del Libro de Mormón, por temperamento o testimonio personal, parece haber llevado a cabo esta obra de persuasión con más fidelidad que Jacob. Desestimó las alabanzas del mundo, enseñó una doctrina directa, sólida y hasta dolorosa, y conoció personalmente al Señor. El suyo es un clásico ejemplo del Libro de Mormón de un joven que decidió sufrir la cruz y soportar la vergüenza del mundo en defensa del nombre de Cristo. La vida, incluso durante los años difíciles en los que vio que la iniquidad de Lamán y Lemuel llevó a sus padres adoloridos a la tumba, nunca fue fácil para este primogénito del desierto” (Christ and the New Covenant, 1997, págs. 62–63).
Jacob 1:9–19. Nefi y el reinado de los reyes nefitas
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Después de que Nefi se separó de sus hermanos, quienes luego fueron conocidos como lamanitas (véase 2 Nefi 5), él estableció un reino entre su pueblo, que pasó a conocerse como los nefitas. Con reticencia, Nefi se convirtió en el primer rey (véase 2 Nefi 5:18–19) y se refirió a esta época en que fue rey y líder como “mi reinado” (1 Nefi 10:1). Al segundo rey y a todos los demás que le sucedieron también se les llamó Nefi (véase Jacob 1:11–15). El registro de los reyes y la historia principalmente secular se llevó en las planchas mayores de Nefi (véanse Jarom 1:14; Omni 1:11; Palabras de Mormón 1:10).
Líderes principales de la historia nefita, de 600 a.C. a 421 d.C.
Año, reino de los jueces |
Año cristiano |
Rey, juez superior o gobernador |
Líder histórico o eclesiástico |
Líder militar |
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600 a.C. |
Nefi (2 Nefi 5:18–19) |
Nefi (1 Nefi 1:1–3; 19:1–4) |
Nefi (2 Nefi 5:14; Jacob 1:10) | |
544 a.C. |
Otros designados (Jacob 1:9) |
Jacob (2 Nefi 5:26; Jacob 1:1–4, 17–18) | ||
544–420 a.C. |
Enós y muchos profetas (Enós 1:22, 26) | |||
399 a.C. |
“Grandes hombres en la fe del Señor” (Jarom 1:7) |
Jarom y los profetas del Señor (Jarom 1:1, 10–11) |
“Grandes hombres en la fe del Señor” (Jarom 1:7) | |
361 a.C. |
Omni (Omni 1:1–3) | |||
317 a.C. |
Amarón (Omni 1:4–8) Quemis (Omni 1:9) | |||
279–130 a.C. |
Mosíah1 (Omni 1:12–23) Benjamín (Omni 1:23–25; Palabras de Mormón) |
Abinadom (Omni 1:10–11) Amalekí (Omni 1:12) Benjamín con los santos profetas (Palabras de Mormón 1:16–18; Mosíah 1–6) |
Mosíah1 (Omni 1:12–23) Benjamín (Omni 1:23–25) | |
124 a.C. |
Mosíah2 (Mosíah 1:15) |
Mosíah2 (Mosíah 6:3) | ||
122 a.C. |
Alma1 ( Mosíah 25:19; 26:28) | |||
1 |
91 a.C. |
Alma2 (Mosíah 29:44) |
Alma2 (Mosíah 29:42) |
Alma2 (Alma 2:16) |
9 |
83 a.C. |
Nefíah (Alma 4:17, 20) | ||
18 |
74 a.C. |
Moroni (Alma 43:17) | ||
19 |
73 a.C. | |||
24 |
68–67 a.C. |
Pahorán (Alma 50:39–40) | ||
32 |
60 a.C. |
Moroníah (Alma 62:43) | ||
36 |
56 a.C. |
Shiblón (Alma 63:1) | ||
39 |
53 a.C. |
Helamán2 (Alma 63:11) | ||
40 |
52 a.C. |
Pahorán2 (Helamán 1:1, 5) y Pacumeni (Helamán 1:13) | ||
42 |
50 a.C. |
Helamán2 (Helamán 2:1–2) | ||
53 |
39 a.C. |
Nefi1 (Helamán 3:37) |
Nefi1 (Helamán 3:37) | |
62 |
30 a.C. |
Cezóram (Helamán 4:18; 5:1) |
Última mención de Moroníah (Helamán 4:18) | |
