Capítulo 54
Moroni 7
Introducción
Aquí leemos un poderoso sermón de Mormón que registró su hijo Moroni. Antes de llegar a Moroni 7, la obra de Mormón con las Escrituras consistió principalmente en compendiar los escritos de otros profetas. Aquí leemos un potente sermón de Mormón a un grupo de rectos miembros de la Iglesia (véase Moroni 7:2–3). Mormón les enseñó a los santos que vivían en una sociedad en deterioro espiritual cómo acercarse a Dios. Este discurso hace hincapié en la necesidad de que nuestras acciones tengan una motivación o intención adecuada, en cómo discernir entre el bien y el mal, y en la importante relación entre la fe, la esperanza y la caridad.
Comentario
Moroni 7:2–3. “El reposo del Señor”
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Las Escrituras con frecuencia hablan del “reposo del Señor”. Tras citar Moroni 7:3, el presidente Joseph F. Smith (1838–1918) escribió:
“El pasaje anterior es muy significativo. El reposo de referencia no es un reposo físico, porque no hay tal cosa como reposo físico en la Iglesia de Jesucristo. Se está refiriendo al reposo y paz espirituales que nacen de una firme convicción de la verdad en la mente de los hombres. De modo que hoy podemos entrar en el reposo del Señor, si llegamos a entender las verdades del Evangelio… [N]o todos necesitan buscar este reposo, porque hay muchos que ahora lo poseen, cuya mente ya está satisfecha, que han fijado la vista en la meta de su alto llamamiento con una determinación invencible en su corazón de permanecer firmes en la verdad, y que andan con humildad y justicia por el camino que ha sido indicado a los santos que son mansos discípulos de Jesucristo…
“Doy gracias a nuestro Padre que he llegado al conocimiento de esta verdad, que yo sé que Jesús es el Cristo, y que únicamente en Él hay reposo y salvación. Vive Dios, que están siendo engañados aquellos que siguen a los hombres y sus filosofías; pero felices son los que entran en el reposo de los pacíficos discípulos de Cristo y obtienen suficiente esperanza de ahora en adelante hasta que descansen con Él en el cielo” (Doctrina del Evangelio, 1978, págs. 121–122, 124).
Moroni 7:6–9. “Con verdadera intención”
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El élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó que todos tienen muchas oportunidades de dar servicio al prójimo, y que los motivos por los que prestan servicio son de suma importancia:
“Numerosos pasajes de las Escrituras enseñan que nuestro Padre Celestial conoce nuestros pensamientos y las intenciones de nuestro corazón (véanse D. y C. 6:16; Mosíah 24:12; Alma 18:32). El profeta [Mormón] enseñó que para que nuestras obras sean consideradas buenas, debemos hacerlas por las razones correctas…
“…Esos pasajes nos aclaran que para purificar el servicio que prestamos en la Iglesia y a nuestros semejantes, es preciso tener en cuenta no sólo cómo servimos, sino también por qué servimos.
“Las personas se prestan mutuo servicio por diferentes razones, algunas de las cuales son mejores que otras… Todos debemos esforzarnos por servir por las más elevadas y mejores razones.
“…A modo de ilustración, y sin pretender abarcar todo, indicaré seis razones, las cuales trataré en orden ascendente desde las menores hasta las mejores razones para prestar servicio.
“[1] Algunos quizá sirvan porque esperan ganar algo material…
“[2] Otra razón del prestar servicio… [es] contar con buena compañía…
“[3] Otros quizá sirvan por temor a ser castigados…
“[4] Otras personas quizá sirvan por un sentido del deber o por lealtad a amigos o familia o tradiciones…
“[5] Una de las razones mayores es la esperanza de un galardón eterno…
“[6] …La mayor de todas… La caridad…
“…No basta servir a Dios con toda nuestra alma y fuerza. El que escudriña nuestros corazones y conoce nuestros pensamientos exige más que eso. A fin de aparecer sin culpa ante Dios en el último día, también debemos servirle con todo nuestro corazón y mente.
“El servir con todo nuestro corazón y mente supone un gran reto para todos nosotros. Ese servicio debe estar desprovisto de ambición egoísta; debe ser motivado únicamente por el amor puro de Cristo” (véase Liahona, enero de 1985, págs. 10–12).
