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Plan de Salvación


El juicio final

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Plan de Salvación

Reseña

Antes de nacer en la tierra vivimos con nuestros Padres Celestiales como Sus hijos procreados como espíritus (véase Doctrina y Convenios 138:55–56). En un concilio con todos Sus hijos, el Padre Celestial presentó un plan, conocido como el “plan de salvación” o el “gran plan de felicidad” (Alma 42:5, 8). Este incluye todas las leyes y ordenanzas del Evangelio que son necesarias para obtener la vida eterna, “el máximo de todos los dones de Dios” (Doctrina y Convenios 6:13).

Tristemente, un tercio de los hijos del Padre Celestial procreados como espíritus no aceptó el plan, sino que escogieron seguir a Lucifer, que se convirtió en el diablo, y fueron expulsados de la presencia de Dios (véase Apocalipsis 12:7–9).

Nosotros estamos en la tierra porque escogimos seguir el plan del Padre Celestial. Un propósito significativo de la vida terrenal es obtener un cuerpo físico. En la tierra podemos tener gozo y paz, pero también afrontamos tentaciones, oposición, adversidad y pruebas. Las pruebas terrenales son parte de la vida terrenal y pueden ayudarnos a crecer para ser más como nuestro Padre Celestial.

La expiación de Jesucristo es una parte esencial del plan. Jesús venció la muerte física y la muerte espiritual, y tomó sobre Sí nuestras aflicciones, pesares y pecados (véase Alma 7:11–13) A Su sufrimiento, muerte y resurrección se le llama la Expiación. La Expiación era necesaria porque “ninguna cosa impura puede morar con Dios” (1 Nefi 10:21). Gracias al sacrificio de Cristo podemos arrepentirnos y vivir nuevamente con Dios.

El albedrío, o la capacidad de escoger, también es esencial en el plan de Dios. Cuando escogemos arrepentirnos de nuestros pecados, elegimos aceptar el don de la expiación de Jesucristo. Si hacemos uso del albedrío para guardar los mandamientos, tenemos la bendición de participar en ordenanzas sagradas, las cuales son ceremonias que incluyen el hacer convenios, o promesas, con Dios. Entre dichas ordenanzas se encuentran el bautismo, la confirmación, la ordenación al sacerdocio para los varones y las ordenanzas del templo.

Parte del plan del Padre Celestial es que todos moriremos algún día. La muerte es la separación del espíritu y el cuerpo físico. Nuestro espíritu, que existía en la vida preterrenal, seguirá viviendo después de la muerte. Si vivimos en rectitud, arrepintiéndonos siempre que sea necesario, hasta el final de la vida terrenal, iremos al paraíso de los espíritus. Alma, un profeta del Libro de Mormón, lo describió como “un estado de descanso, un estado de paz” (Alma 40:12).

Gracias a la expiación de Cristo, todos los hijos de Dios resucitarán, y el cuerpo y el espíritu serán reunidos (véanse 1 Corintios 15:20–22; Doctrina y Convenios 88:14–17). Tras la Resurrección tendrá lugar el Juicio Final, donde Dios nos juzgará de acuerdo con nuestros deseos y nuestra obediencia a los mandamientos (véanse 2 Nefi 9:15–17; Doctrina y Convenios 137:9). Si, por medio del arrepentimiento, cumplimos con los requisitos, podremos vivir para siempre con nuestros amorosos Padres Celestiales (véanse Alma 40; 41; Doctrina y Convenios 76).

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