66 |
26 a.C. |
El hijo de Cezóram (Helamán 6:15) | ||
? |
? |
Seezóram (Helamán 6:39; 9:23) | ||
92 |
1 d.C. |
Laconeo1 (3 Nefi 1:1) |
Nefi2 (3 Nefi 1:1–2) | |
16 d.C. |
Gidgiddoni (3 Nefi 3:18) | |||
30 d.C. |
Laconeo2 (3 Nefi 6:19) | |||
? |
Nefi3 (?) (Encabezamiento de 4 Nefi) | |||
110 d.C. |
Amós1 (4 Nefi 1:19–20) | |||
194 d.C. |
Amós2 (4 Nefi 1:21) | |||
305 d.C. |
Ammarón (4 Nefi 1:47) | |||
aprox. 321–335 d.C. |
Mormón (Mormón 1:1–3) | |||
326 d.C. |
Mormón (Mormón 2:2) | |||
385 d.C. |
Moroni (Mormón 6:6) |
Jacob 1:15. ¿Qué es una concubina?
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En el Antiguo Testamento a las concubinas “se las consideraba esposas secundarias, es decir, esposas que en el sistema de castas prevalente en aquel entonces no contaban con el mismo prestigio que tenían las esposas a las que no se llamaba concubinas” (Bruce R. McConkie, Mormon Doctrine, segunda edición, 1966, pág. 154). En calidad de esposas, las concubinas gozaban de la plena protección de la ley y no violaban la ley de castidad cuando los matrimonios eran aprobados por el Señor (véase D. y C. 132:34–43). Sin embargo, durante el período que el Libro de Mormón abarca, las concubinas no eran aprobadas por el Señor (véanse Jacob 2:27; Mosíah 11:2).
Jacob 1:18. “Consagrados sacerdotes y maestros”
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El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) explicó a qué tipo de sacerdotes y maestros se refiere Jacob 1:18: “Los nefitas oficiaron en virtud del Sacerdocio de Melquisedec desde los días de Lehi hasta que se apareció entre ellos nuestro Salvador. Es cierto que Nefi ‘consagró a Jacob y José’ para que fueran sacerdotes y maestros en la tierra de los nefitas, pero el hecho de que se emplearan los términos plurales sacerdotes y maestros indica que ésta no era una referencia específica a algún oficio del sacerdocio en ninguno de los dos casos, sino que se trataba de una designación general para enseñar, dirigir y amonestar al pueblo” (Answers to Gospel Questions, comp. de Joseph Fielding Smith, hijo, cinco tomos, 1957–1966, tomo I, pág. 124).
Jacob 1:19. “Magnificamos nuestro oficio ante el Señor”
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Al hablar sobre el deber que tienen los poseedores del sacerdocio de servir a los demás, el presidente Thomas S. Monson explicó:
“¿Qué significa magnificar un llamamiento? Significa edificarlo en dignidad e importancia, hacerlo honorable y meritorio ante los ojos de todos los hombres, engrandecerlo y fortalecerlo, dejar que la luz del cielo brille a través de él para que otros hombres lo vean.
“¿De qué manera puede uno magnificar un llamamiento? Sencillamente prestando el servicio que le corresponde. Un élder magnifica el llamamiento ordenado de élder al aprender cuáles son sus deberes como élder y al cumplir con ellos. Así como es con el élder, es igualmente con el diácono, con el maestro, con el presbítero, con el obispo y con cada uno que posee un oficio en el sacerdocio” (Liahona, mayo de 2005, págs. 54–55).