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El presidente Marion G. Romney (1897–1988), de la Primera Presidencia, compartió la siguiente experiencia personal sobre la importancia de tener motivos puros al hacer cosas rectas:
“Hace aproximadamente un cuarto de siglo, mi esposa y yo nos mudamos a un barrio donde se comenzaba la construcción de un centro de reuniones. Cuando el obispo me dijo la cantidad que él pensaba que yo debía contribuir, quedé atónito. Consideré que era por lo menos el doble de lo que se me debía haber pedido. Sin embargo, se me acababa de llamar a un cargo más bien alto en la Iglesia, así que no podía [decir que no]. Por tanto, dije: ‘Está bien, obispo, daré el dinero que me pide, pero tendré que hacerlo en cuotas, ya que no cuento con el dinero’. Y así fue que comencé a pagar. Pagué y pagué hasta que sólo me faltaban tres cuotas, y entonces me encontraba un día leyendo el Libro de Mormón, como es mi costumbre, y llegué al pasaje que dice:
“‘…si un hombre… presenta una ofrenda… de mala gana… le es contado como si hubiese retenido la ofrenda; por tanto, se le tiene por malo ante Dios’ (Moroni 7:8).
“Esto me espantó, ya que yo había donado unos mil dólares. Por lo tanto, terminé las tres últimas cuotas que me había comprometido a pagar, y después di varias más para convencer al Señor de que lo había hecho con la actitud correcta” (“Mother Eve, a Worthy Exemplar”, Relief Society Magazine, febrero de 1968, págs. 84–85).
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El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, enseñó que orar con verdadera intención incluye el estar dispuestos a obedecer cualquier instrucción que el Señor nos dé: “El joven José Smith nos mostró cómo orar de ese modo. Él creyó en la promesa que leyó en el libro de Santiago, y se dirigió a la arboleda con fe en que su oración tendría respuesta. Él deseaba saber a qué Iglesia unirse; era lo bastante sumiso para estar dispuesto a hacer cualquier cosa que se le mandara, así que oró, tal como nosotros lo debemos hacer, teniendo ya la determinación de obedecer” (Liahona, noviembre de 2003, pág. 90).
Moroni 7:12–19. La luz de Cristo
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El Bible Dictionary [Diccionario Bíblico] ofrece la siguiente explicación:
“La luz de Cristo es precisamente lo que esas palabras dan a entender: ilustración, conocimiento y una influencia edificante, ennoblecedora y preservadora que llega a la humanidad por causa de Jesucristo. Por ejemplo, Cristo es ‘la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo’ (D. y C. 93:2; Juan 1:9). La luz de Cristo llena ‘la inmensidad del espacio’ y es el medio por el cual Cristo puede estar ‘en todas las cosas, y por en medio de todas las cosas, y circun[dando] todas las cosas’. Da ‘vida a todas las cosas’ y es la ‘ley por la cual se gobiernan todas las cosas’. Además es la ‘luz que vivifica’ el entendimiento del hombre (véase D. y C. 88:6–13, 41). De este modo, la luz de Cristo se vincula a la conciencia del hombre y le señala la diferencia entre el bien y el mal (véase Moro. 7:12–19).
“La luz de Cristo no se debe confundir con la persona del Espíritu Santo, pues la luz de Cristo no es en modo alguno un personaje, sino una influencia preliminar que prepara a la persona para recibir el Espíritu Santo. La luz de Cristo guía a las almas honestas que ‘escu[chan] la voz’ hacia el verdadero Evangelio y la Iglesia verdadera y, por ende, a recibir el Espíritu Santo (véase D. y C. 84:46–48)” (“Light of Christ”, pág. 725; véanse también Guía para el Estudio de las Escrituras, “Luz, Luz de Cristo”; Leales a la fe: Una referencia del Evangelio, 2004, pág. 112).
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“La conciencia es una manifestación de la Luz de Cristo y nos permite juzgar entre el bien y el mal” (Leales a la fe, pág. 112). El “Espíritu de Cristo” (Moroni 7:16) y la “luz de Cristo” (versículos 18–19) son frases de las Escrituras que a menudo se usan indistintamente.
El presidente Boyd K. Packer, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, testificó de que esta luz es un don que nos ayuda a discernir entre el bien y el mal:
“Ya sea que a esta luz interior, a este conocimiento de lo bueno y de lo malo, se le llame luz de Cristo, sentido moral o consciencia, puede dirigirnos para moderar nuestras acciones, esto es, a menos que la pasemos por alto o la acallemos…
“Todo hombre, mujer y niño de toda nación, creencia y color —todos, sea cual sea el lugar donde vivan, lo que crean y lo que hagan— tienen dentro de sí la imperecedera luz de Cristo” (“La luz de Cristo”, Liahona, abril de 2005, págs. 8, 10).
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El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) indicó algunas diferencias entre el Espíritu Santo y la luz de Cristo:
“El Espíritu Santo no debe ser confundido con el Espíritu que llena la inmensidad del espacio y que es omnipresente. Este otro Espíritu es impersonal y no tiene forma ni dimensión; procede de la presencia del Padre y del Hijo y está en todas las cosas. Al hablar del Espíritu Santo debemos tener presente que es un ser real, un personaje; y de este otro Espíritu debemos tener en cuenta que se trata de un ente espiritual; y al hablar del poder o don del Espíritu Santo debemos hacerlo pensando en que hablamos de una influencia.
“El Espíritu Santo, según se nos enseña en nuestra revelación moderna, es el tercer integrante de la Trinidad y un personaje de Espíritu. Las siguientes expresiones son usadas como sinónimos: Espíritu de Dios, Espíritu del Señor, Espíritu de Verdad, Santo Espíritu, Consolador; y todas se refieren al Espíritu Santo. Los mismos términos son ampliamente utilizados también para referirse al Espíritu de Jesucristo, el cual también es llamado Luz de Verdad, Luz de Cristo, Espíritu de Dios y Espíritu del Señor; y sin embargo son conceptos separados y distintos. Tenemos mucha confusión porque no siempre hemos tenido en mente, con claridad, estos conceptos” (Doctrina de Salvación, comp. por Bruce R. McConkie, tres tomos, 1954–1956, tomo I, pág. 47).
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La inspiración que Dios da por medio de la luz de Cristo no se limita únicamente a los miembros de esta Iglesia. La luz de Cristo ha ejercido influencia en muchos líderes del mundo.
“‘La Primera Presidencia ha declarado:
“‘Los grandes líderes religiosos del mundo como Mahoma, Confucio y los Reformadores, al igual que los filósofos como Sócrates, Platón y otros, recibieron una porción de la luz de Dios, que les concedió verdades morales para iluminar a naciones enteras y para llevar un mayor nivel de entendimiento a las personas…
“‘Creemos que Dios ha dado y dará a todos los pueblos el conocimiento suficiente para ayudarles en el camino hacia la salvación eterna’ (Statement of the First Presidency regarding God’s Love for All Mankind, 15 de febrero de 1978)” (James E. Faust, Liahona, julio de 1980, pág. 18).
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El élder Robert D. Hales, del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó que existe una relación entre la luz de Cristo y el don del Espíritu Santo:
“Cada uno de nosotros trae una luz al mundo, la Luz de Cristo…
“Al usar la Luz de Cristo para discernir y elegir lo que es correcto, podemos ser guiados a una luz aún más brillante: el don del Espíritu Santo” (Liahona, julio de 2002, pág. 77).
Moroni 7:17. Inspiración de procedencia indigna
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Satanás está en condición de dar revelaciones falsas a quienes tratan de forzar o presionar revelación. Las comunicaciones de Satanás siempre alejan de Cristo a las personas. El presidente Boyd K. Packer nos amonestó contra estos mensajes espirituales falsos:
“Estemos siempre alerta para no ser engañados por una inspiración de procedencia indigna. Es posible recibir falsos mensajes espirituales. Existen espíritus falsos, así como existen ángeles falsos (véase Moroni 7:17). Tengan cuidado de no ser engañados, porque el diablo puede presentarse disfrazado como ángel de luz.
“La parte espiritual y la emocional de nuestro ser están tan íntimamente ligadas que es posible que confundamos un impulso emocional con algo espiritual. De vez en cuando encontramos personas que piensan que han recibido inspiración espiritual de Dios, cuando lo que han percibido era fruto de sus propias emociones o provenía del adversario” (véase “Lámpara de Jehová”, Liahona, diciembre de 1988, pág. 37).