Jacob 1:19; 2:2. “Trayendo sobre nuestra propia cabeza los pecados del pueblo”
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Las personas con responsabilidad de liderazgo en la Iglesia tienen una solemne responsabilidad. Jacob enseñó que, cuando un líder es negligente en la enseñanza de la palabra de Dios a las personas a quienes se le ha llamado para que dirija, en parte, pasa a ser responsable de los pecados de ellas. El presidente Hugh B. Brown (1883–1975), de la Primera Presidencia, expuso más sobre la responsabilidad que Jacob describió:
“El presidente John Taylor dijo en cierta ocasión al dirigirse a los hermanos del sacerdocio: ‘Si no magnifican sus llamamientos, Dios los hará responsables de aquellos a los que podrían haber salvado si hubiesen cumplido con su deber’.
“Tal declaración presenta un reto. Si yo, por motivo de pecados de comisión u omisión, pierdo lo que hubiese podido tener en el más allá, yo mismo he de sufrir y, sin duda, mis seres queridos junto a mí. Pero si no cumplo con mi asignación como obispo, presidente de estaca, presidente de misión o Autoridad General de la Iglesia, si cualquiera de nosotros no enseña, guía, dirige y ayuda a salvar a aquellos que están bajo nuestra dirección o en nuestra jurisdicción, el Señor nos tendrá por responsables si ellos se pierden como resultado de que fallamos” (en Conference Report, octubre de 1962, pág. 84).
Jacob 2:8–10. Amonestar “según los estrictos mandamientos de Dios”
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En lugar de enseñar “la palabra que sana el alma herida” (Jacob 2:8) o pronunciar “la placentera palabra de Dios” (versículo 9), Jacob se sintió obligado por el Señor a tratar un tema que, lamentablemente, habría de “agravar las heridas de los que ya [estaban] heridos” (versículo 9). En ocasiones es necesario que un líder del sacerdocio use palabras directas y desafiantes al llamar a los miembros de la Iglesia al arrepentimiento.
El élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, describió el difícil equilibrio necesario para enseñar la verdad de forma tanto sensible como valiente:
“De hecho, Jacob dedica gran parte de diez versículos enteros a disculparse por tener que hablar sobre ciertos pecados y por el lenguaje que tiene que emplear al hacerlo. Señala que esto lo hace con ‘seriedad’, sintiendo que lo ‘agobia el peso de un deseo y afán mucho mayor por el bien de [las] almas [de sus oyentes]’ (Jacob 2:2–3). Conociéndolo como lo conocemos, nos sorprendería que hubiese dicho lo contrario.
“Escuchen el tono triste de estos pasajes —literalmente hay pesar en ellos—, en los que con empeño procura lo que para él siempre ha sido un asunto de determinación total: la firme lealtad a Dios y Sus mandamientos.
“‘Sí, contrista mi alma, y me hace encoger de vergüenza ante la presencia de mi Hacedor, el tener que testificaros concerniente a la maldad de vuestros corazones…
“‘Por tanto, agobia mi alma el que sea constreñido, por el estricto mandamiento que recibí de Dios, a amonestaros según vuestros crímenes y agravar las heridas de los que ya están heridos, en lugar de consolarlos y sanar sus heridas; y a los que no han sido heridos, en lugar de que se deleiten con la placentera palabra de Dios, colocar puñales para traspasar sus almas y herir sus delicadas mentes’ (Jacob 2:6–7, 9.)
“Todavía ni siquiera hemos empezado el discurso en sí cuando ya sentimos que, de forma real, esta audaz e inflexible forma de predicar es casi tan dura para Jacob como lo es para los culpables de entre el público. Pero tal vez así debe ser siempre, y quizás por eso es que Cristo al predicar era con frecuencia un ‘varón de dolores’. Los mandamientos se tienen que guardar; el pecado se tiene que reprochar. Sin embargo, aun posturas tan osadas como ésas se tienen que tomar con compasión; incluso el más severo de los profetas debe predicar desde lo profundo de un alma sensible” (“Jacob the Unshakable”, en Heroes from the Book of Mormon, 1995, págs. 39–40).
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El élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó que, cuando los líderes del sacerdocio se sienten “compelidos” por el Espíritu a amonestar y advertir, los miembros de la Iglesia tienen la responsabilidad de comportarse conforme a la corrección e instrucción que reciben:
“La semana pasada, mientras hablaba con otro miembro del Quórum de los Doce acerca de los comentarios que recibimos sobre nuestros discursos de la conferencia de abril, mi amigo dijo que alguien le había dicho: ‘Disfruté mucho de su discurso’. Estuvimos de acuerdo en que ésa no es la clase de comentario que queremos recibir. Como dijo mi amigo: ‘Yo no di ese discurso para que se disfrutara. ¿Pensará él que estoy aquí para entretener?’. Otro miembro del Quórum se unió a la conversación y comentó: ‘Eso me recuerda el relato de un ministro que, cuando uno de sus feligreses le dijo que había disfrutado mucho de su sermón, él le contestó: “Si fue así, es que no lo comprendió”’.
“Recordarán que en esta conferencia de abril yo hablé sobre la pornografía. Nadie me dijo que había ‘disfrutado’ de mi discurso; ¡nadie! En realidad, no había nada placentero en él, ni siquiera para mí.
“He hablado de esas conversaciones recientes para enseñar el principio de que un mensaje dado por una Autoridad General en una conferencia general —que es un mensaje preparado bajo la influencia del Espíritu para hacer avanzar la obra del Señor— no se da para que se disfrute, sino para inspirar, edificar, desafiar o corregir. Se da para que lo oigan bajo la influencia del Espíritu del Señor, con la intención de que quien lo escuche aprenda de él y del Espíritu qué debe hacer al respecto” (“The Dedication of a Lifetime”, charla fogonera del SEI para jóvenes adultos, 1 de mayo de 2005, pág. 1, www.ldsces.org).
Jacob 2:12–19. “Antes de buscar riquezas”
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Jacob enseñó que Dios no condena a los ricos por tener riquezas, sino que la condenación viene cuando se enorgullecen o usan indebidamente su abundancia (véase Jacob 2:13–14). Algunas personas del pueblo de Nefi optaron por poner en el centro de sus vidas las riquezas, en lugar de a Dios, y en su búsqueda de riquezas llegaron a perseguir a sus hermanos en vez de ayudarlos (véanse los versículos 18–19).
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El presidente David O. McKay (1873–1970) nos aconsejó que tengamos cuidado con lo que buscamos. Aunque podamos conseguir prácticamente todo lo que nos esmeremos por lograr, tal vez el precio sea muy alto: “¿Qué buscan primero? ¿Qué es lo que atesoran en sus mentes como el pensamiento más dominante y presente? Eso determinará en gran medida su destino… En este mundo pueden conseguir casi cualquier cosa que se propongan. Si se esfuerzan por lograr las riquezas, las pueden conseguir, pero antes de convertir eso en la meta en sí, denle una mirada a los hombres que han sacrificado todo por lograr ese propósito, a los que han deseado la riqueza sólo por tener riqueza. El oro no corrompe al hombre; la corrupción llega como resultado de la motivación que lleva a buscar ese oro” (Treasures of Life, 1962, págs. 174–175).
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El presidente Boyd K. Packer, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, brindó indicaciones adicionales en cuanto a lo que buscamos en la vida:
“Deseamos que nuestros hijos y los hijos de ellos sepan que en la vida no se escoge entre la fama y el pasar inadvertido, ni tampoco entre la riqueza y la pobreza. La elección es entre el bien y el mal, lo cual es muy diferente.
“Cuando por fin comprendamos esta lección, a partir de ese momento nuestra felicidad no estará determinada por las cosas materiales. Podemos ser felices sin ellas, o alcanzar el éxito a pesar de ellas.