Moroni 7:19–25. “Aferr[aos] a todo lo bueno”
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Mormón enseñó que la fe es la clave para aferrarse a todo lo bueno (véase Moroni 7:25). Al explicar cómo valerse de la fe para “aferrarse a todo lo bueno”, un mensaje para las maestras visitantes de la Sociedad de Socorro enseñó:
“A fin de desarrollar un testimonio personal debemos tener el deseo de hacerlo y tomar decisiones que aumenten nuestra fe y esperanza. Cuando nace en nosotros el deseo de ‘afe[rrarnos] a todo lo bueno’, automáticamente elegimos hacer ciertas cosas que aumentan nuestra fe:
“Dedicamos un tiempo significativo para orar.
“Recordamos y renovamos nuestros convenios en forma regular participando de la Santa Cena y asistiendo al templo.
“Utilizamos las Escrituras como mapa personal para que nos guíen en nuestro comportamiento.
“Entablamos amistad con personas que nos ayuden a desarrollar nuestro testimonio.
“Hacemos que el prestar servicio forme parte de nuestro diario vivir”.
(“Recogieron toda cosa buena”, Liahona, abril de 1991, pág. 25).
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Cuando servía en la presidencia general de la Primaria, la hermana Michaelene P. Grassli dijo que cuando hacemos lo bueno nos alineamos con Dios: “Del mismo modo, podemos adiestrar nuestra percepción espiritual para reconocer la voluntad de nuestro Padre Celestial respecto a nosotras, y la forma de adiestrar la percepción espiritual es hacer lo bueno. Se nos ha dicho que ‘bus[quemos] diligentemente en la luz de Cristo, para que podáis discernir el bien del mal; y si os aferráis a todo lo bueno, y no lo condenáis, ciertamente seréis hijos de Cristo’ (Moroni 7:19)” (véase “Sigamos el ejemplo de nuestro Salvador”, Liahona, enero de 1990, pág. 92).
Moroni 7:29–31. Ángeles ministrantes
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El élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó que el Libro de Mormón revela la realidad de los ángeles:
“Estoy convencido de que uno de los temas profundos del Libro de Mormón es la función y la prevalencia y la participación principal de los ángeles en el relato del Evangelio…
“Una de las cosas que cobrará más importancia para nosotros cuanto más vivamos es que los ángeles son reales, así como su obra y su ministerio. En esto no me refiero únicamente al ángel Moroni sino también a aquellos ángeles ministrantes más íntimos que están con nosotros y a nuestro alrededor facultados para ayudarnos y que hacen precisamente eso (véase 3 Ne. 7:18; Moro. 7:29–32, 37; D. y C. 107:20)…
“Creo que tenemos que hablar, creer y testificar del ministerio de ángeles, más de lo que a veces lo hacemos. Ellos son uno de los grandiosos métodos de Dios para dar testimonio a través del velo, y no existe documento en todo el mundo que enseñe ese principio con tanta claridad y tanto poder como el Libro de Mormón” (“For a Wise Purpose”, Ensign, enero de 1996, págs. 16–17).
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El élder Bruce C. Hafen, de los Setenta, enseñó que los ángeles siguen ministrando a los hijos de los hombres:
“El ministerio de estos ángeles invisibles se encuentra entre las más sublimes formas de interacción entre el cielo y la tierra, y expresa con fuerza la preocupación de Dios por nosotros, a la vez que les otorga a las personas más necesitadas una seguridad tangible y un sustento espiritual…
“¿Cuándo vienen los ángeles? Si procuramos ser dignos, se encuentran cerca de nosotros cuando más los necesitamos” (“When Do the Angels Come?”, Ensign, abril de 1992, págs. 12, 16).
Moroni 7:32–39. Fe en Jesucristo
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El élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce Apóstoles, nos dio consejos sobre lo que significa tener fe en Jesucristo:
“Obtener una fe inalterable en Jesucristo es inundar tu vida de una luz resplandeciente. Ya no estás solo para enfrentar retos que estén más allá de tu capacidad de resolver o controlar, porque Él ha dicho: ‘…Si tenéis fe en mí, tendréis poder para hacer cualquier cosa que me sea conveniente’ (Moroni 7:33; cursiva agregada).
“Si estás desalentado, agobiado por la transgresión, enfermo, solo o desesperado por recibir consuelo o apoyo, testifico solemnemente que el Señor te ayudará si obedeces la ley espiritual sobre la cual se basa esa ayuda. Él es tu Padre; eres Su hijo. Te ama. No te abandonará nunca. Sé que te bendecirá” (véase Liahona, enero de 1992, pág. 96).
Moroni 7:40–44. Esperanza
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Mormón habló de una esperanza que emana o nace de la fe en Cristo (véase Moroni 7:40, 42). La esperanza, cuando se centra en el Señor Jesucristo, tiene el poder de elevarnos por encima de cualquier adversidad que enfrentemos. El presidente James E. Faust (1920–2007), de la Primera Presidencia, enseñó que la esperanza infunde paz a la vida atribulada:
“Hay excepcionales fuentes de esperanza que exceden nuestra propia aptitud, aprendizaje, fortaleza y capacidad. Entre ellas está el don del Espíritu Santo. Por medio de la prodigiosa bendición de este miembro de la Trinidad, podemos ‘conocer la verdad de todas las cosas’ [Moroni 10:5].
“La esperanza es el ancla de nuestras almas. No sé de persona alguna que no tenga necesidad de tener esperanza: jóvenes o mayores, fuertes o débiles, ricos o pobres. En el Libro de Mormón se nos exhorta: ‘de modo que los que creen en Dios pueden tener la firme esperanza de un mundo mejor, sí, aun un lugar a la diestra de Dios; y esta esperanza viene por la fe, proporciona un ancla a las almas de los hombres y los hace seguros y firmes, abundando siempre en buenas obras, siendo impulsados a glorificar a Dios’ [Éter 12:4; cursiva agregada]…
“Todas las personas en esta vida tienen sus retos y dificultades. Eso es parte de nuestra prueba terrenal. La razón de algunas de estas pruebas no se puede comprender excepto sobre la base de la fe y la esperanza, puesto que suele haber un propósito mayor que no siempre comprendemos. La paz proviene de la esperanza” (Liahona, enero de 2000, pág. 70).
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El élder Joseph B. Wirthlin (1917–2008), del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó que podemos tener esperanza porque siempre está a nuestra disposición la ayuda divina: “Aun cuando soplen los vientos de la adversidad, nuestro Padre nos mantiene firmes en nuestra esperanza. El Señor ha prometido: ‘No os dejaré huérfanos…’ [Juan 14:18], y Él ‘consagrará [nuestras] aflicciones para [nuestro] provecho’ [2 Nefi 2:2]. Incluso cuando nuestras pruebas nos parezcan abrumadoras, podemos obtener fortaleza y esperanza de la promesa segura del Señor: ‘…No temáis ni os amedrentéis… porque no es vuestra la batalla, sino de Dios’ [2 Crónicas 20:15]” (véase Liahona, enero de 1999, pág. 30).
Moroni 7:43–44. “Manso y humilde de corazón”
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El Obispo H. David Burton, del Obispado Presidente, describió las virtudes de obtener mansedumbre, así como el proceso para lograrla: “La mansedumbre es esencial para ser más como Cristo, ya que sin ella no se pueden desarrollar otras virtudes. Mormón señaló: ‘Nadie es aceptable a Dios sino los mansos y humildes de corazón’ (Moroni 7:44). La adquisición de la mansedumbre es un proceso. Se nos manda ‘to[mar] [la] cruz cada día’ (Lucas 9:23). El tomar nuestra cruz no debe ser un ejercicio esporádico. Tener más mansedumbre no equivale a ser más débil, sino que es ‘la presentación del yo en un gesto amable y dulce, que refleja certeza, fortaleza, serenidad, así como una autoestima sana y un autodominio genuino’ (élder Neal A. Maxwell, ‘Meekly Drenched in Destiny’, en Brigham Young University 1982–83 Fireside and Devotional Speeches, 1983, pág. 2). Tener más mansedumbre nos permitirá ser dóciles a la enseñanza del Espíritu” (Liahona, noviembre de 2004, pág. 99).