“Las riquezas y el renombre no siempre nos llegan porque las hayamos ganado. Nuestro valor personal no se mide por el renombre ni por nuestras posesiones…
“Nuestra vida se compone de las miles de decisiones que tomamos a diario. A lo largo de los años estas pequeñas decisiones formarán una unidad y darán muestras claras de cuáles son las cosas que valoramos.
“La prueba crucial de esta vida, repito, no estriba en elegir entre la fama y el pasar inadvertidos, ni tampoco entre la riqueza y la pobreza. La mayor decisión de esta vida está entre el bien y el mal” (Liahona, febrero de 1981, pág. 39).
Jacob 2:17. “Sed liberales con vuestros bienes”
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En La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, las ofrendas de ayuno ayudan a los pobres y necesitados. Los líderes de la Iglesia instan a los miembros a dar ofrendas generosas. El élder Joseph B. Wirthlin (1917–2008), del Quórum de los Doce Apóstoles, impartió consejos sobre cuánto dar:
“¿Cuánto debemos dar en ofrendas de ayuno? Mis hermanos y hermanas, la cantidad de nuestras ofrendas para bendecir a los pobres es una medida de la gratitud que sentimos hacia nuestro Padre Celestial. Nosotros, que hemos sido bendecidos tan abundantemente, ¿daremos la espalda a los que necesiten de nuestra ayuda? El dar una generosa ofrenda de ayuno constituye la medida de nuestra disposición de consagrarnos a aliviar el sufrimiento de los demás.
“El hermano Marion G. Romney, que era obispo de nuestro barrio cuando fui llamado a la misión y que más tarde prestó servicio como miembro de la Primera Presidencia de la Iglesia, advirtió:
“‘Sean generosos en sus dádivas para que así puedan progresar, y no den solamente para beneficiar al pobre, sino por su propio bienestar. Den lo suficiente para poder obtener el reino de Dios por medio de la consagración de su tiempo y de todos sus bienes’ [véase “Las bendiciones del ayuno”, Liahona, diciembre de 1982, pág. 4]” (Liahona, julio de 2001, pág. 91).
Jacob 2:20–22. El “orgullo de vuestros corazones”
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El orgullo es a veces nominado como el gran pecado del espíritu; fue el pecado de Satanás en el reino premortal (véanse Isaías 14:12–14; Moisés 4:1–2). Es más, el orgullo lleva al fracaso y la destrucción, cosa que el Señor nos ha advertido en repetidas ocasiones:
“Cuídate del orgullo, no sea que entres en tentación” (D. y C. 23:1).
“Porque la hora está cerca, y próximo está el día cuando la tierra estará madura; y todos los soberbios y los que hacen maldad serán como rastrojo, y yo los abrasaré, dice el Señor de los Ejércitos, a fin de que no exista maldad en la tierra” (D. y C. 29:9).
“No os avergoncéis, ni os sintáis confundidos; mas sed amonestados en toda vuestra altivez y orgullo, porque esto tiende un lazo a vuestras almas” (D. y C. 90:17).
“El que se ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado” (D. y C. 101:42).
Jacob 2:23–30. Matrimonio plural
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Jacob enseñó claramente que el Señor no quería que los nefitas practicaran ninguna forma de matrimonio plural, y declaró que el varón debe tener una sola esposa, a menos que el Señor mande lo contrario (véase Jacob 2:27–30). En nuestra época, el presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) pronunció la postura de la Iglesia en lo referente al matrimonio plural:
“Deseo exponer categóricamente que esta Iglesia no tiene absolutamente nada que ver con la gente que practica la poligamia; ellos no son miembros de esta Iglesia. La mayoría de ellos nunca han sido miembros y están violando la ley civil; saben que infringen la ley y están sujetos al castigo de la ley. La Iglesia, naturalmente, no tiene jurisdicción alguna en este asunto.