Moroni 7:44. Fe, esperanza y caridad
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El élder M. Russell Ballard, del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó la relación entre las importantes verdades de la fe, la esperanza y la caridad:
“El apóstol Pablo enseñó que hay tres principios divinos que forman la base sobre la cual podemos edificar la estructura de nuestra vida, y ellos son la fe, la esperanza y la caridad (véase 1 Corintios 13:13). Juntos, nos dan el fundamento para apoyarnos, como lo hacen las tres patas de un taburete (banco); cada principio es importante en sí mismo, pero a la vez cada uno tiene una función importante de apoyo; cada uno está incompleto sin los otros. La esperanza ayuda a desarrollar la fe; de igual forma, la verdadera fe da nacimiento a la esperanza. Cuando empezamos a perder la esperanza, también se debilita en parte nuestra fe. Los principios de la fe y de la esperanza, juntos, deben ir acompañados de la caridad, que es el mayor de todos. Según Mormón: ‘…la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre…’ (Moroni 7:47). Es la manifestación perfecta de nuestra fe y esperanza.
“Juntos, estos tres principios eternos nos darán la amplia perspectiva eterna que necesitamos para enfrentar las dificultades más grandes de la vida, incluso las calamidades profetizadas para los últimos días. La fe real abriga la esperanza para el futuro; nos permite mirar más allá de nosotros y de nuestros problemas presentes. Fortificados por la esperanza, nos sentimos inclinados a demostrar el amor puro de Cristo por medio de hechos diarios de obediencia y servicio cristiano” (véase Liahona, enero de 1993, págs. 37–38).
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El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó la forma en que las cualidades de la fe, la esperanza y la caridad se encuentran totalmente ligadas a Jesucristo:
“No es de extrañar que en la tríada de la fe, la esperanza y la caridad, las cuales nos llevan a Cristo, haya un marcado vínculo convergente: la fe es en el Señor Jesucristo; la esperanza es en Su expiación; y la caridad es ‘el amor puro de Cristo’ (véanse Éter 12:28; Moroni 7:47). Cada uno de esos atributos nos califica para el reino celestial (véanse Moroni 10:20–21; Éter 12:34); y, ante todo, cada uno nos exige ser mansos y humildes (véase Moroni 7:39, 43).
“La fe y la esperanza están en interacción constante, y quizás a veces no se distingan precisamente la una de la otra ni estén siempre en el mismo orden. Aunque la esperanza no es un conocimiento perfecto, las expectativas que provoca son, con certeza, verdaderas (véanse Éter 12:4; Romanos 8:24; Hebreos 11:1; Alma 32:21). En la geometría de la teología restaurada, la esperanza tiene una circunferencia mayor que la fe. Si la fe aumenta, el perímetro de la esperanza se ensancha en forma proporcional” (véase Liahona, enero de 1995, págs. 39–40).
Moroni 7:44–48 Caridad: El amor puro de Cristo
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Algunos consideran que la caridad es algo que cada uno puede obtener por cuenta propia mediante esfuerzos conscientes y acciones particulares. Obtener el amor de Dios, no obstante, requiere la ayuda y la bendición del Padre Celestial. El profeta Mormón nos instó a procurar obtener la caridad y a “pe[dir] al Padre con toda la energía de [nuestros] corazones”, y entonces este amor se “otor[ga] a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo” (Moroni 7:48).
El élder Robert J. Whetten, de los Setenta, explicó: “Al igual que la fe, el amor cristiano es un don del Espíritu que se da [de acuerdo con] los principios de rectitud personal y de acuerdo con nuestro nivel de obediencia a las leyes sobre las cuales se basa. Y al igual que la fe, el amor se tiene que practicar para que crezca” (Liahona, julio de 1999, pág. 34).
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El élder Dallin H. Oaks describió lo que es la caridad y lo que uno debe hacer para obtenerla: “La caridad, ‘el amor puro de Cristo’ (Moroni 7:47), no es un acto sino una condición o estado del ser. La caridad se obtiene mediante una sucesión de actos que resultan en la conversión. La caridad es algo que uno llega a ser. De modo que, como Moroni declaró: ‘A menos que los hombres tengan caridad, no pueden heredar’ el lugar preparado para ellos en las mansiones del Padre (Éter 12:34; cursiva agregada)” (Liahona, enero de 2001, pág. 42).