“Si a alguno de nuestros miembros se le sorprende practicando el matrimonio plural, se le excomulga, lo cual constituye la pena más seria que la Iglesia puede imponer. Los que tal hacen no sólo contravienen directamente la ley civil, sino que quebrantan la ley de esta Iglesia. Uno de nuestros Artículos de Fe es irrevocable para nosotros y dice: ‘Creemos en estar sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados; en obedecer, honrar y sostener la ley’ (Artículos de Fe 1:12). No es posible obedecer y desobedecer la ley al mismo tiempo…
“Hace más de un siglo, Dios reveló claramente a Su profeta Wilford Woodruff que la práctica del matrimonio plural debía suspenderse, lo cual significa que ahora está en contra de la ley de Dios. Incluso en los países en los que la ley civil o la ley religiosa permite la poligamia, la Iglesia enseña que el matrimonio debe ser monógamo y no acepta entre sus miembros a los que practican el matrimonio plural” (Liahona, enero de 1999, pág. 84).
Jacob 2:28. Castidad
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El élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce Apóstoles, definió en forma clara la ley de castidad cuando enseñó: “Toda intimidad sexual fuera de los lazos del matrimonio, o sea, todo contacto intencional con las partes sagradas e íntimas del cuerpo de otra persona, ya sea con ropa o sin ella, es pecado y está prohibido por Dios; también es transgresión estimular esas emociones en tu propio cuerpo” (véase Liahona, enero de 1995, pág. 44).
El élder Scott además reafirmó la autorización divina de la intimidad matrimonial y la condenación divina de la inmoralidad sexual. Dio esta advertencia:
“El Señor prohíbe esos actos íntimos fuera del compromiso sempiterno del matrimonio porque atentan contra Sus propósitos. En el sagrado convenio matrimonial, esas relaciones están de acuerdo con Su plan; pero, cuando tienen lugar en cualquier otra situación, van en contra de Su voluntad, y causan graves daños emocionales y espirituales. Aunque los que lo hacen no se dan cuenta de eso ahora, lo sentirán más adelante.
“La inmoralidad sexual crea una barrera que aleja la influencia del Espíritu Santo con toda Su capacidad de elevar, iluminar y fortalecer. Además, produce un poderoso estímulo físico y emocional; y con el tiempo, crea un apetito insaciable que arrastra al transgresor a pecados más graves; engendra el egoísmo y puede provocar acciones agresivas como la brutalidad, el aborto, el abuso sexual y otros crímenes violentos. Dicho estímulo también puede llevar a actos de homosexualidad, los cuales son aborrecibles y completamente errados” (véase Liahona, enero de 1995, pág. 43).
Jacob 2:31–35. “Han perecido muchos corazones, traspasados de profundas heridas”
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Muchos esposos nefitas habían roto el corazón de sus esposas y perdido la confianza de sus hijos. Cuando se viola la ley de castidad, las familias pueden quedar destruidas. El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó que las consecuencias del pecado afectan a más personas que simplemente las que participan en él:
“La falta de castidad y la infidelidad acarrean serias consecuencias, tales como los efectos inquietantes y la reacción en cadena que resultan de la ilegitimidad y la orfandad, junto con la enfermedad y la destrucción de la familia. Hay tantos matrimonios que penden de un hilo o que ya han fracasado…
“Por consiguiente, ¡la obediencia del séptimo mandamiento constituye un escudo de vital importancia! [Véase Éxodo 20:14.] Al bajar o perder ese escudo, se pierden las bendiciones del cielo que tanto se necesitan. Ninguna persona o nación puede prosperar por mucho tiempo sin dichas bendiciones” (Liahona, enero de 2001, págs. 90–91).
Jacob 3:10. El daño causado por los malos ejemplos
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Los niños aprenden constantemente del ejemplo de las personas que los rodean, por lo cual, lamentablemente, un ejemplo inicuo puede acarrear una influencia destructiva en los más pequeños. El élder Vaughn J. Featherstone, de los Setenta, dio esta advertencia: “Un consejo a los adultos y a los padres: el padre del élder Bruce R. McConkie [Oscar Walter McConkie] dijo que cuando violamos algún mandamiento, no importa cuán simple sea, nuestros jóvenes podrían decidirse a violar tiempo después un mandamiento diez veces mayor, o hasta cien veces mayor, y justificarse a raíz del pequeño mandamiento que hayamos quebrantado” (véase Liahona, enero de 2000, pág. 16).
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El élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, instó a los padres de la Iglesia a demostrar a sus hijos su fe y rectitud personales:
“Pienso que algunos padres tal vez no comprenden que aun cuando se sienten seguros en su propia mente en cuanto a su testimonio personal, pueden, sin embargo, hacer que sea difícil para sus hijos detectar esa fe. Podemos ser Santos de los Últimos Días razonablemente activos, que asistimos a las reuniones, pero si no llevamos vidas de integridad en el Evangelio y no expresamos a nuestros hijos convicciones poderosas y sinceras en cuanto a la veracidad de la Restauración y la dirección divina de la Iglesia desde la Primera Visión hasta este momento, entonces es posible que esos niños, para nuestro pesar pero no sorpresa, lleguen a convertirse en Santos de los Últimos Días que no son visiblemente activos, que no asisten a las reuniones, ni nada que se le parezca.
“No hace mucho, mi esposa y yo conocimos a un buen joven que se puso en contacto con nosotros después de haber estado rondando entre las ciencias ocultas y probando una variedad de religiones orientales, todo con la intención de encontrar la fe religiosa. Su padre, admitió, no creía absolutamente en nada. Pero nos dijo que su abuelo de hecho había sido miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. ‘Pero no hacía mucho al respecto’, dijo el joven. ‘Siempre fue bastante crítico en cuanto a la Iglesia’. De un abuelo incrédulo a un hijo agnóstico a un nieto que ahora busca con desesperación ¡lo que Dios ya le había dado una vez a su familia!…
“El desviar a un niño (¡o a cualquier otra persona!), aunque sea sin darnos cuenta, de la fidelidad, de la lealtad y la creencia básica simplemente porque queremos ser ingeniosos o independientes es una licencia que a ningún padre ni a ninguna otra persona se le ha dado jamás…
“Vivan el Evangelio de forma tan notoria como puedan. Guarden los convenios que sus hijos saben que han hecho; den bendiciones del sacerdocio ¡y den su testimonio! No asuman que sus hijos de alguna manera se darán cuenta de sus creencias por su propia cuenta” (véase Liahona, mayo de 2003, págs. 86–87).
Jacob 3:11. “La segunda muerte”
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A la segunda muerte también se la conoce como la muerte espiritual. La Guía para el Estudio de las Escrituras explica que la muerte espiritual es “estar separado de Dios y de su influencia”. Esa muerte espiritual, o segunda muerte, a la que se refirió Jacob sucede “después de la muerte del cuerpo físico. Todos seremos juzgados: tanto los seres resucitados como el diablo y sus ángeles. Los que se hayan rebelado conscientemente contra la luz y la verdad del evangelio padecerán la muerte espiritual… (Alma 12:16; Hel. 14:16–19; D. y C. 76:36–38)” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Muerte espiritual”).
Jacob 4:5. Adorar al Padre en el nombre de Jesucristo
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Los escritos de Jacob nos ayudan a entender algo importante sobre la ley de Moisés y el Antiguo Testamento. De Jacob 4:5 aprendemos que los profetas del Antiguo Testamento antes de la época de Jacob sabían que Cristo y el Padre eran dos seres separados, y que correctamente adoraban al Padre en el nombre de Cristo. Las palabras de Jacob indican que la ley de Moisés era mucho más que meramente una ley de mandamientos estrictos y códigos legales, como sostienen algunos académicos modernos. La ley de Moisés daba testimonio de Jesucristo y guiaba a los justos a la santificación por medio de la expiación de Jesucristo.