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El élder Jeffrey R. Holland enseñó por qué la caridad es para nosotros una bendición tan grande:
“Esa definición más amplia de ‘el amor puro de Cristo’, sin embargo, no es lo que como cristianos tratamos de demostrar a los demás, aunque por lo general fracasamos, sino lo que Cristo nos demostró a nosotros con pleno éxito. La verdadera caridad se ha conocido apenas una vez. Se la ve perfecta y pura en el amor indefectible, definitivo y expiatorio de Cristo por nosotros. El amor que Cristo nos tiene ‘es sufri[do] y es benig[no], y no tiene envidia’. Es Su amor por nosotros lo que no ‘se envanece… no se irrita fácilmente, no piensa el mal’. Es el amor de Cristo por nosotros lo que ‘todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta’. En Cristo se demostró que ‘la caridad nunca deja de ser’. Ésa es la caridad —Su amor puro por nosotros— sin la cual no seríamos nada, no tendríamos esperanza, y así seríamos los más miserables de todos los hombres y las mujeres. Verdaderamente a aquéllos que posean la bendición de Su amor en el último día —la Expiación, la Resurrección, la vida eterna, la promesa eterna— ciertamente les irá bien.
“Esto de ningún modo disminuye el mandamiento de esforzarnos por adquirir este tipo de amor por los demás… Debemos intentar ser más constantes e indefectibles, más sufridos y bondadosos, menos envidiosos y vanidosos en nuestra relación con las demás personas. Debemos vivir como lo hizo Cristo; y amar como amó Él. Sin embargo, el ‘amor puro de Cristo’ del que habló Mormón es precisamente eso: el amor de Cristo. Con ese divino don, con esa concesión redentora, todo lo tenemos; sin él, no tenemos nada y, en última instancia, no somos nada, excepto, al final, ‘diablos [y] ángeles de un diablo’. [2 Nefi 9:9.]
“La vida tiene su buena medida de temores y fracasos. A veces las cosas no salen como deben. De vez en cuando la gente nos falla, cuando no las economías, los negocios o los gobiernos. Pero en esta vida o en la eternidad, hay algo que no nos falla: el amor puro de Cristo…
“Es así que el milagro de la caridad de Cristo nos salva y nos cambia. Su amor expiatorio nos salva de la muerte y del infierno, así como del comportamiento carnal, sensual y diabólico. Ese amor redentor también transforma el alma, elevándola por encima de las normas caídas hasta llegar a algo mucho más noble, mucho más santo. Por tanto, debemos ‘alle[garnos] a la caridad’ —el amor puro de Cristo por nosotros, y nuestro decidido esfuerzo por lograr un amor puro por Él y por todos los demás—, ya que sin ella nada somos, y nuestro plan para lograr la felicidad eterna queda del todo asolado. Si no tenemos el amor redentor de Cristo en nuestra vida, todas las demás cualidades —aun las cualidades virtuosas y las buenas obras ejemplares— no bastan para llegar a la salvación y el gozo” (Christ and the New Covenant, 1997, págs. 336–337).
Moroni 7:48. Pedir “con toda la energía de [nuestros] corazones”
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En Moroni 7:48 se enseña que la caridad se otorga a cualquier persona que continuamente ore “con toda la energía de [su] cora[zón]”, es decir, deseándola más que ninguna otra cosa. Pedir con ese fervor también dará resultados cuando oremos por otras cosas. El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) enseñó que el fervor con que oremos surtirá efecto en nuestra familia: “En el círculo familiar, nuestros hijos aprenderán a hablar con su Padre Celestial al escuchar a sus padres, y pronto verán hasta qué punto nuestras oraciones las hacemos de corazón y son sinceras. Si son rápidas, y hasta rayan en el ritual automático, los niños también se percatarán de ello. Es mejor que personalmente y en forma familiar hagamos lo que suplicó Mormón: ‘Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones…’ (Moroni 7:48)” (véase “Orad siempre”, Liahona, marzo de 1982, págs. 2–3).
Para meditar
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¿Qué criterios se señalan en Moroni 7 que nos ayudan a determinar qué es bueno y qué es malo?
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¿Por qué es la caridad el mayor de todos los dones? (véase Moroni 7:46).
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¿Qué diferencia marcan las actitudes y las intenciones que pueda tener usted cuando presta servicio al prójimo?
Tareas sugeridas
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Basándose en los atributos que figuran en Moroni 7:45 y en el ruego que hace Mormón en Moroni 7:48, redacte un párrafo sobre lo que puede hacer usted para aumentar la caridad en su vida.