Jacob 4:10. “No procuréis aconsejar al Señor”
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El presidente Marion G. Romney (1897–1988), de la Primera Presidencia, explicó lo que quiere decir “aconsejar al Señor”: “Ahora bien, no creo que haya muchos miembros de la Iglesia que a sabiendas sigan la persuasión del mundo o su propio consejo en lugar de escuchar al Señor; sin embargo, cuando no nos mantenemos al tanto de lo que aconseja el Señor, tendemos a poner nuestros propios consejos en el lugar de los de Él. De hecho, no tenemos más opción que seguir nuestros propios consejos cuando no sabemos cuáles son las instrucciones del Señor” (“Seek Not to Counsel the Lord”, Ensign, agosto de 1985, pág. 5).
Jacob 4:14–18. “Traspasar lo señalado”
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Cuando servía entre los Setenta, el élder Dean L. Larsen explicó que los israelitas de la antigüedad “trajeron sobre sí grandes aflicciones” porque “se pusieron en graves peligros en lo espiritual porque no estaban dispuest[os] a aceptar principios de verdad que son básicos y sencillos y porque se interesaron en ‘cosas que no podían entender’ [Jacob 4:14] y que les intrigaban. Parece que padecían de un supuesto refinamiento y una arrogancia que les daba un falso sentido de superioridad sobre los que les llevaban las ‘palabras de claridad’ del Señor. Ellos traspasaron la marca de la prudencia y es obvio que no pudieron mantenerse dentro del círculo de las verdades fundamentales del Evangelio que son un cimiento para la fe. Deben de haberse complacido en asuntos hipotéticos y especulativos que les empañaron las verdades fundamentales del Espíritu. Al dejarse seducir por esas ‘cosas que no podían entender’, perdieron la comprensión y la fe que tenían en el poder redentor de un verdadero Mesías, y el propósito de la vida se les volvió confuso. El estudio de la historia de Israel confirma las afirmaciones de Jacob” (véase Liahona, enero de 1988, pág. 10).
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El élder Neal A. Maxwell explicó cómo en la actualidad se puede evitar “traspasar lo señalado”: “Esta increíble ceguera que llevó a que se rechazaran las verdades dichas por los profetas y que impidió que se reconociese quién era en realidad Jesús, según Jacob, ocurrió por ‘traspasar lo señalado’. Los que en aquel entonces pasaron más allá de lo sencillo, de los profetas, de Cristo y de las enseñanzas simples esperaron en vano, así como lo hacen ahora, ya que sólo el evangelio de Jesucristo nos enseña de las cosas como realmente son y como realmente han de ser” (“On Being a Light”, discurso pronunciado en el Instituto de Religión de Salt Lake, 2 de enero de 1974, pág. 1).
Para meditar
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Jacob dijo que recibió su “mandato del Señor” (Jacob 1:17). ¿Qué debe hacer una persona para recibir un mandato del Señor?
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Jacob enseñó que debemos tratar a todos como valiosos hijos de Dios (véase Jacob 2:21). ¿Cómo puede usted hacerlo más plenamente?
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¿Cuáles son algunas consecuencias, inmediatas y a largo plazo, que vienen a raíz de violar la ley de castidad? ¿Qué ha decidido hacer usted para no violar este sagrado mandamiento de Dios?
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¿Qué quiere decir “aconsejar al Señor” en vez de “acepta[r] el consejo de su mano”? (Jacob 4:10).
Tareas sugeridas
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Basándose en los siguientes pasajes de las Escrituras, haga una lista de los consejos del Señor acerca de asuntos económicos: Jacob 2:12–19; Mosíah 4:16–26. Use la lista que ha formado para trazar algunas pautas económicas personales a las que atenerse a lo largo de su vida.
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Después de leer el consejo que le dio Nefi a Jacob en Jacob 1:1–4 sobre lo que debía quedar registrado en las planchas menores, establezca un plan para darle más contundencia a su historia personal.